Un cactus sin espinas

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Narrador: Brack


Pasaron algunos días. Estábamos a 5 de enero y todavía no había ido a hablar con ella.

La única interacción que tuvimos fue aquel día en el que nos dimos un tiempo. Y eso que ni siquiera me habló directamente.

Estos días solo me habían servido para estresarme todavía más.

Si ya de por sí mi vida era un estrés constante, el hecho de que ella no estuviese a mi lado y de que probablemente ya no me quisiera era la gota que colmaba el vaso.

Todas estas noches, tuve que dormir con Ángela. En cierto modo hasta me acostumbré.

Aunque cuando se despertaba antes que yo me despertaba pegándome con la almohada, diciéndome que saliese de su cama.

Era una bendición despertarme antes que ella.

También, ella me estuvo "ayudando" estos días. Aunque para mí, lo que me obligaba a hacer no tenía sentido ninguno.

Me obligaba a abrazarla, a decirle cosas "bonitas" y a sonreír a veces.

No entendía por qué. ¿En qué me ayudaba eso?

Cuando le pregunté, su respuesta fue la siguiente: "Te digo que me abraces para que te acostumbres al contacto físico. Te digo que me digas cosas bonitas para que aprendas a expresar esas cosas que tienes en tu interior, esas que piensas inconscientemente pero que nunca dices. Y, te digo que sonrías para que muestres algo de humanidad".

Bueno, lo de "mostrar humanidad" me pareció una estupidez.

Yo sí que sonrío a veces, pero solo cuando es necesario.

Aunque tengo que admitir que las otras dos cosas creo que sí que me ayudaron en algo.

Al menos, consiguió que me dejase abrazar sin quejarme.

Y lo de decirle cosas "bonitas", bueno, eso era en contra de mi voluntad. Me obligaba a decirle cosas que ni siquiera sabía si pensaba realmente, pero tenía que hacerlo para que se callase.

Justo dentro de unos momentos. Tendría otra sesión de "quitarle las espinas al cactus" como dice ella.

Me dirigí hacia su habitación y toqué su puerta de mala gana, sabiendo lo que me esperaba.

Me abrió la puerta y me invitó a pasar a su habitación.

Me dirigí a su cama y me senté sobre esta. Mientras ella cerraba la puerta, yo empecé a quejarme en voz alta.

—A ver, ¿qué me espera hoy? ¿Voy a tener que soltarte un discurso en plan película romántica?

Ella se acercó a mí sonriendo.

—No, creo que ya te he torturado lo suficiente estos últimos días. Hoy va a ser algo ligero.

—Menos mal —suspiré acostándome en su cama—, hoy he tenido un día horrible, no necesito que me hagan sufrir más.

Se sentó a mi lado, mirándome.

—No te preocupes eso.

La miré, curioso.

—¿Entonces qué tengo que hacer hoy?

—Bueno, siguiendo con lo de expresar tus sentimientos...

Oh no.

—...pensé en que me dijeras algún recuerdo conmigo al que le tengas cariño.

—Es curioso que todas las preguntas que me haces sean acerca de ti —comenté extrañado.

Cegada por el amor Where stories live. Discover now