el enemigo de mi enemigo

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Rodeada por el silencio y las paredes de esta cárcel que habrán presenciado una infinidad de situaciones similares, la rubia se encuentra parada en el centro de una habitación oscura.

Su respiración es fuerte y pesada, el uniforme está cubierto de manchas de sudor que delatan un gran esfuerzo físico, y su cabello, que antes era de un brillante color dorado, se encuentra, desde hace ya un buen tiempo, tan sucio y maltratado como la persona que lo tiene.

Gracias a la luz de la luna que se escabulle a través de una de las ventanas que hay en la habitación, se ve brillar ligeramente el revólver plateado de seis balas que sostiene en su mano firme. Apuntando hacia abajo, “Samantha” escucha una voz familiar justo al lado de ella.

—¿Esta es la única forma? —pregunta la voz

—Eso espero— responde la rubia con una frialdad que ni siquiera la noche que les acompaña puede superar.

Después, el eco de un disparo resuena a lo largo y ancho de toda la prisión. Pasan unos segundos y se escucha otro disparo.

El tiempo avanza y el retumbar de los pasos alterados de los agentes de la ley se escuchan cada vez más cerca.

La rubia, salpicada con un líquido rojo y espeso en su uniforme, acerca la mano temblorosa que enreda aquel objeto, también manchado por el espesor de la sangre, que tantos conflictos inicia y termina para entregárselo a esa persona con la voz familiar.

Después de darle una señal, la persona se acerca y estando solo a centímetros de “Samantha”, esta hala el gatillo del revólver, rozándole la parte superior del brazo a la rubia, causando un leve sangrado.

—Está bien— dice “Samantha” intentando tragarse su dolor con todas sus fuerzas. —¿Recuerdas bien lo que tienes que hacer?

—Por supuesto— responde la voz, agitada.

—Bueno, entonces vete de una maldita vez.

El arma vuelve a las manos de la anterior Sheriff de la ciudad, ensuciándolo también con el líquido que se le desliza por todo el brazo.

Un par de pasos apurados, aparte de los de los policías, se escuchan dentro de la habitación a oscuras, solo para silenciarse rápidamente y dar paso a otro sonido mucho más pesado y molesto, acompañado por unos gemidos que denotan un gran esfuerzo físico.

De pronto, hay silencio, quizás por un segundo o dos, mientras se siente como una nueva cortina de aire entra a la habitación.

Como las fuertes tormentas que son precedidas por un silencio ensordecedor, ese instante más incómodo que tranquilizante, es interrumpido por el fuerte retumbar de la puerta de hierro con una llave metálica colocada en su cerradura, que se encuentra justo detrás de “Samantha”.

De su frente, como si no supiera del helado clima que le rodea, brotan montones de gotas de sudor.

Su cuerpo, sin ser afectado por nada más que el frío que siente en lo más profundo de su ser,  tiembla con fuerza. Un frío que nada tiene que ver con aquel estado físico que en este momento le hace brotar humo cada vez que respira; un frío que proviene de otro lugar mucho más profundo, de una emoción o lo opuesto a ésta, un sentimiento de vacío tan poderoso que le hiela los huesos… Eso es lo que le hace temblar.

Los golpes a la puerta y los gritos de advertencia por parte de la policía se intensifican. La rubia, a pesar de no ver más allá de unos pocos metros adelante, sabe que su compañera aún espera al final de la habitación.

Decidida a seguir a rajatabla lo que sea que tiene planificado, “Samantha”, en una voz baja que se camufla con el estruendo que están causando los policías, pide a su compañera que se vaya una última vez.

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⏰ Last updated: Feb 27 ⏰

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