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Los días de Lara inician relativamente tarde. Horas después de que los pájaros entonaran sus melodías matutinas, mientras las sombras de la noche se desvanecieran gradualmente.

Se despertaba alrededor de las diez y media de la mañana, caminaba perezosamente al cuarto de baño para darse una rápida ducha, lo suficientemente fría para despertarla por completo. Rara vez desayunaba; para ella, una taza de café era suficiente.

No hacía nada especial en las mañanas, y algunas tardes, ayudaba a ordenar los libros del negocio de su abuela. Esa combinación de cafetería y librería que, según le había contado, era su sueño desde muy joven.

Esa mañana lo que la despertó no fue el sonido de su alarma, sino el constante retumbar de su teléfono.

¿Hola? —respondió sin ganas.

—¿Por qué sigues ignorando mis llamadas? —cuestionó la voz del teléfono.

—¿Qué? —Aún seguía medio dormida.

—Dime que por lo menos ya viste los resultados de tu examen.

—¿Instructora? —pegó un brinco de la cama.

—¿Quién más va a ser, niña?

—Respecto a eso... yo no...

—¿Qué? —Subió el tono de voz.

—No tomé el de piano, yo... —hizo una pausa, estaba muy nerviosa—. Yo quiero cantar.

—¿Cantar? Por favor, Lara. Sabes todo lo que he hecho para que entres a esa academia.

—Pero yo...

—Lo tuyo no es cantar. Piano, Lara. Naciste para tocar el piano y lo haces de maravilla.

—Instructora, yo no...

—Hay nuevas audiciones dentro de unas semanas, te conseguí una oportunidad, llámame si aceptas.

—Está bien.

Para Lara, siempre fue difícil decir no.

—Por Dios... ¿Cantar? Ve los resultados y me dices.

Y cortó la llamada.

Ignorando aquella situación. Esa mañana se sentía animada, al igual que los días anteriores, lo que me pareció sospechoso. Pues, Lara era de las personas que no se fiaban del destino, y cuando todo iba extrañamente bien, es porque algo malo estaba por suceder.

Se distrajo, arreglándose el cabello frente al espejo. Se le estaba haciendo tarde y, como si fuera poco, no encontraba sus llaves.

—Perfecto, lo que faltaba —se lamentó mientras rebuscaba en cada rincón del departamento.

Finalmente, las encontró enganchadas a un clavo que colgaba de la pared al lado de la puerta. Al querer tomarlas con rapidez, terminó por golpearse la rodilla con la mesita de noche, de la cual, cayó un gran sobre.

Había llegado hace unos días, ella venía ignorando la verdad que no quería aceptar. Pero ya era suficiente, no podía seguir huyendo. Reunió todo el valor que pudo, y decidió leer el contenido. Era una carta expedida por el departamento de admisiones de la academia de arte. Tras saltarse los saludos y cordialidades, Lara pasó a leer la parte que le importaba.

"Su solicitud no ha sido aceptada".

La instructora tenía razón. Pensó.

Tras tirar las hojas, ahora arrugadas, salió. Al entrar a la Caflería, vio que estaba casi vacía. Saori se saltó el saludo y la abordó con preguntas.

Notas muertasOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz