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Sin necesidad de hablar, desde la simplicidad de un par de miradas, se selló un acuerdo. Un vínculo etéreo y puro.

Acordaron reunirse cada tarde, para así, ensayar el arte que anhelan expresar. En realidad, solo Lara tocaba el piano. Flynn se limitaba a observar, y de vez en cuando, se daba la osadía de abocetar su silueta.

Al finalizar la sesión del sábado, un acontecimiento inusual se gestó. Flynn, en plena quietud, contempló el piano; su mirada danzaba sobre las teclas. Con el roce delicado de sus dedos, despertó un anhelo, una melodía latente que aguardaba ser liberada. Estaba a punto de soltar aquello que lo aprisionaba.

Leonard, que observaba a lo lejos, como la luna que aguarda pacientemente la caída del sol, esperaba que lo hiciera.

Ante los ojos del joven, las teclas del piano se volvieron dientes filosos que trataban de arrancarle los dedos. Un ruido gutural golpeó sus oídos, el instrumento se burlaba de él. La risa hacía eco en su cabeza. Los dientes a blanco y negro se agrandaban cada vez más, ya no solo se tragarían sus manos temblorosas, sino que estaba a punto de devorarlo por completo.

Sin dejarse cegar por la ilusión, se apartó completamente y no se atrevió a intentarlo de nuevo.

Se giró bruscamente al sentir una mano sobre su hombro. Quitó la cara de espanto al ver que se trataba de Leonard.

—¿Cómo lo hace? —preguntó a Leonard, quien le observaba.

—¿Quién?

Lara, ¿cómo toca? Sospecho que lo hace bien. ¿Qué sensaciones te provoca cuando la escuchas?

—Diría que cada vez que su música golpea con calidez mis oídos, mi corazón danza a su ritmo.

Es majestuoso, entonces —sonrió con alegría.

—Entonces mentiría.

¿Por qué? —La cara de Flynn estaba llena de sorpresa.

—Se nota la dedicación y el empeño que pone, pero tiene mucho que mejorar.

—Y lo hará.

—De eso no me cabe duda. Sin embargo, después de escucharte no hay ninguna música que estremezca mis oídos.

—Leonard, ya hablamos de esto, no volveré a...

—Hace un rato, ¿no lo viste? El piano te estaba llamando.

—Te equivocas, quería devorarme —De la nada su corazón comenzó a latir más rápido—. Era como... como... —Su respiración se estaba descontrolando— como un depredador llamando a su presa.

Leonard, que vio la desesperación en sus ojos, supo lo que venía a continuación.

—Está bien, olvídalo, vamos.

—Ruido...

Había mucho ruido. Una orquesta de instrumentos desafinados hacía un concierto solo para él. Sus piernas flaquearon y fue obligado a arrodillarse, llevando las manos a sus oídos para evitar el bullicio.

—Cálmate —Leonard se agachó a su altura y trató de que este lo mirara—, solo respira como siempre. Todo estará bien.

—¡Ya basta! —gritó—. Detente, me haces doler la cabeza.

Se puso de pie rápidamente, subió las escaleras y se encerró en su habitación. Acurrucado bajo las sábanas, de tanto pensar se quedó dormido.

Eso era una reacción nueva. Leonard estaba acostumbrado a tratar los ataques de pánico del joven, pero él nunca había salido corriendo así. Flynn durmió tanto que cuando abrió los ojos ya era un nuevo día.

Luego de su rutina de aseo, bajó a la cocina, encontrando sobre la mesa una nota y un sobre. Leyó primero la nota.

"He salido al aeropuerto, Nero me acompaña, regresaremos en la tarde. También le dejo la carta que llegó temprano en la mañana".

Arrugó la hoja de papel volviéndola una bola y la tiró al zafacón. Tomó el sobre oscuro y al abrirlo leyó la carta.

16/8/2016.

Querido archienemigo de las naranjas.

He aprendido mucho contigo, al igual que me he divertido. No sabía que en el silencio pudiera hallar una voz tan reconfortante como la tuya, no la que sale de tus labios, sino la que dejas plasmada en el papel en que escribes tus notas.

Ya te lo he dicho, eres raro. La persona que veo, y la que me escribe son como dos versiones de Flynn. Siempre quise entablar una conversación de horas contigo, lo más cercano a eso que se me ocurrió fue tardarme horas pensando en qué escribir en la primera carta que envío.

A lo que iba era que te quería avisar que esta tarde no iré a practicar, tengo mucho trabajo, ya sabes, así son los domingos.

-Lara.

P.D. Come más naranjas.


En el mismo sobre había un trozo de papel con un número de teléfono. Pero Flynn no tenía teléfono, nunca había necesitado uno.

Al terminar de leer la peculiar carta de Lara, una sonrisa a labios cerrados se formó en su rostro. Más tarde, cuando comió su desayuno, tomó a su fiel y nuevo amigo el paraguas y salió a caminar.

Estaba un poco nublado, como siempre. Un día pésimo para los amantes del caluroso verano, pero hermoso para los amantes del frío y la lluvia como Flynn.

Al llegar a su destino, cerró su paraguas, abrió la puerta y pasó adelante. Como era de esperarse, el lugar estaba repleto de gente. Muchos leían en aparente silencio y otros tomaban café. Vio mucha gente menos a quien sus celestes ojos esperaban encontrar.

Buscó el lugar de siempre, pero esta vez estaba ocupado. No tuvo de otra que tomar una de las mesas del centro.

Se sentía incómodo entre tanta gente, un poco observado y no de una forma muy agradable. Sus ojos se movieron de lado a lado, analizando a cada persona. Miró hacia el mostrador, allí estaba esa chica de tez muy clara y pelo corto; a su lado, un chico moreno. No obstante, no había rastro de Lara.

Se acercó a la barra y preguntó al único ahí que podía entenderle.

—¿Dónde está Lara?

—¿Lara?, ¿No estaba en tu casa tocando el piano? —cuestionó Theo.

—Me dijo que hoy se quedaría aquí.

—Tal vez está por aquí y no me di cuenta —su amigo sintió la necesidad de cubrirla—. Puede que haya salido, no lo sé, viejo.

—¡Theo, trae tu trasero acá y prepara más cafés! —El grito de Saori le hizo cortar la conversación con Flynn.

—Te veo luego.

Quiso pensar que el amigo de Lara tenía razón, que ella podría estar en el almacén, o había salido por un rato, así que esperó. Luego de unas horas y varios cafés, dejó una nota y se retiró.

—¿Qué es eso que traes ahí? —preguntó Theo a su amiga que sostenía una hoja de papel.

—¡Ah!, esto... Lo dejó el amigo de Lara, el pelirrojo.

—Se conocen hace un par de semanas, eso no los hace amigos.

Y justo eso rondaba por la colorida cabeza del preocupado chico que flotaba dentro de la alberca. Vio la noche caer desde allí mientras se sumergía en pensamientos y el sentimiento de duda.

De repente se sintió observado y giró la cabeza a la orilla.

—Solo eres tú... Nero. Veo que ya volvieron, entonces acomódate y escúchame hablar en silencio. No me respondas —sonrió sin una razón aparente—. Bueno, no es como si pudieras hacerlo de todos modos.

Y así, flotando sobre el agua fría, le contó sobre lo que le atormentaba a su fiel y único amigo.

Notas muertasWhere stories live. Discover now