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- ¿Por qué tienes esa expresión triste? Creí que te gustaría respirar aire fresco. - le di un rápido vistazo a Marianne, se mantenía callada mientras miraba por la ventana.

- Estaba feliz hasta que me aburrí - suspiró profundamente -. ¿De quién es este auto?

- Nuestro, lo compré con mis ahorros así que hasta que encuentre un nuevo trabajo tendremos que conformarnos con comer barritas - le lancé una. Ambas reímos y yo acomodé las gafas oscuras en mis ojos -. Ya estamos por llegar.

- ¿Puedes recordarme a quién visitaremos? - masticó la barrita.

- Su nombre es Agustín. ¿Lo recuerdas?

- ... Agustín... creo que no - arrugó el entrecejo -. ¿Debería hacerlo? Lo siento.

- No te preocupes - acaricié su mano sin despegar la mirada del camino -, es un viejo amigo, está bien si no lo recuerdas.

Dediqué horas de mis madrugadas a leer todo lo que debia saber sobre la enfermedad de Marianne y luego de leer mucho pude determinar que se encontraba en la quinta etapa; fase moderada. Así como tenía cortos periodos de lucidez le seguían largos donde le era imposible recordar sucesos importantes o recientes de su vida. Repetía las mismas preguntas, historias o palabras de forma constante y las tareas sencillas del diario vivir necesitaban ser asistidas por un segundo. Si tenía suerte tardaria en llegar a la fase moderadamente grave y fase severa.

Sin embargo todo era incierto, la enfermedad podía tardar días o años en avanzar sin importar los buenos cuidados que recibiera, lo único que me quedaba era orar y esperar a que sucediera lo mejor.

Giré en el cruce hacia Andalucía, los verdes campos repletos de viñedos y/o cosechas de olivos y hortalizas eran visibles aún desde la distancia, pero en la cercanía eran preciosos. Marianne bajó su cristal y asomó la cabeza para disfrutar de la brisa que alborotada su cabello, por mi lado, saqué mi mano para jugar con la fuerza del viento.
La vida pintaba ser buena. La emoción de volver a verlo no cabia dentro de mi pecho, pero mis antojos de golpearlo hasta hacerlo vomitar sangre tampoco. Lo odiaba por haberme dejado.
Me detuve en la primera tienda del pueblo que encontré, un chico descargaba tarimas de verduras de un camión en la entrada. Me orillé y lo llamé con mi bocina.

El adolescente corrió hacia mi ventana y se inclinó para poder hablar correctamente. Con curiosidad observó a Marianne, luego nuestras maletas en la parte trasera y el baul casi a reventar. Sonreí.

- ¿Necesita algo, señorita? - secó el sudor de su frente con el borde de su camisa.

- Sí, una dirección, necesito... - me interrumpió.

- Cinco euros - extendió su mano hacia mi. Abrí los ojos de par en par sorprendida, pero terminé por buscar en mi bolso el billete. Él lo tomó con prisa -. Ahora si. ¿A quién busca? Conozco a todos en el pueblo.

- Entonces me serás de mucha ayuda - guardé mi monedero -. Necesito llegar a la granja de Agustín Marroquín.

- ¿Agustín? - se rascó la nuca - Puede que haya escuchado sobre él, pero creo que necesito otros cinco euros para recordar.

- ¿Es en serio?

- Lo lamento. - hizo un puchero.

Coloqué los ojos en blanco, nuevamente saqué mi monedero y tomé otro billete de cinco euros. El chico me lo arrebató.

- Por supuesto, Agustín - chocó su mano contra su frente -, Agustín es mi amigo. Su granja está a las afueras del pueblo, solo debe seguir derecho hasta encontrar un cruce, giré a la izquierda y llegará.

Ruega por los pecadores.Where stories live. Discover now