23.

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Era una tarde de sábado, el sol ya había comenzado a bajar en el horizonte y el aire fresco se hacía notar en las calles.

El reloj marcaba las diez de la mañana y Axel continuaba recostado en su cama. Las noches eran sus mañanas, las madrugadas sus tardes y las mañanas sus noches. Su horario se había desincronizado, y no por una cuestión de jet lag; a decir verdad, Axel había perdido las ganas de viajar, de salir de casa desde el accidente. Durante tres años no había parado el cuerpo, viajando por todo el lado y pasándolo bien como nadie. Pero aquel accidente en la nieve había frenado sus planes. Y eso lo deprimía. Sin embargo, empezaba a mejorar, gracias a Saray, que había sido más cabezota que él y había insistido en que siguiera el tratamiento. E interiormente, se sentía muy agradecido por ello.

El reloj interno de Axel lo despertó antes de que el timbre de la casa invadiera con su sonido molestoso. Por supuesto, esa tonadilla adquirió el defecto de "molesta" cuando Axel pasó de la infancia a la pubertad y se vio obligado a abrir la puerta como el chico bueno, maduro y responsable de la casa. Los fines de semana Adelia no estaba, ésos eran sus días libres, así que tenía que contestar a quien llamara a su puerta.

Su torso estaba desnudo y empapado. El calor lo obligaba a desvestirse por la noche y buscar cualquier fuente de frescura posible. Levantó una almohada del suelo y la usó como una toalla provisional. Entró en su espacioso vestidor, contiguo a su dormitorio, abrió un cajón del Sinfonier y se vistió sólo con unos calzoncillos. Bajó lentamente las escaleras hasta la planta baja.

El timbre de la puerta sonó por segunda vez. Axel se volvió hacia el interfono, sólo para recordar segundos antes de contestar que no le apetecía mirar la camera, por pereza de la vida.

Abrió la puerta de la entrada y ella estaba ahí, como lo solía hacer en aquellas temporadas de primavera, verano, otoño e invierno; cuando aún estaban juntos, cuando aún se aceptaban sus virtudes y defectos. Alicia estaba vestida como aquella primera vez que la conoció: en esa chupa de cuero, pantalones rojo oscuro y un collar de plata diminuto.

—Buenas —dijo ella al notar que ninguno de los dos quería romper el hielo de manera tan incómoda.

—Hola. ¿Qué haces aquí? —respondió Axel con la misma infertilidad social en su voz.

—Necesito tu ayuda.

"Necesito tu ayuda". Esas tres palabras siempre conllevaban a una tarea muy difícil en la época que estos dos jóvenes se besaban apasionadamente porque creían que la química nunca acabaría. Aquel enunciado alguna vez se refirió a «Ayúdame a mover los muebles de mi casa, o acompáñame a comprar regalos, o dame una mano para conectar con los restaurantes más frecuentados de la ciudad.». Así era Alicia.

—¿Me vas a dejar pasar? —si bien era cierto que el pegamento ficticio que unía a esta pareja se había desintegrado, ella no dejaba de ser la misma.

—Pasa —Pese a ello no le quitaba los buenos modales a Axel.

Alicia asintió y caminó hacia la casa con un movimiento dubitativo. Como si la separación de ambos hubiera provocado que todo lo relacionado a su ex fuera desconocido; incluyendo la vivienda a la que tantas veces entró y durmió. Se sentó en el sofá del gran salón y percibió la pesadez en la casa, cargada de una energía deprimente.

—Tengo café. Ah, pero tú no tomas café. Tengo cianuro, se te apetece, un poco más fuerte, quizás —dijo Axel en tono irónico.

—Vete a la mierda, Axel. No eres gracioso —él levantó las cejas, reprimiendo una carcajada.

Alicia lo fulminó con la mirada.

—¿A qué debo el placer de tu visita? —preguntó Axel.

—Necesito hablarte de algo muy serio, algo que no te he dicho hasta hoy, pero que necesito decirte.

Combate de Amor | Terminada y completaWhere stories live. Discover now