En medio de la nada

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Con el sol saliendo por fin de su escondite, la luz que este emana dentro de aquella celda abandonada por Dios es acompañada por la joven rubia, que de su boca, cubierta de moratones y pequeños rastros de sangre, aún desprende el asqueroso olor que le fue impregnado por aquel miserable.

A la chica le acompaña, además, una pequeña rata  yaciendo en el suelo con el pecho abierto, prácticamente vacía en sus entrañas, y dos jóvenes policías que recién están bajando las escaleras.

Lo primero que notan es el olor tan fuerte de la sangre, mezclado con orina y algo de putrefacción. No saben que les espera exactamente allí abajo, pero definitivamente no esperan la escena que están por presenciar.

En cuanto los pies de ambos tocan el suelo, ven horrorizados el aspecto demacrado de la Sheriff, que ahora parece más un animal salvaje en vez de aquella atractiva y feroz joven que la gente recuerda.

-¿Que coño pasó aquí?- Pregunta uno de los policías, mirando confundido a su compañero.

-Dios… no tengo idea - dice el otro policía, sin quitarle los ojos de encima a la chica que se encuentra sentada en el suelo, silente, preparándose mentalmente para luchar por su vida una vez más.

-¿Seguro que tenemos que seguir con esto?

-Sabes lo que nos pasará si no.

-Pero… ¿Llevárnosla así? Creo que mejor le avisamos a nuestra señora antes. No sea que ella no sepa cómo están las cosas aquí.

-Bueno, supongo que en eso tienes razón. A ella no le gustan las sorpresas.

-Si, pero… Dios. ¿Quién dejaría a una persona en este… estado? O sea, tienes que ser un maldito enfermo.

-Y, ¿quién crees que estaba a cargo de esto antes de nosotros? Un maldito enfermo. Si me preguntas a mi, que bueno que está como está ahora mismo. Él se merece eso y mucho más.

El otro policía, con su silencio, da razón a aquel juicio. Ambos, asqueados por lo que acaban de ver, suben las escaleras nuevamente para avisarle a su superior sobre lo que encontraron, a la espera de nuevas instrucciones.

La chica, por otro lado, respira un poco más tranquila en cuanto esos hombres se alejan de su vista. Ahora ella podrá descansar un poco más antes de su siguiente pelea.

Sin embargo, pasan más horas en completa soledad y el hambre  y dolor que siente dentro de si no se detiene. Ella intenta mantenerse consciente con todas sus fuerzas, pero la voluntad solo puede llevarte hasta cierto punto y cuando ya es la noche que acobija en su fría oscuridad la celda, ella se doblega un poco y cierra sus ojos cansados.

Rápidamente, aquel descanso es interrumpido por los dos oficiales que habían aparecido más temprano. En cuestión de segundos bajan las escaleras y abren la celda mientras balbucean entre ellos.

La joven rubia no tiene tiempo para asimilar lo que sucede cuando una bolsa le cubre la cabeza, dificultando aún más su respiración. Ella trata de resistirse mientras los oficiales la cargan en sus hombros, pero el dolor que siente en todo su cuerpo no le permite luchar, por lo que no le queda de otra mas que dejarse llevar.

Al subir las escaleras, los pies de la chica golpean cada escalón ya que no tiene la fuerza suficiente para levantar los pies. Mientras los oficiales demuestran solo con sus expresiones un gran disgusto por la tarea que están realizando.

Más tarde que temprano, los tres suben las escaleras y llegan a la puerta trasera de la oficina de la Sheriff, detrás de la cual les espera un carruaje con dos pura sangre anclados al mismo, relinchando ansiosos. Como si ellos tampoco quisieran estar allí, haciendo lo que hacen.

Falacias, Pólvora Y Una Pizca De Verdad: Historias Del Viejo Y Sucio OesteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora