7

887 102 19
                                    

Al día siguiente, tras pasar la mañana
arreglando temas de Jeon, decido
regresar pronto a casa. No sé a qué hora
va a llegar Laisa, pero quiero estar allí
para presentársela a Jimin.
Estoy en mi despacho trabajando
con Beto cuando oigo ruido y, al salir,
oigo la voz de Laisa. Eso me hace
sonreír. Todavía me acuerdo de cómo
ella y Emily se divertían y lo mucho
que Laisa cuidaba y mimaba a Mike.
¡Qué bonitos recuerdos!
Complacido de ver a la joven, le
pido a mi amigo un minuto y me dirijo
hacia la cocina. Al entrar, ella me mira y
me saluda con una enorme sonrisa.
—¡Kookie!
—Hola, Laisa.
Ambos nos miramos, sonreímos, y
estoy casi seguro de que piensa en
Emily como pienso yo. Ambos
lloramos mucho su pérdida.
Emocionados, nos acercamos el
uno al otro y ella me felicita por mi
boda y me dice que mi Omega es
encantador.
Según lo menciona, lo miro y lo veo
sonreír. Ya veo que Jeen y Victor se
la han presentado. Satisfecho, le doy dos
besos a Laisa, y entonces ésta pregunta:
—¿Y nuestro niño?
—En el colegio. Cuando lo veas,
no lo vas a conocer.
—¡Seguro! —afirma ella con una
sonrisa.
Ambos sonreímos, y la recién
llegada dice:
—Por cierto, ¿quién cumple años
mañana?
Pasmado porque se acuerde, suelto
una carcajada y, sin poder evitarlo,
rememoramos el último cumpleaños que
celebramos con Emily. Ambos reímos
por los recuerdos, pero de pronto soy
consciente del incómodo silencio que
sólo rompen nuestras risas.
Pero ¿qué pasa?
Al darme cuenta con el rabillo del
ojo de cómo mi Omega me observa, doy
media vuelta, camino hacia el y digo,
cogiéndolo por la cintura:
—Cariño, Laisa y Emily juntas
eran temibles.
Min asiente. Hace un amago de
sonrisa, pero sé que no es verdadera.
Conozco sus sonrisas y desde luego ésa
es prefabricada.
En ese instante la puerta de la
cocina se abre. Es Beto, que dice:
—Kook, en tu despacho tienes la
llamada que esperabas.
Consciente de la importancia de
esa llamada y de que quiero quitarme de
en medio, le guiño un ojo con
complicidad a Min y desaparezco. Tengo
un asunto importante que atender.

* * *

Al día siguiente, cuando me
despierto, me duele un poco la cabeza.
¡Joder!
¿Por qué hoy, que es mi
cumpleaños?
Y, consciente de que no puedo
decir nada o todos se preocuparán por
mi problema en la vista, me ducho y, sin
despertar a Jimin, me visto y bajo a
desayunar.
Al entrar en la cocina, Jeen
rápidamente me sonríe y dice
mirándome:
—¡Felicidades, señor!
Satisfecho por recibir su
felicitación, sonrío y, sin besarnos, pues
nosotros no somos de besuquearnos
como Jimin, respondo:
—Gracias, Jeen.
La Omega, feliz, me prepara el
desayuno mientras yo cojo el periódico,
que como cada mañana me espera sobre
la mesa. A toda prisa me pongo a leerlo,
y entonces la puerta de la cocina se
vuelve a abrir y aparece Laisa.
Enseguida nos miramos y
sonreímos.
—¡Felicidades, Kook!
Al ver que se acerca a mí, me
levanto y le ofrezco una silla a mi lado.
¿Por qué no?
Segundos después, Laisa se sienta y
oigo que dice:
—Tía, ¿te importaría ponerme un
café y hacerme una tostada?
— A h o r a m i s m o —contesta
Jeen.
Laisa me entrega entonces un
paquete. Eso me sorprende y, al abrirlo,
encuentro un precioso bolígrafo. Se lo
agradezco. Es un bonito y práctico
regalo.
Instantes después, comenzamos a
charlar. Ella me habla de su vida en
Londres, e inevitablemente nombramos a
Emily. Ambos la queríamos, y estoy
seguro de que la añora tanto como la
añoro yo. Emily era maravillosa.
Única. Especial.
Durante un buen rato hablamos, nos
ponemos al día, hasta que Beto entra
en la cocina y Laisa, tras terminarse su
café, se levanta y se va. Mi amigo, al
que al momento Jeen le ofrece un
café, una vez que ésta se marcha y nos
deja solos, murmura mirando el
bolígrafo:
—¡Qué lindo es!
Con cariño, contemplo el bolígrafo
que Laisa me ha regalado y que podría
ser perfectamente un regalo de Emily,
y afirmo:
—Sí. Lo es.
Ambos sonreímos, y entonces
Beto pregunta:
—¿Puedo platicarte algo que me
hace saber que soy un bobo?
Asiento, Beto puede decirme lo
que quiera, y suelta:
—Nunca imaginé que dormir varias
noches seguidas con la misma Omega
pudiera ser una experiencia tan
maravillosa.
Según oigo eso, sonrío, y él
cuchichea:
—Adoro ver cómo duerme
Lluvia. Disfruto de su paz mientras lo
hace... ¿Me estoy volviendo un huevón?
Suelto una risotada, yo vivo eso
mismo todos los días, y respondo:
—Eso se llama amor. Y quien me
lo ha enseñado ha sido Jimin, como a ti
te lo está enseñando Lluvia.
—Entonces ¿los dos somos unos
huevones?
Asiento.
—Sin duda alguna, sí.
Beto resopla. Está tan confundido
como yo lo estaba al principio, y durante
un buen rato hablamos de sentimientos y
amor, algo nuevo para nosotros.
Cuando acabamos de desayunar,
decidimos ir al salón, allí estaremos
más cómodos. De pronto, con el rabillo
del ojo veo que Min entra como un loco
y, segundos después, vuela por los aires
y cae al suelo con precipitación.
¡Joderrrrrrrrrr!
Asustado y muy preocupado, me
dispongo a ayudarlo, igual que Beto.
Pero ¿qué ha hecho para acabar
ahí?
Con mimo, lo llevo hasta el sillón y
me preocupo por el.
Min se queja enseguida de su mano
izquierda. Me contraigo. Dice que le
duele, y yo me paralizo. No... No
soporto que le pase algo. Que sienta
dolor. Soy un hipocondríaco con las
enfermedades o los males de las
personas a las que quiero. No puedo
verlos sufrir, y Min, que me conoce,
rápidamente cambia el chip y le quita
importancia al golpazo.
Pero no. Yo no se la puedo quitar,
y tiemblo. Comienzo a temblar, y de
pronto veo aparecer a Lluvia y a
Laisa. Ellas se interesan por mi Omega,
mientras veo que Min sólo se interesa
por mí.
Estoy nervioso. Muy nervioso.
Propongo llevarlo al hospital. Min
se niega, y al final Lluvia, que es
enfermera, toca su mano, su muñeca, y
me tranquiliza cuando me dice que no
está rota.
Al cabo proponen ponerle una
venda, y Beto, Laisa y Lluvia
desaparecen.
Una vez que nos quedamos solos,
mi pequeño me mira y, sonriéndome
como sólo él sabe, susurra:
—Feliz cumpleaños, señor
Jeon.
Ver su rostro y su sonrisa, me hace
feliz, y sonriendo a mi vez afirmo:
—Gracias, cariño.
Nos besamos...
Nos tentamos...
Recordamos lo ocurrido el año
anterior, cuando se hizo pasar por el
omega Jeon en el Moroccio y
tuve que pagarles la cena a el y a su
amigo. Eso nos hace sonreír. Tenemos
preciosos recuerdos.
Segundos después, cuando mi amor
localiza el regalo que llevaba en las
manos antes de la caída, y que está bajo
la mesa, me lo da y yo lo abro. Lo abro
entusiasmado.
Min me ha comprado un precioso
reloj. Me encanta, y rápidamente me lo
pongo. Eso le gusta. Lo sé.
Cuando Lluvia entra en el salón
sentada sobre las piernas de Beto,
ambos los miramos. Desde que se han
dado una oportunidad, no paran de
mostrarnos su cariño sin ningún tipo de
filtro, y me digo: «¿Se me verá a mí tan
huevón como yo veo a Beto?».
Mejor no lo pienso, porque quizá
soy peor.
Cuando consigue despegar su boca
de la de Beto, Lluvia propone
ponerle la venda a Min y, antes de que
el acepte, ya he accedido yo.
Mientras nuestra amiga se ocupa de
colocarle la venda en condiciones, Laisa
entra también en el salón. Entonces se
entera de que esa noche no cenaremos en
casa, pues por mi cumpleaños he
decidido invitar a cenar fuera a mis
seres queridos, pero a pesar de su gesto
de decepción no digo nada. No quiero
incomodar a mi Omega.
Sin embargo, como siempre, Min
me sorprende. El es la persona más
buena que creo que he conocido en mi
vida, y al ver el gesto triste de la chica,
dice:
—¿Quieres venir con nosotros?
— M e encantaría —afirma Laisa
complacida.
Según oigo eso, miro a mi amor y
le doy las gracias. Yo nunca habría
invitado a Laisa si no lo hubiera hecho
el.
Poco después, Laisa, Lluvia y
Min desaparecen, y Beto y yo
proseguimos charlando con tranquilidad
en el salón.
No obstante, mi paz se ve alterada
cuando oigo cierto sonido bronco y sé
que es la Ducati de Jimin.
No, joderrrrrrrr...
Pero ¿no se había hecho daño en la
mano?
Sin dilación, me levanto.
Me dirijo hacia el ventanal y noto
que el cuerpo se me contrae al ver pasar
a mi loco Omega, sin casco y sin
protecciones, montado en su Ducati,
mientras los cachorros corren tras
el.
—Hey, güeyyy, ¿ése es tu Omega?
—me pregunta Beto.
Con los puños cerrados por la
tensión que siento, mientras lo veo hacer
caballitos a pesar de su mano vendada,
asiento, y Beto comenta divertido:
—¡Pero qué guerrero te ha salido!
Afirmo con la cabeza.
Guerrero, intrépido, loco,
revoltoso, provocador. La verdad es
que podría continuar diciendo cosas de
el, y cuando creo que voy a explotar
de preocupación por lo que hace con su
maldita Ducati, Jimin lleva la moto
hasta el garaje, la para y se aleja de ella.
Eso me tranquiliza.

YO SOY JUNGKOOK JEONWhere stories live. Discover now