Parloteo con un querido desconocido

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Con la casa ahora llena de oficiales, su cuerpo pegado a una elegante silla y una agente de la ley preguntando y anotando todo lo que dice, la Sheriff se encuentra allí, moviendo los labios, pero sin escuchar lo que está diciendo ella misma. Su mente está en otro lugar; un lugar oscuro y lejano, un mal recuerdo del que nunca se olvidará, e inclusive si lo hiciera, a este le siguen una cadena de memorias iguales o peores. Pero, al fondo, se escucha el llanto incesante de la niña que forzosamente la obliga a volver al presente. Ella y la oficial miran hacia atrás. Mientras la joven rubia observa con tristeza a la niña que le recuerda a alguien que solía conocer, la agente mira con detalle al chico destrozado que la rodea con sus brazos.

-Gracias, con lo que me ha dicho es suficiente. Ha hecho lo que ha podido.- expresa la agente, tratando de reconfortar a su superior.

Mortificada, la Sheriff agarra con fuerza el papel en el que había anotado todo lo que encontró en la escena del crimen, además de todo lo referente al chico que la trajo en primer lugar. El papel termina en el suelo, vuelto un desastre, como si fuera despreciado por quien lo escribió.

A unos metros, la agente que hablaba con la Sheriff está platicando con uno de sus compañeros oficiales. Claramente, el tema del que hablan les causa disgusto porque para terminar la charla, la agente va con la cabeza abajo, deseando no tener que hacer lo que está pensando, pero no puede evitarlo... Hay un sospechoso y un procedimiento que seguir, por más que nadie quiera. La agente se acerca al chico y lo separa de la desamparada niña.

-Estás... estás bajo arresto por sospecha de asesinato... Todo lo que digas podrá y será usado en tu contra.- En cuanto la agente termina de decirle sus derechos, claramente apenada, se lleva al chico que clama su inocencia a gritos mientras escucha el llanto de la niña cada vez más lejano.

-Madre mía...- dice uno de los agentes hablando con su compañero.- Hay muchas cosas que no sabemos del caso, ¿por qué no nos dejan investigar más antes de llevarse a ese pobre diablo?

Antes de que el otro agente pueda emitir su opinión, la Sheriff lo interrumpe mientras evita a mirar a los ojos a cualquiera, después de todo, a nadie le gusta que le vean en sus momentos más débiles. -¿ Y tardarnos más? ¿En medio de la estúpida campaña de nuestra querida Alcaldesa? ¿Acaso ya no quieres tener trabajo?

-A lo mejor ella entiende... no sea que nos estemos equi....- La Sheriff voltea a verlos con sus ojos algo hinchados, acompañados de una fuerte respiración y un silencio que dice más que cualquier palabra. Nadie más se atrevió a cuestionarla.

Dos agentes se quedan al cuidado de la niña, ya que la Sheriff da por terminado su turno. Al salir a las frías calles, mira al cielo, el cual avisa que ya se aproxima el anochecer. Su caballo blanco la espera atado a uno de los postes en el frente de la casa. Ella lo desata y lo acaricia con gentileza.

-Ve a casa... voy a caminar un rato- el caballo relincha, negándose rotundamente a tal propuesta. -Bueno... es tu decisión- una pequeña sonrisa se dibuja en su rostro, disfrazando el mar de emociones negativas que se encuentran alojadas en su mente, con una intensidad que no percibe desde hace mucho.

La Sheriff resguarda sus manos en los bolsillos del pantalón, intentando protegerse del clima gélido.

-Dios... ¿Qué tiempo hace, no?- dice chirriando el oficial que guarda la entrada a la casa.

Ella voltea a ver al oficial mientras un glacial humo sale de su boca cada vez que respira.

-Y que lo digas... Un maldito frío increíble.

-Y usted sin abrigo de paso...

-Es que se me ha olvidado traermelo... con el susto que me he llevado de ese muchacho cuando apareció en mi puerta, bueno, usted imagínese.

Falacias, Pólvora Y Una Pizca De Verdad: Historias Del Viejo Y Sucio OesteTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon