David vino hacia mí en el encuentro al final de mi clase.

"¿Puedo hablar contigo?" Me preguntó con una sonrisa.

"Claro, ¿qué sucede?" le respondí, sintiéndome un poco nervioso por su presencia.

"Son las tres, es la última hora y me debes una cita, ¿recuerdas?" dijo David, recordándome la promesa que le hice.

En ese momento, todo cobró sentido y me sentí terriblemente avergonzada por haber olvidado nuestra cita. "¡Oh, Dios mío! Lo siento muchísimo, David. Me olvidé por completo. ¡Qué vergüenza!" le dije, sintiéndome realmente tonta por mi descuido.

"Pues te toca pagar", dijo David con una sonrisa traviesa.

Me sentí aliviada por su respuesta amistosa y decidí compensar mi olvido con una actitud positiva.

"Por supuesto, te lo debo. ¿A dónde te gustaría ir?" le preguntó, tratando de recuperar la compostura.

David sugirió un café cercano que conociera y juntos nos dirigimos hacia allí. Durante el camino, conversamos animadamente, y poco a poco la vergüenza inicial se fue disipando. A pesar de mi desprecio, me sentí agradecida por la oportunidad de compartir tiempo con David y esperaba poder redimirme con una cita más agradable.

Después de mi disculpa, David respondió con una sonrisa comprensiva. Nos dirigimos hacia el café que había sugerido, y durante el camino, decidimos que era hora de conocerlo mejor.

"Entonces, ¿qué te llevó a convertirte en profesor?" preguntó, interesada en su historia.

David compartió que siempre había sentido pasión por la enseñanza y que disfrutaba ayudando a los estudiantes a descubrir su potencial. Me pareció admirable y seguimos conversando sobre nuestras experiencias en la educación y nuestras visiones para el futuro. A medida que hablábamos, me di cuenta de que David era más que una simple cara atractiva. Tenía una pasión contagiosa por su trabajo y una personalidad encantadora. Poco a poco, mi vergüenza se disipó, y me encontré disfrutando de nuestra conversación más de lo que había imaginado. Cuando llegamos al café, pedimos nuestras bebidas y nos sentamos en una mesa junto a la ventana. El sol brillaba afuera, y el ambiente relajado del café nos invitaba a continuar nuestra charla.

Pasaban los días y David cada vez era más constante al aparecer por mis clases. Me parecía gracioso y amable; Parecía una persona encantadora, y él se dio cuenta de ello. Aun así, a veces se quedaba observándome o molestando, y algunas veces quedábamos juntos. Pero había algo más: Lucas parecía molesto conmigo. Recordaba haberlo dejado cortado y me arrepentía de ello, pero no había tenido momento para hablar con él, así que él tuvo que ser el primero en mencionarlo.

"Alex, una cosa, ¿me odias?" Me preguntó sinceramente, y tomé su mano.

"Claro que no, ¿por qué lo haría?" respondí, confundida.

"¿No te das cuenta?" dijo, antes de marcharse triste.

No pude entender por qué se sentía así. Hacía días que no hablaba con él, no lo escuchaba en clase y tampoco se sentaba en primera fila. Me parecía extraño, pero no había visto nada más. Sin embargo, ese día me di cuenta de algo: las chicas ya no lo miraban, y los chicos se reían de él. ¿Sería por mi culpa? No lo sabía, pero quería descubrirlo. Decidida a descubrir qué estaba sucediendo con Lucas, me acerqué a él con una mezcla de preocupación y determinación, pero noté que él evitaba mi mirada y parecía incómodo.

"Lucas, ¿puedo hablar contigo un momento?" preguntó, notando su nerviosismo.

Lucas dudó por un momento antes de responder con brusquedad: "No, no es un buen momento".

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