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Lara no sabía qué hacer ni que decirle. Ya era tarde, estaba sosteniendo parte de su suéter para detenerlo.

—Lo siento, yo... —se excusó al soltarlo. Maldijo para sus adentros por haberlo detenido, ahora el chico la miraba confundido en espera de alguna explicación—. No conozco el lenguaje de señas, así que... no sé cómo hablarte —murmuró.

Se mantuvo en silencio por un segundo pensando en qué hacer hasta que recordó que entre sus dedos aún reposaba la hoja de papel en la que él le había escrito anteriormente. Entonces tomó la libreta y la pluma de las manos del joven para escribir algo, luego le pasó la nota.

Pero antes de que el joven lograra leerla, los amigos de Lara llegaron y le interrumpieron.

—¡Aquí estás! —su amiga se detuvo a retomar el aire, respiraba como si acabara de correr un maratón— Tienes que dejar de desaparecer así, me preocupas.

—¿Quién es él? —preguntó Theo refiriéndose al pelirrojo.

—Aún no lo sé, lo estaban molestando y lo ayudé.

—Hola, soy Saori —La entusiasmada joven se acercó a él y le ofreció su mano, sin embargo, no recibió un saludo ni un estrechón de manos como esperaba. En cambio, el chico se limitó a observarla sin mostrar ninguna expresión—. No es muy simpático que digamos.

—No es eso, no puede oírte.

—Ah, yo conozco el lenguaje de señas —levantó la mano como si de una participación en clases se tratara.

—¿De verdad Theo?

—Sí, mi abuelo era sordomudo.

—Entonces habla con él —sugirió Sao.

El alto castaño se acercó al nuevo amigo de Lara y movió sus manos de diferentes maneras para comunicarse con él.

—Yo Theo, mucho gusto. ¿Eres de acá?

—Acabo de llegar, busco una dirección.

—Podemos ayudarte si quieres.

El chico asintió y le pasó un pedazo de hoja en el que estaba anotada una dirección.

—¿Qué le dijiste? —preguntó Lara llena de curiosidad.

—Nada, parece que busca una dirección —le mostró el papel.

—Vivo cerca, yo lo llevo.

—Está bien, entonces vámonos Theo.

—Nos vemos mañana, Lara. Llama cuando llegues a casa —se acercó a ella para decirle algo al oído— no te fíes de él, hay todo tipo de psicópatas en estos días.

—No digas tonterías.

Tras despedirse dejaron a Lara con su nuevo amigo. Ella sostuvo su mano y lo guio durante todo el camino. Salieron del parque y caminaron por las pintorescas calles rodeadas de edificios, en su mayoría de piedra, ladrillo y madera oscura. Así eran las casas en esa parte de Edimburgo. Junto con el templado clima y el poco ruido ambiental lo hacía más acogedor.

Luego de caminar un largo rato en un silencio sepulcral, llegaron al lugar indicado. Estaban frente a una enorme casa de dos pisos, completa de madera oscura y unos grandes ventanales de cristal.

—Debe ser aquí —le echó un segundo vistazo a la casa—. Por años creí que estaba abandonada.

El chico abrió el portón y caminó sobre el pequeño camino de piedra hasta estar frente a la puerta principal, ella no le quitó la vista en espera de algo. Quizás un "gracias", o una simple sacudida de manos, pero no recibió nada a cambio.

Continuó su camino, cabizbaja. Abrazándose a sí misma por el frío de la tarde. Él terminó de entrar, dejó las maletas en el suelo y subió corriendo las escaleras hasta el balcón. Estando allí se estiró, asomó la cabeza y la buscó con la vista.

Para su suerte o desgracia, la encontró. Sintió tal alivio, que inconscientemente estaba sonriendo. La siguió con la mirada, la vio seguir la calle hasta al fondo y entrar al edificio de la esquina.

Las luces comenzaron a parpadear haciendo que su mirada se dirigiera al causante, Leonard, su "mayordomo".

—Qué bueno que ha llegado, señor.

—Leonard, qué gusto verte —movió sus manos con entusiasmo a la vez en que sonreía.

Me complace que diga eso. Por cierto, olvidó sus aparatos cuando se bajó tan pronto del coche para ir a ese parque. Solo llevó esos que no servían. Además, pudo fácilmente dejar que le trajera las maletas.

Te dije que los tiraras.

No puedo hacerlo, con ellos usted puede...

—¿Qué?, con ellos apenas si puedo oír lo que sale de mi boca. Solo me recuerda que cada vez estoy más sordo. Es una tortura depender de ellos toda la vida.

—Pero...

—¿Dónde está Nero?

—Descansa en la sala.

—¿Sabes dónde puedo conseguir lo necesario para enviar una carta?

—En el antiguo estudio de su abuelo, ¿quiere le traiga el papel y el sobre?

—No, iré yo mismo.

Abandonó el lugar caminando por los empolvados pasillos de esa antigua mansión. Llegó al estudio y se acomodó en la silla detrás del escritorio. Rebuscó entre los cajones hasta encontrar papel de carta, un sello, tinta y pluma. Cuando estuvo listo se dispuso a escribir, pero no pudo, pues le faltaba lo más importante: el mensaje.

¿Qué quería escribir? ¿Qué deseaba trasmitir por medio de sus palabras?

En busca de respuesta, dejó la pluma en su lugar y se dejó descansar más sobre el asiento, cerró los ojos y vino la calma. Recordó los viejos tiempos en los que las blancas y negras tenían sonido, en que unas teclas le hacían danzar el corazón y traían clama a su alma.

Tanta falta le hacía tocar el piano.

Tanto miedo le causó dejarlo.

Tanto pánico le generaba la idea de retomarlo.

Abrió los ojos y vio el pequeño bulto en uno de sus bolsillos, metió su mano y sacó de allí una pequeña bola de papel. Al desenvolverlo vio que tenía algo escrito, entonces recordó quién se la había dado.

Sonrió apenas leyó la nota. 

Soy Lara, si estás perdido en el bullicio de tus pensamientos, permíteme entrar en ellos y llevar la calma de una persona silenciosa.

Reconocía esa letra.

Sus vacaciones no iban a ser tan aburridas como pensaba. 

Notas muertasWhere stories live. Discover now