Draco. «¿Te parece extraño que quiera pasar tiempo contigo»

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—Señor Malfoy —me llamó la señorita Pince—, la biblioteca está a punto de cerrar.

Saqué la cabeza de los libros y pergaminos y me froté los ojos. ¿Ya eran las ocho de la noche? ¿Cuántas horas llevaba entonces enfrascado en todas esas lecturas? Debía de haberme quedado todo el día leyendo sobre la historia de la pureza de sangre. También había leído sobre los mejores magos de la historia, tratando de encontrar ejemplos de algunos que fuesen nacidos de muggles. Pero, si los había, la historia se había encargado de borrarlos.

Estaba agotado y sentía que había desperdiciado todo el día, pues no había conseguido sacar nada en claro. Al menos, gracias a los archivos administrativos, había encontrado una lista de todos los alumnos admitidos este año por primera vez. La había repasado dos o tres veces y había señalado todos aquellos apellidos que no me resultasen familiares. Chapman, Rogers, Kaur...

Mi intención era hablar con esos alumnos de primer año que no tuviesen un previo conocimiento de la magia y preguntar por sus dificultades. Quería ayudarlos. Quería que pudiesen tener ese apoyo y ayuda que la mayoría de nosotros habíamos obtenido de nuestros padres. Quería que ellos también nos ayudasen a nosotros a comprender mejor parte de su mundo.

—Señor Malfoy —insistió la bibliotecaria—, de veras, debe marcharse.

—Sí, lo lamento, señorita Pince —murmuré, haciendo amago de guardar todos los libros que estaban desperdigados por la mesa.

—Déjelo, señor Malfoy. Por favor, ya me encargo yo.

Asentí, algo cansado y me marché. Nadie más estaba en la biblioteca a esas horas. Ni siquiera Granger. Me rei para mis adentros. Algo me había contagiado esa pequeña sabelotodo. Sin darme cuenta de que estaba sonriendo, caminé hacia el Gran Comedor.

Me pesaban los ojos. Y también las piernas. Nunca pensé que estar horas sentado frente a unos libros pudiese ser tan agotador. ¿Cómo podía Granger soportarlo?

—Es todo una farsa.

Me giré en cuanto reconocí la voz de Crabbe. Varios alumnos se agolpaban junto a él.

—Lo que les digo, él no cambió. Él sigue siendo el mismo mortífago de antes. 

La palabra me provocó nauseas. ¿Estaba hablando de mí?

—¿Y por qué entonces está con la sangre sucia? —preguntó Nott.

—Porque no tiene principios. Puede que le repugne la sangre sucia, pero se prostituye para que el mundo mágico lo alabe.

—Nadie te creerá.

—Pero es la verdad.

—Entonces, destaparemos sus sucios secretos.

Ellos no parecían haberme visto. Y yo no iba a quedarme más tiempo para que me descubriesen. Nott tenía razón en una cosa, nadie los creería. Granger y yo habíamos pasado las últimas semanas juntos. Todo Londres mágico nos conocía como la pareja del momento. El nombre de mi familia seguía siendo famoso y Granger lo era aún más.

Además, Crabbe no tenía razón. Yo no era un... No era eso que me llamaba. Nunca lo quise ser en primer lugar. Y no me repugnaba la sangre de Granger. Ya no. Quizás, nuestra relación no fuese lo que inténtabamos hacer ver, pero no era del todo mentira. Las Navidades indicaban lo contrario. Y yo realmente estaba haciendo esfuerzos por enmendar lo que rompí. Así que no. Nadie los creería. Porque esa ya no era la verdad.

Cuando crucé las puertas del Gran Comedor, lo primero con lo que se encontraron mis ojos fue con la sonrisa de Granger. Estaba junto a Weasley, riendo y empujándolo. Su pelo estaba encrespado y voluminoso, pero eso solo hacía que ella destacase más. Tenía los ojos cerrados, pero se apreciaban las arrugas que se le formaban al sonreír. No podía escuchar lo que estaban diciendo, pero tanto ella como sus amigos parecían animados. Cuando Granger abrió sus grandes ojos castaños, miró hacia mí. 

Besos de humo | Dramione & RonsyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora