SEXTO CAPITULO

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Hace once años, en un rincón del tiempo donde el pasado cobra vida, un joven Leopold, de apenas cinco años, vagaba por los pasillos de una majestuosa iglesia gótica. Las altas y esbeltas columnas se elevaban como guardianes silenciosos, sosteniendo bóvedas que se perdían en las sombras. Desde lo alto, los vitrales pintados a mano lanzaban destellos de luz coloreada, proyectando historias sagradas y figuras celestiales en el suelo de piedra pulida. Cada rayo de sol que se filtraba a través de esos vitrales creaba un espectáculo efímero de colores danzantes.

Leopold corría por los pasillos de la iglesia, riendo con inocencia mientras sostenía en alto el Libro Sagrado de Sunna, objeto de deseo para las monjas que lo perseguían con gestos de frustración.

"¡Vuelve aquí, Leopold, devuelve el Libro Sagrado de Sunna!" exclamaba una monja, su voz resonando en los altos muros de la iglesia. "No es un libro de cuentos, devuélvelo a su lugar."

El joven Leopold se volvía hacia ellas y, desafiante, les mostraba la lengua. "Nunca me atraparéis."

El niño saltaba de banco en banco en la iglesia, mostrándose inalcanzable para las monjas que intentaban recuperar el precioso libro. Su risa resonaba en el espacio sagrado, desafiante y juguetona.

Una de las monjas, visiblemente cansada, colocó una mano en sus caderas. "Este niño es incontrolable, parece el hijo del mismísimo diablo. ¿Será acaso hijo de algún soldado caído?"

A pesar de los esfuerzos de las monjas por seguirle el ritmo, la mayoría de ellas, ya mayores, y sus hábitos característicos, dificultaban la persecución de Leopold, quien se movía con agilidad y destreza por el recinto sagrado.

El ambiente en la iglesia se tensó cuando la estatua estuvo a punto de caer por culpa de Leopold, dejando a todas las monjas boquiabiertas, observando el desastre casi acontecido.

"Ahora sí que he hecho un lío", reflexionaba Leopold, consciente del peligro que había causado.

Sin embargo, antes de que pudiera causar más estragos, algo lo detuvo y lo devolvió a su lugar. El Libro Sagrado también, que había sostenido con descuido, volvió a su lugar original siendo manipulado por hilos.

"Vengo a rezar, como de costumbre", anunció un joven de ojos rojizos y cabello oscuro peinado hacia los lados. Su sonrisa era enigmática y su presencia, aunque juvenil, emanaba autoridad. "Parece que Leopold os ha vuelto a dar guerra, ¿verdad?" añadió, soltando una risa ligera y burlona.

La reacción de Leopold fue inmediata. Corrió hacia el joven y lo abrazó con fuerza. "¡Giftkrieger ha vuelto!", exclamó con alegría y alivio.

Con una sonrisa, Giftkrieger le acarició la cabeza, observando a Leopold con curiosidad. "¿Qué has hecho hoy, pequeño rebelde?"

Leopold, con una mirada traviesa, respondió: "Jugar un poco con las matronas", provocando que las monjas presentes fruncieran el ceño, mostrando su desaprobación ante las travesuras del niño.

"Vamos, Leopold, acompáñame afuera", insistió Giftkrieger con una voz serena.

Leopold, aliviado por no enfrentar el regaño de las monjas, siguió a Giftkrieger fuera de la iglesia. Se encontraron en un paraje idílico: el cielo se extendía con un azul profundo, mientras que las vacas pastaban pacíficamente en un prado verde que se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Un riachuelo serpenteaba suavemente por el paisaje, y en la distancia se erguía una casa señorial de piedra con un techo de madera.

"¿Cómo está el padre?" preguntó Giftkrieger, refiriéndose a un tema delicado.

Pero Leopold, con la inocencia propia de su edad, desvió la conversación. "¡Háblame de tus hazañas! ¿Cuántos monstruos has derrotado hoy?", inquirió, sus ojos brillando con admiración.

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