009.

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Sentada en mi cama con las sábanas cubriéndome hasta el pecho, movía los pies ansiosa esperando que Marianne apagara la lámpara de su mesa de noche. Ella seguía leyendo la biblia mientras tarareaba esa melodía que solo me producía más sueño, pasaban de las once y si tardaba un poco más temía no poder encontrar despierto a Agustín. Pero Marianne cedió, se persignó y guardó la biblia en el cajón de la mesa, jaló la cadena de la lámpara y se acomodó para dormir. Aguardé sin moverme unos minutos más, levanté la frente y escuché salir de su boca el primer ronquido. Me apresuré a levantarme, ponerme los zapatos, guardar mi tesoro encontrado en la billetera de Nicolás y tomar mi bata.

Su cama estaba junto a la puerta, así que me acerqué de puntillas, moví mi mano frente a su cara para asegurarme de que estuviera dormida profundamente y abrí sin producir el más mínimo sonido. Al poner el pie fuera de la alcoba dejé salir un suspiro aliviado, empareje la puerta sin empujarla por completo y corrí escaleras abajo.
Me sentí victoriosa, aún sabía bien cómo escapar por la noche, aunque no me hiciera orgullosa.

- Ya lo sé. Marianne actúa extraño desde que esa niña llegó - escuché venir desde la cocina, me detuve en el último escalón e hice una mueca. Carlota encendió la luz de la cocina y abrió la nevera -. Se comporta como una madre sobre protectora.

- ¿Puedes juzgarla? Su hija tendría la edad de Abigail - Inés chocó su taza contra la superficie de la mesa -, sabes que jamás ha podido superarlo.

¿Hija?

- Sí, lo sé, cada vez que pienso en eso me siento muy triste. La pequeña Aurora era preciosa - suspiró -. ¿Y qué le ocurrió a Abigail el otro día? Actuaba como loca.

- Nicolás vió lo que había dentro del sobre, era una fotografía, no entiendo porque le afectó tanto pero sé que hay algo turbio detrás de esa muchacha. Yo no me trago esa historia de jovencita dedicada a la religión por amor a su tía. - habló masticando algo.

- No lo sé, está todo el tiempo tan triste y es tan rara que me parece inofensiva... ¿Puedes buscar la canela en la alacena?

- Claro. - se levantó de la mesa.

Me apuré a correr hacia el pasillo en ese momento, me uní a la oscuridad convirtiéndome en invisible desde el umbral de la cocina y abrí la puerta de Agustín de un jalón antes de que Carlota me olfateara. Durante mi estadía había descubierto que ella se fijaba en todo, lo sabía todo, lo quería saber todo, necesitaba descubrir en lo que los demás pensaban y cuestionarlo bajo su criterio. Agustín alejó sus manos de la leña de la chimenea y me miró sorprendido, estaba acuclillado frente a ella y acomodaba la madera correctamente. Aclaré la garganta y agité mi mano.

- Lamento no haber tocado, Carlota e Inés están despiertas - él se puso en pie, ambos nos vimos sin saber bien qué decir -. ¿Cómo está?

- Bien - forzó una leve sonrisa y acomodó sus manos detrás de su espalda -. ¿Y tú?

- He estado mejor. - me quité la bata, giré sobre mis talones para colgarla con los abrigos de Agustín en el perchero a un lado de la puerta.

- ¿A qué se refería Marianne esta tarde? ... cuando dijo que regresaría a tiempo para supervisar que comieras tú cena. - se acercó.

- Solo es sobre protectora, no es nada. - di dos pasos hacia él, lo detalle de pies a cabeza. Agustín se sentó en el sofá frente al fuego como si huyera de cualquier interacción que causara tensión.

- ¿Por nada supervisa tus comidas, se mudó a tu habitación y te obliga a tomar baños de hierbas?

- Lo acabo de decir, es sobre protectora - acaricié sus hombros lentamente pero rechazó mi tacto -. ¿Qué es lo que sucede con usted? Creí que ambos sabíamos lo que queríamos. - me paré enfrente de él.

Ruega por los pecadores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora