Capítulo 30

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Estigia llevaba a mi hermana dormida sobre el hombro

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Estigia llevaba a mi hermana dormida sobre el hombro.

De todo lo sorprendente de aquella imagen, lo más chocante era que no se había quejado en ningún momento, y que, además, la idea había sido suya.

Yo había intentado despertarla, pero, aunque consiguiese que abriera los ojos, volvía a dormirse al momento, y, como teníamos que abandonar el barco, no podíamos dejarla más tiempo durmiendo en el camarote.

Aunque les echaba miradas constantemente, me había alejado de ellos. Estaba algo ansiosa y necesitaba hablar con alguien, y, cada vez que le había susurrado algo a Estigia, me había mandado callar con un gesto de mano.

Le tenía más respeto al sueño de mi hermana que a mí misma.

Me puse al lado de Davien, dispuesta a entablar conversación con él.

—Hola —le saludé con una sonrisa.

Él me miró por el rabillo del ojo, sin molestarse en girarse y darme la cara, y me saludó con un asentimiento de cabeza.

Me fijé en su cabello blanco, que llevaba por los hombros, y en que llevaba un uniforme muy similar al de Estigia.

—¿Tú también eres guardia?

Davien soltó un bufido, riéndose de mi pregunta.

—Soldado de marinería —informó señalando una medalla que colgaba de la solapa de su chaqueta. Era de metal y tenía el grabado de un barco, cuyo palo mayor tenía la forma de una espada.

Eso tenía bastante sentido, teniendo en cuenta que formaba parte de la tripulación del barco Real de Rommel. Entonces, los que yo había pensado que eran simples marineros eran, en realidad, parte del ejército del agua.

Davien acercó su cara a la mía y me susurró al oído, con la mirada puesta en algo que había detrás nuestro: —Mi puesto es bastante más interesante que el de un guardia.

Apoyando una mano en su pecho, le alejé de mí, algo brusca.

Entendí que, con esas palabras, pretendía decir que su trabajo era mejor que el de su hermano.

No pude evitar reírme de él.

Por Aledis, su hermano era, literalmente, la mano derecha del Rey Menor Rommel.

—Vaya. —Fingí asombro. —Bueno, pues, como soldado que eres, ¿podrías ayudarme con una cosa?

—Por supuesto. —Asintió enseguida, complacido con la idea de ser de ayuda para alguien a quien veía indefenso y de conocimientos escasos, al menos, eso me dejaba entrever su expresión.

—¿Sabrías decirme por qué hemos embarcado en una orilla que da a una selva? —cuestioné, ya hecha a la idea de que, o no tendría la respuesta, o, de tenerla, no me la daría.

El peón del rey (Coronas de Papel I) ©Where stories live. Discover now