Capítulo 4: Sábanas italianas

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«¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar, Lena?», se preguntó. Lorenzo se acercó a ella, descalzo, con una copa de vino en cada mano. Había dejado su chaqueta sobre la cava y llevaba la camisa a medio desabotonar.

—Esta es la pieza más preciada de mi cava: un Barolo, Giacomo Conterno, la bodega más prestigiosa de Piamonte —dijo con orgullo, extendiendo una de las copas a Lena y soplando un mechón de cabello que le caía sobre la cara.

Lena examinó el contenido con discreción. No vio burbujas extrañas, pero no quería correr riesgos, pues no había visto si Moretti había vertido alguna droga en el líquido.

—Sostén la copa por el tallo, no quieres calentar el vino —dijo él, sosteniendo la suya a modo de ejemplo—. Si lo miras a contraluz, podrás apreciar sus matices. Aunque su cuerpo destaca a la vista, el impacto de este vino radica en su olor. Agita levemente la copa para liberar sus aromas...

Mientras Moretti continuaba su clase exprés sobre cata de vinos, Lena buscaba la mejor manera de someterlo a su control.

—Da un pequeño sorbo y deja que se extienda por tu boca —continuó Lorenzo, haciendo la demostración.

Lena hizo el ademán de beber, pero dejó que el vino se derramara sobre su vestido.

—¡Maldita sea! —exclamó fingiendo sorpresa—. Creo que ha sido suficiente vino por esta noche, el alcohol no se me da bien...

—Tranquila, no te preocupes —dijo Lorenzo poniéndose de pie y apresurándose a ofrecerle un pañuelo—. Subamos a mi habitación para que puedas tomar una ducha. Te prestaré una de mis batas.

Lena le devolvió una mirada coqueta, aparentando seguirle el juego. Recibió el pañuelo y frotó su pecho con él, muy despacio, buscando nublar el juicio de Lorenzo. Fue fácil conseguirlo, pues él se mostraba impaciente y acalorado.

«Tranquilo, campeón. Hoy no será tu noche», pensó dejando escapar una sonrisa. Ya había elaborado su plan, solo debía ejecutarlo.

Ya en el cuarto de baño y con la bata de seda en las manos, dejó correr el agua de la ducha y entreabrió la puerta para espiar a Lorenzo, que había procedido a quitarse la ropa para enfundarse una bata. Tal y como había supuesto, su cuerpo no le resultó nada impresionante: sin músculos, con un tatuaje de marinero en el brazo que no le sentaba muy bien, y con los hombros caídos. Aún así, le encontraba cierto encanto.

Lena se quitó el vestido y entró a la ducha, con cuidado de no deshacer el elaborado peinado. En el tocadiscos de la habitación empezó a sonar Core n'grato, una vieja canción italiana lenta y emotiva, y Lorenzo empezó a cantar, sorprendiendo a Lena con su melodiosa voz.

Luego de unos minutos, ya con el cuerpo seco y vistiendo la bata, se dirigió al dormitorio en el que Lorenzo había dispuesto unas velas para generar una atmósfera provocadora. No pudo evitar sentirse impresionada, y recordó la última noche con Arthur, antes de enterarse de su ascenso y traslado a Berlín. En esa ocasión usaron velas porque se cortó la luz eléctrica en el hotel barato al que fueron, que se encontraba a media reconstrucción, como muchos de los edificios de la zona en la posguerra.

—Hola, principessa —dijo Lorenzo con una sonrisa sincera, y golpeó con la palma de la mano el espacio de la cama que había separado para ella, invitándola a acostarse junto a él—. Estas sábanas hiladas a mano son tan suaves que te sentirás en el cielo. Compruébalo por ti misma.

Por un momento estuvo tentada de seguirle el juego, pero por su mente cruzaron las imágenes de los últimos asesinatos. No podía involucrarse con un sospechoso. Pero, ¿qué era lo peor que podría pasar? No estaba en servicio, no había nadie cerca, y podría aprovecharse de eso para sacarle toda la información que quisiera...

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