Capítulo 19

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Narrador omnisciente

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Narrador omnisciente.

Tálespel se fragmentó en pedazos bajo los pies de Korina con la intención de abrazar a la joven y llevarla a su interior.

La tierra no podía hablar con ella, no podía pronunciar palabras que fuese a comprender, pero sí que podía mostrar para ayudarla. Así que cuando Korina se halló en aquel punto exacto, Tálespel la llevó hacia sus profundidades; a aquel búnker subterráneo.

Korina no tuvo tiempo de gritar; enseguida, sus pies volvieron a estar firmes sobre el suelo. Al mirar a su alrededor, no comprendió qué había pasado, pero sí supo en qué lugar estaba. Las paredes blindadas, las armas antiguas que colgaban de estas —espadas, hachas, lanzas, arcos, flechas... —y, en especial, por la mesa que había en el centro, donde reposaban mapas y fotografías.

Korina no habría recibido una buena educación, pero sí que había oído hablar sobre la Guerra de Sucesión y los búnkeres creados por los ejércitos de cada reino, y supo que se hallaba en uno de estos.

La joven caminó hacia la mesa, con la respiración entrecortada, todavía preguntándose cómo había acabado en aquel lugar.

Sus dedos alcanzaron los papeles que había sobre la mesa, y al tocarlos sintió una superficie tallada bajo estos. De un manotazo los tiró todos al suelo. En la mesa de madera estaba tallado un mapa, que, a diferencia de los de papel, mostraba más tierras de las que Korina conocía.

Pasó las yemas de sus dedos por los nombres que ya conocía.

Reino Mayor de Tálespel.

Reino Menor de Arcadia.

Isla Egeo.

Acarició los otros Reinos Menores de Tálespel y, tras el último, el Reino Menor de Rommel, sus ojos se posaron en el otro Reino Mayor del mapa.

Su pulso se desbocó y sintió arcadas, como si su corazón estuviese a punto de salírsele por la boca.

Reino Mayor de Infrerto.

Acarició la línea que lo enmarcaba —sus costas—, que era tan irregular, llena de salientes y entrantes en forma de punta, que varias astillas se le clavaron en el dedo índice. Pero eso no la detuvo. Recorrió cada rincón de aquel desconocido reino tantas veces que memorizó cada palmo de este, y, no contenta con esto, cogió uno de los papeles del suelo, buscó algo para escribir, y marcó sobre la cara en blanco el mapa de Infrerto.

Korina sostuvo el papel entre sus dedos temblorosos durante una eternidad, hasta que lo guardó en su bota y se agachó sobre el suelo para contemplar el resto de mapas y fotografías.

Había mapas de Tálespel —generales— y mapas de cada reino —mucho más detallados—. Guardó en su otra bota un mapa de Ambrosía. Residía ahora en ese reino y se dijo que, si no quería depender de otros, debía guardarlo aunque no comprendiese en su totalidad la geografía ni la cartografía.

La joven revolvió todos los papeles, ojeando cada uno de ellos con rapidez y nerviosismo, hasta que sus manos dieron con un dibujo diferente. No era un mapa; era un dibujo de dos personas —dos mujeres—. Como cabía esperar, Korina no conocía a ninguna de ellas, pero algo hizo que se detuviese a mirar con atención a aquella pareja. Era un dibujo a carboncillo, así que no tenía ningún color aparte del negro. Quizás le llamó la atención la mirada de complicidad entre ellas, o quizás fueron los cuernos retorcidos que tenía una de ellas en la cabeza.

Korina no conocía ni había oído hablar de ninguna criatura con cuernos y con forma humana, pero en el palacio de Arcadia había visto una estatua con esos rasgos.

Planteándose la posibilidad de que fuesen reales, Korina se llevó consigo ese dibujo también. Igual podía preguntarle a Estigia sobre ello.

La joven se incorporó tras haber visto ya todos los papeles y dejó estos atrás al dirigirse hacia una puerta. Con mucho esfuerzo consiguió abrir la oxidada puerta, pero una mata de polvo salió de la habitación a la que daba.

Korina se tapó la boca y cerró los ojos mientras tosía.

Sacudió la mano frente a su cara, apartando el polvo y se introdujo en la habitación.

No había más que escombros, y algo le dijo que ahí debía haber habido algo mucho más interesante, incluso, que los mapas.

Apoyada sobre una de las paredes había una escalera que daba un agujero sobre el techo.

Korina respiró tranquila, aunque inundando sus pulmones de polvo.

Corrió hacia la escalera y salió de aquel búnker escuchando cómo el hueco por el que había caído volvía a su estado inicial.

El peón del rey (Coronas de Papel I) ©Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon