—Lo prometo.

—Así me gusta. Bueno, en resumen, no me vuelvas a desobedecer ¿eh? En pensar en hacerlo mejor dicho porque a pesar de las obvias consecuencias que te ganarías en casa podrían pasar cosas malas allá afuera. Mientras no pueda comunicarme con ustedes sus salidas serán muy limitadas.

—No lo vuelvo hacer —contestó—, ¡Llévanos a conocer la ciudad por favor!

—Mañana puede ser porque recuerda que el fin de semana lo tendremos ocupado.

—¡Genial! —saltó de su asiento irradiando felicidad.

—No te vayas a caer chiquito —carcajeé levantándome de la silla y yendo nuevamente a terminar la comida—, ¿eso significa que comerás todo lo que estoy preparando?

—No —su cara cambió—, ya te lo dije, no tengo hambre Damián. Eres fastidioso cuando quieres serlo.

—Hey nos estamos pasando con esos comentarios irrespetuosos, peque. Basta o tomaré medidas —dije muy enserio—. Sube a ducharte. Vamos, andando.

—¿Y luego me acuesto cierto? —lo dijo tan rápido que su lengua casi se traba—, ¡Bien, allá voy!

—¡Yo no te indiqué eso jovencito, más te vale venir a sentarte a esta mesa! —fue lo único que logré decirle después de que huyera de la sala.

Revolví la olla con el puré de patatas y miré el pollo del horno. Iba a agregarle zapallo o calabaza como se les dice en otras partes del mundo sin embargo tengo a un nene que no le gusta y ni siquiera lo ha probado por lo que preferí no generar conflictos y evitar aquel ingrediente en la comida. Algún día lo probará y no se enterará de lo sucedido.

Recuerdo que mi madre lo hacía todo el tiempo, yo era un chico muy selectivo con todo y de la noche a la mañana me comenzó a dar ricos postres o galletas mágicas según ella, en realidad eran las mismas cosas que necesitaba en mi cuerpo, pero preparadas de una manera diferente. Lo mismo en los almuerzos, había figuritas de dinosaurio, zanahorias y hasta conejitos. Planeo implementarlo de igual forma con mis niños solamente que esta vez no podré colocar cosas de "bebés", si no la presentación será distinta.

Esperé alrededor de veinte minutos mientras veía mi celular y el horno se detuvo. Todo estaba listo para almorzar y comencé a llamarlos.

—¡Noah, Dylan, bajen! —había puesto la mesa antes por suerte.

—¡Ya! —respondió solo uno.

Creo que tendremos problemas y es únicamente por la actitud del mayor. No lo obligaré a comerse todo ese plato si no puede, tal vez tiene un estómago más pequeño porque antes no se alimentaba y lo comprendo, pero tampoco dejaré que implemente el ritmo de antes. Su hermano menor es muy diferente, él come como si se fuera a acabar el mundo mañana. Ama la hora del desayuno, almuerzo y cena.

—Noah, siéntate que ya te sirvo —le dije sacando un plato de la alacena.

—¿Qué hiciste de delicioso? —preguntó entusiasmado.

—Pollo al horno y puré de patatas —sus ojos brillaron.

—¡Woah, quiero probarlo! —reí cuando se lo dejé enfrente—, nunca había comido algo así.

—Hoy lo harás. Adelante y come despacio o te dolerá la panza luego —asintió.

Esperé, juro que esperé no uno si no diez minutos la llegada de Dylan y nunca apareció. Por esa misma razón dejé un momento a solas al menor y subí esas escaleras con la esperanza de que mi hijo haya cambiado de opinión y esté tan feliz por verme que salte como un resorte para ir a comer. Pero eso ocurre solamente en los cuentos de hadas ¿no?

Small stepsNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ