Pansy. «¿Has perdido el juicio?»

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No me equivocaba. Nada más puse un pie en el Gran Comedor a la hora del desayuno, todas las conversaciones que los demás alumnos habían estado teniendo se detuvieron al instante. Sentí cientos de miradas sobre mí, así que compuse mi mejor sonrisa y dejé que la oleada de susurros me bañasen. Esa atención era mi fuente de energía.

Dejé que mi sonrisa radiante sirviese de escudo y caminé lentamente hasta la mesa de Slytherin. Apenas había estudiantes de mi casa, y, los que había, preferían mantenerse alejados de mí y no ser relacionados conmigo. Lo entendía. Los demás ya habían separado entre "Slytherins buenos" y "Slytherin malos". No habían dudado mucho al ponerme en la segunda categoría.

—Vuelve a tu cueva, mortífaga —me gritó un Gryffindor de primer año.

La mitad de los alumnos de primero eran alumnos que habían estado en primero el año pasado. La otra mitad eran niños que nunca habían estado en Hogwarts, pero era el año en el que les tocaba entrar. Fuese de la clase que fuese, este niño sabía de mí.

—Oh, cariño, jamás me haría ese tatuaje —le respondí, sin borrar mi sonrisa—. Luce horrible y no va con mis ojos.

Me senté en mitad de la mesa, al lado de varios estudiantes que habían dejado sus pláticas congeladas. Algunos se retiraron en cuanto me coloqué junto a ellos, como si yo contagiase la viruela de dragón. No pude evitar reírme.

—Cariño, ojalá se te pegase algo de mí. Ya sabes, como mi talento natural para maquillarme. Algo me dice que a tus ojeras no les vendría mal. Y tu rostro necesita desesperadamente algo de color —le dije a la chica que había puesto una mueca de asco mientras se movía varios sitios más allá.

—Oye, Parkinson, ¿no es agotador ser una abusona, incluso con tu propia casa? —preguntó alguien, de una mesa más allá.

Miré en su dirección y no me sorprendió encontrarme a Hermione Granger. Claro que Hermione Granger iba a juzgarme. Claro que ella era doña Perfecta, la bruja más brillante de su generación, la salvadora del mundo mágico, la nacida de muggles que luchó junto al Elegido codo con codo para derrotar al Señor Tenebroso. Claro que ella no entendería nada. No pude evitar soltar una carcajada sonora. Vaya hipócrita.

Yo debía aguantar insultos y miradas asesinas por entrar a una habitación, pero si me defendía era la abusona. Supongo que con ella, siempre había sido así. Cuando éramos más pequeñas, ella no perdía la oportunidad de recordarme que solo tenía aire en la cabeza. Pero, por supuesto, yo era la abusona cuando me reía de sus dientes gigantes. Y claro que ella podía decir que yo era "más tonta que un troll con conmoción cerebral", pero yo no podía decir que su belleza solo resaltaría si la comparásemos con un primate. Porque, al fin y al cabo, ella era la heroína, y yo la chica que había sugerido que entregásemos a Potter cuando El-que-no-debe-ser-nombrado atacó el castillo.

Sin embargo, no respondí con nada de eso.

—Quizás fuese agotador para ti, amor, pero algunas nos debemos a nuestro público.

—¿Tu público? —preguntó ella.

—Sí, mi público. Verás, querida, no solo tienes que conformarte la atención de jugadores de Quidditch fracasados que se chupan los dedos como insinuación sexual...

El rostro de la castaña se descompuso de sorpresa. Aproveché para levantarme y acercarme a su grupo de amigos. Podía sentir los cuchillos que trataban de lanzarme todos con la mirada. Pero la cara desarmada de Granger era un premio más que gratificante.

—Sí, cariño, no es tu culpa, pero todos fuimos testigos de cómo el cerdo de McLaggen coqueteaba contigo —le dije, con voz animada y sonrisa inquebrantable—. Y todos hubiésemos preferido no serlo —agregué en susurros lo suficientemente altos como para que una gran parte de la mesa los oyese.

Besos de humo | Dramione & RonsyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora