Capítulo 24

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1 mes después...

Existe una antigua leyenda oriental sobre el destino, que habla de dos personas conectadas a través de un hilo invisible a nuestros ojos. No se trata de una unión superficial, ni siquiera pertenece a nuestro mundo. El Hilo del Destino une a las almas más allá de sus cuerpos y a través de todos los universos y dimensiones.

Solo aquellas personas que nacen con el don específico son capaces de ver estos hilos. Están atados al dedo meñique pues se conectan con una vena que va directo al corazón y se forman cuando dos almas se eligen para la eternidad, sin importar el contexto saben que volverán a encontrarse en otro mundo. Un hilo nuevo siempre es de color blanco y puro, como el amor. Existen casos especiales en los que la confianza se rompe, cuando un alma traiciona a quien eligió el hilo se torna negro y se convierte en karma eterno. Pero también hay ocasiones contrarias, cuando las almas se han elegido tantas veces que son como una misma, entonces el hilo se torna rojo y se convierte en la representación más fuerte del amor.

Todos poseemos hilos blancos, ya sea con nuestros familiares o amigos. Depende de nosotros evitar los hilos negros y, con un poco de suerte, quizá un día encontremos a nuestro hilo rojo, aquel que trasciende las leyes de lo humano.

No es capricho mío cuando pienso que mi novia es, de hecho, mi hilo rojo. Tengo más de un motivo para sospechar aquello. Comenzando por aquel viejo libro en la biblioteca pública de San Francisco, lo encontré empolvado en la sección de autoayuda. Hablaba sobre dimensiones alternas y cómo el hilo rojo era tan fuerte que podía mantener unidas a dos almas que pertenecieran a mundos diferentes.

Al verme tan interesada en el tema, la bibliotecaria me ofreció una docena de obras similares. En una abordaba la vida después de la muerte, y lo que pasa antes de que dos almas reencarnen juntas. O si un alma muere primero, espera a la otra en un plano celestial.

En otra encontré una teoría, acerca de un alma cuyo cuerpo ha fallecido pero que no puede abandonar el mundo de los vivos pues el hilo no lo permite sino hasta que su compañera también muera.

Me pareció que esa podía ser nuestra situación. Si las palabras del oficial Segovia eran ciertas, Gia falleció hace años, pero su alma permaneció atada a la mía y por eso habitó nuestro mundo como un fantasma, mientras yo soñaba con sus recuerdos.

Pasé las últimas semanas buscando más información dentro y fuera de la biblioteca, pero todas las investigaciones y teorías terminaban ahí. Nadie explicaba cómo recuperar a aquella persona fallecida o lo que sucedía con ella si seguía atada al hilo.

Solté un suspiro desconsolado, agotada por todo lo que me había esforzado. Me dolía la espalda y los ojos me ardían, pero aún quería seguir buscando. Iba a encontrar una respuesta, sin importar el costo.

Solo me detuve porque el reloj en la pared sonó, marcó las dos en punto y supe que era hora de salir. Devolví todos los libros tan rápido como pude, guardé mi libreta de notas en la mochila y me puse en marcha.

Avancé por las calles del Centro sobre mi patineta, entre los coloridos puestos navideños. Olía a tarta de manzana, té de canela y árboles frescos. Los clientes preguntaban por luces decorativas y los venteros pregonaban juguetes. La brisa fresca me congeló la nariz y tuve que hacer una nota mental para recordar que debía ponerme bálsamo de labios cuando llegara al instituto.

Entré al salón de música y lo primero que miré fue a Gia, con una guitarra acústica bajo el brazo. La pelinegra se giró hacia mí de inmediato y me sonrió con emoción.

—Hola, bonita —dijo. Mis mejillas se ponían rojas siempre que me llamaba de esa manera y aún no sabía cómo responder.

—Basta, o me harán vomitar por tanta cursilería —se quejó Joana. La rubia estaba sentada al lado de mi novia para explicarle cómo agilizar sus movimientos con las cuerdas.

Entre HilosWhere stories live. Discover now