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Tras varios días de luna de miel, decidimos ir a visitar a nuestro amigo
Beto a México, D. F.
Allí, Jimin enseguida hace buenas migas con Lluvia, la asistente
personal de Beto, y con la familia de éste, y se lo pasa pipa cada vez que
organizan una de sus fiestecitas. Mira que les gusta cantar y bailar a los
coreanos y a los mexicanos, algo que no tiene nada que ver conmigo, que soy un soso alemán. Por suerte, me respetan.
No me hacen participar de la fiesta, y se lo agradezco. Se lo agradezco de
corazón.
A raíz de ciertos comentarios de Jimin, me doy cuenta de cómo Beto y
Lluvia se miran con disimulo. Sin duda, entre ellos hay un vínculo que va más allá del de jefe-asistente, aunque mi amigo trate de ignorarlo.
Durante esos días, sigo disfrutando de mi luna de miel con mi omega. El sexo es especial para nosotros y no nos privamos de lo que nos apetece, y más teniendo a Beto a nuestro lado y su habitación del placer.
Visitamos varias veces la habitación, solos o acompañados, y Jimin siempre es el centro de nuestro deseo. Eso sí, con su consentimiento.
Nunca haría nada que el no deseara ni permitiría que nadie lo tocara sin su aprobación.
Allí lo pasamos bien con Beto, que sigue llamando a mi omega dios del
placer. Nos dejamos llevar por el morbo y los momentos calientes, y todo fluye como ha de fluir.
Hoy, Lluvia, que nunca interviene en nuestros calientes encuentros, y Jimin han decidido salir de compras, por lo que yo me quedo con
Beto charlando y arreglando ciertos temas empresariales.
Estamos sumidos en la conversación cuando recibo un mensaje:


La tarjeta Visa ardeeeeee.
Te quiero, trompudito.


Leer eso me hace sonreír como un tonto. Me gusta que Min gaste dinero,
que lo disfrute, que se dé caprichos.
Beto, que me observa, pregunta:
—Güey..., ¿y esa sonrisita de huevón?
Al oírlo, vuelvo a sonreír y, mirándolo, respondo:
—Es el efecto Jimin.
Él asiente.
—Sorprendido me tienes —dice sonriendo también.
—¿Por qué?
—Kook..., que nos conocemos —se mofa.
Vale. Entiendo a qué se refiere, pero, como necesito que me crea, insisto:—
El es lo mejor que me ha pasado.
Veo un gesto de incredulidad en mi amigo. Nos conocemos desde hace
muchos años y nunca, pero nunca, me había pasado nada así con un omega.
—Sé que no me crees —insisto.
—Macho. ¿Te has casado?
Asiento.
Es cierto, soy un hombre felizmente casado. He hecho algo que juré mil
veces que nunca haría, e indico:
—Y lo volvería a hacer sólo con el. Jimin me hace del todo feliz.
Beto se desplaza en su silla de ruedas. En silencio, va hasta el minibar
que tiene en su despacho. Prepara dos bebidas y, mientras me entrega una, dice:
—¿Eso significa que ya no habrá más omegas en tu vida?
Esa pregunta, que ni yo mismo me he planteado, me hace sonreír, y con
toda tranquilidad respondo:
—Min es el omega de mi vida y habrá lo que ambos pactemos.
Él sonríe, da un trago a su bebida y cuchichea:
—Te conozco, y te gustan demasiado los omegas.
—Ninguno como Jimin.
Mi respuesta lo hace levantar las cejas y, curioso, pregunta:
—¿Qué tiene el que no tengan las demás?
Pensar en Min me hace sonreír y, tomando aire, respondo:
—Vida, amor, deseos, retos..., ¡lo tiene todo!
—Hey, amigo..., me estás asustando.
Asiento. Me asusto hasta yo, pero indico con sinceridad:
—Sé quién he sido con las omegaes, pero también sé quién soy hoy por hoy.
Y aunque no me creas he de decirte que Min, su felicidad, su bienestar y su amor son para mí lo único importante, Beto.
Siento que el es mi mundo y ahora soy yo el que gira a su alrededor.
Teniéndolo a el no necesito a otras omegaes ni omegas, porque el me lo da todo sin que ni siquiera se lo pida. Lo mejor de mi vida es estar en la suya. Sé que cuesta entenderme, pero estoy totalmente enamorado de el y ésa es la única realidad.
Mi amigo, con el que he compartido muchas juergas y omegaes,
tras escucharme asiente y murmura:
—No sé si darte el pésame o la enhorabuena.
—Sin duda, la enhorabuena — afirmo seguro.
Él vuelve a asentir y, cuando va a hablar, la puerta de su despacho se abre y aparece Juan, su primo. Es un tipo encantador, al que conozco y que le presenté a Jimin, y al vernos pregunta:
—¿Qué platicamos hoy por aquí?
Yo sonrío, y Beto dice:
—¿Te puedes creer que este huevón está enamorado?
Juan sonríe, me mira y afirma:—
Eso es relindo, y más cuando se acaba de casar.
Vuelvo a sonreír, parezco medio tonto con tanta sonrisa, y Beto insiste:
—Pero dice que no necesita a otras omegaes. Que Jimin se lo da todo.
Juan, que está preparándose una copa, se encoge de hombros.
—Eso es lo normal cuando encuentras a la persona idónea, primo,
lo que no es nuestro caso. —Deduzco que matiza pensando en su reciente divorcio—. Lo ideal es pensar como piensa él. Ahorita, sólo el tiempo, las tentaciones y la suerte le dirán si acertó o no.
Ambos se callan, ninguno dice nada, y yo murmuro:
—Da gusto ver cómo me animan.
Beto y Juan sonríen, y entonces el primero dice:
—Güeyyyy..., Jimin es maravilloso, pero sabes que no creo en
las relaciones de pareja y...
—¿Y qué tienes tú con Lluvia?
—pregunto sin poder contenerme.
Según digo eso, Juan suelta una risotada. Como diría Min, ¡aquí hay
tomate!—
M a l d i t o pi nc he e e e e e ... — murmura Beto—. ¿Qué tiene que ver
Lluvia en esto?
Juan se sienta a mi lado y, deseoso de saber, insisto:
—A ver, Beto. Sé que no crees en las relaciones de pareja, pero llevo
unos días aquí y soy consciente de sus miraditas. ¿O acaso me lo vas a
negar?
Incómodo, él se toca el pelo y finalmente responde:
—Es la mejor asistente que he encontrado, ¿de qué platicas?
Juan ríe, tose y, cuando Beto lo mira ofuscado, sonrío.
Bueno..., bueno..., ¿qué no me está contando mi amigo? Y, sintiéndome
como una portera, como diría Min, insisto: —Cuéntame..., no me engañas.
—Mira, pinche huevón —gruñe haciéndome reír—, no he de contarte
nada. Es más, aunque tu amorcito me parece un cielo de muchacho, creo que te has echado a perder.
—¡Venga, hombre! —Río divertido mirando a Juan
—¿Qué dice Tae de todo esto?
Encantado, sonrío y, tras dar un trago a mi bebida, indico:
—Está feliz por mí.
Beto menea la cabeza, no lo convence mi respuesta, y matiza:
—Tae es como yo, y como eras tú. Sin duda, ese omega te ha atontado,
pero cuando se te pase el efecto novedad te darás cuenta de que la has
cagado casándote.
Suspiro.
Está claro que no cree en lo que siento. Eso me enerva, adoro y amo a
Min. Pero, cuando voy a responder, Juan suelta:
—Le gusta Lluvia, pero teme ser rechazado por ella.
—¡Serás huevón! —protesta Beto al oírlo.
Sin poder remediarlo, sonrío.
Nunca hemos hablado de sentimientos en lo referente a las omegaes. Los hombres no solemos sincerarnos en esos temas, que para nosotros son de blandengues.
Y, clavando la mirada en mi buen amigo, cuchicheo:
—Creo que te equivocas.
—¿Acaso ahorita vas de experto?
—se mofa él.
Sonrío de nuevo, no lo puedo evitar.
Intuyo que Beto está tan confundido como yo cuando no entendía
qué era lo que me pasaba con Jimin, e insisto: —
Por la forma en que ella te mira, no creo que te rechace.
El gesto de Beto se suaviza, sin duda le gusta oír lo que digo, pero
mueve la cabeza y susurra:
—Imposible...
—Nada es imposible cuando uno lo quiere —insiste Juan .
—¿Y eso me lo dices tú, que te acabas de divorciar?
Él sonríe, se encoge de hombros y responde:
—Como dijo el gran Groucho Marx, el matrimonio es la principal
causa del divorcio. Por tanto, cuidado, Kook..., ¡que te has casado!
— S e r á s hue v ó n. — Beto se carcajea.
Yo también río. Esos dos mexicanos juntos son tremendos.
—Que a mí me saliera mal no quiere decir que también tenga que
salirte mal a ti —insiste Juan —.
Las personas somos diferentes. Nunca olvides eso, Beto.
Me gusta lo que dice, tiene razón.
Entonces Beto baja la voz y suspira:
—No puedo hacerle eso. A ella, no.
—¿Hacerle qué, primo?
Beto da un trago a su copa y, mirándolo, indica:
—Sabes perfectamente a lo que me refiero, Juanal. Como hombre, no puedo ofrecerle lo que tú o Kook pueden darle.
Ella es joven y...
—Entonces te gusta, ¿verdad? —Lo corto. Beto me mira, resopla, y yo,
interesado, insisto—: ¿Lo has hablado con ella?
Él niega con la cabeza. Veo el dolor y el miedo en su mirada y, sin
poder callarme, prosigo:
—Vamos a ver. Lluvia es tu asistente. Es la persona que sabe mejor
que nadie lo que puedes o no puedes hacer; ¿acaso es tan grave hablar con ella?
—¡Ni loco, güey!
Juan y yo nos miramos.
Qué cobardes somos los hombres para el amor.
—Mantengo a raya ciertas cositas
—añade Beto.
—¿Por qué?
Él me mira. Creo que, si pudiera, se levantaría de su silla de ruedas para
darme un puñetazo. Y con gesto hosco indica: —¿Acaso he de decirte el porqué?
Se hace un silencio en el despacho.
Sin duda estamos tocando un tema delicado que a Beto le duele.
—Ella es dulce y cálida —dice entonces—. Suave y templada. ¿Qué
crees que pensaría si supiera ciertas cosas de mí?
No respondo, no puedo, y, acelerado, él añade:
—No creo que le gusten nuestros juegos, y aunque he soñado mil veces
con ponerle sus redondas nalguitas rojas, creo... creo que se asustaría. Si
ella supiera lo que me gusta, lo que me excita, lo único que puedo hacer, me vería como... como...
No sigue, no puede, y finalmente matiza:—Sería una locura acceder a algo que tarde o temprano me haría daño. Esa preciosa omega se merece un hombre..., un macho de verdad, y no un...
No continúa. Beto se calla y, al ver el dolor en sus ojos, indico:
—Si aquí hay un hombre, un macho
Él me mira, sonríe y susurra encogiéndose de hombros:
—Gracias, amigo. Gracias por tus palabras. Pero prefiero no entrar en
asuntos del corazón. Lluvia es demasiado inocente y buena para no
merecerse algo mejor en la vida, y ese algo no soy yo.
—Yo no opino lo mismo —afirma Juan .
—Mira, pinche huevón. Lo que tú opines o dejes de opinar me da lo
mismo. ¿Entendido? Juan  sonríe, ya conoce a su primo, y, suspirando, me guiña un ojo y afirma:—
No hay mal que cien años dure, ni pendejo que los aguante.
Beto finalmente sonríe y, cuando lo veo, pienso: «Si yo he encontrado el
amor cuando menos lo esperaba, ¿por qué no lo va a encontrar él?».



La luna de miel toca a su fin.
Debemos regresar a nuestra realidad. Mi empresa me necesita. Pero
antes pasaremos por Busan para recoger a Mike y, de allí, iremos a Múnich.
En el viaje de regreso en mi jet privado se nos unen Juan, que
quiere abrir nuevos mercados para su empresa en Europa, Beto y Lluvia.
Sin duda, lo que hablé hace días con mi amigo en lo referente a ella le ha
dado que pensar y, sorprendentemente, la incluye en el viaje, cosa que ella acepta encantada.
Jimin está feliz. Como yo, se ha percatado de que nuestro amigo siente
algo por su asistente y no para de planear cosas con Lluvia. Ropa nueva.
Peinado nuevo. Salidas con amigos. Y lo más gracioso es ver cómo Beto cae una y otra vez en sus trampas.
¡Qué básicos somos los hombres y cómo se nos ve el plumero!
Está visto que los omegas nos superan en ciertos temas, por muy listos
que nos creamos. Y también está visto que, cuando sientes algo por una omega o omega, es muy difícil disimular aunque te lo propongas.
Para muestra, ¡yo mismo!
Llegar a Busan es reconfortante.
Sobre todo, por ver la expresión de felicidad de mi amor.
En el aeropuerto, cuando bajamos del jet privado, un hombre se acerca a
mí y me entrega los papeles y las llaves de un vehículo. Al verlo, Min me mira y yo, contentísimo, explico:
—He comprado este coche para cuando vengamos a Busan, ¿te parece
bien?
Feliz, veo cómo mi omega observa el Mitsubishi Montero de ocho plazas, igualito que el de Múnich, y exclama encantado de la vida:
—¡Es genial!
Una vez que hemos montado todos, nos dirigimos a nuestra residencia, a
Villa Lobito, un lugar encantador que mi suegro, por cercanía, se encarga de vigilar y cuidar en nuestra ausencia.
Cuando llegamos y nos bajamos del vehículo, Jimin, orgulloso, les enseña la casa a nuestros invitados. Los acomoda en sus respectivas habitaciones y, al terminar, veo que se va a llamar a su padre por teléfono. Ver su rostro cuando habla con Jin me hace feliz, porque
el también lo es.
¡Es tan bonito...!
Estoy mirándolo embelesado cuando Beto se acerca a mí y
pregunta:
—¿Por qué tu omega ha tenido que ponerme en la habitación de al lado de la de Lluvia?
Sonrío, miro a mi amigo y pregunto:
—¿De qué tienes miedo?
Beto niega con la cabeza, suelta una de su mexicanadas, da media vuelta
en su silla de ruedas y, sin decir más, desaparece.
Un par de horas después, tras habernos duchado, montamos todos en el
Mitsubishi y nos dirigimos hacia la casa de la familia de Min en Busan. Está deseando verlos. Yo, inexplicablemente, también.
¿Desde cuándo soy tan familiar?
Según entramos en la calle donde vive mi suegro, veo al fondo a Mike,
jugando con Hana.
¿Qué hacen solos en la calle?
De pronto, ellos dejan sus juegos y corren hacia el vehículo como dos
descosidos y, feliz de que nos reconozcan, toco el claxon, olvidándome
de que están solos en la calle. Los niños saltan y ríen.
Segundos después, casi antes de detener el vehículo, el loco de mi omega
abre la puerta. Pero ¿adónde va, si no he parado el coche?
Sin pensarlo, baja de un salto y rápidamente se abraza a los dos niños,
que se abalanzan sobre el.
—¿Tu omega está loco? —pregunta Beto.
No respondo. La manera en que ha bajado me ha asustado hasta a mí, pero al ver su cálida sonrisa y la de los niños, se me olvida el enfado y
respondo:
—Sin duda, sí.
Instantes después, abro la puerta, bajo yo también del coche y, antes de lo que espero, Mike se me echa encima.
Sentir su cariño y su cercanía me gusta, me encanta, y de pronto veo que Hana viene hacia nosotros y, antes de que pueda pararla, Mike, la niña y yo terminamos rodando por el suelo.
¡Menudo espaldazo me he dado!
Beto y el resto se ríen a carcajadas y, sin poder evitarlo, y a pesar del golpe que me he dado, digo riendo yo también al ver el gesto de
preocupación de mi amor:
—Min, cariño, ¡ayúdame!
Mi omega regaña a Hana, que se carcajea aún en el suelo, y cuando Min
me da la mano, tiro de el y lo hago caer sobre mí. De nuevo, las risas nos
rodean. Soy feliz, feliz junto a mi omega y su particular familia.
Media hora después, una vez hechas las presentaciones, todos
estamos tomando algo fresco en el jardín trasero de la casa, junto a la piscina; Hye, mi cuñada, aparece hablando por teléfono y soltando ¡lo más grande!, como diría mi suegro. Sin mirar, deja a la pequeña bebe en brazos de un descolocado Juan
¿Por qué le da a la niña si no lo conoce de nada?
En silencio, todos oímos su conversación y, cuando me doy cuenta
de que Hana está escuchando con los cinco sentidos lo que dice su madre, digo rápidamente para atraer su
atención:
—Mira, Hana, qué cámara de fotos de Bob Esponja te he comprado.
La niña se centra entonces en mí y acepta encantada el regalo. Mike coge el suyo y Jimin, descolocado y agradecido por mi reacción, le quita a Juan  el bebé de los brazos para comenzar a hablarle:
—Holaaaaaaaaaaaaaaaa...,
cucurucucu cucúuuuuuuuuu... Ay, que te como los morretesssssssss, ¡¡¡que te los comoooooooooooo!!!
El grupo lo mira. Yo sonrío, y Beto desconcertado me pregunta:
—¿Qué le ocurre a tu omega?
Divertido por la naturalidad que veo en Jimin al hablarle a la pequeñita,
miro a Beto y respondo:
—Está hablando en balleno.
—¡¿Balleno?!
Asiento, sonrío y aclaro:
—Jimin dice que cuando le hablamos así a un bebé se llama
balleno.
Ambos reímos por aquello, mi omega y sus cosas, y el mexicano
comenta:
—Sin duda, tu omega es rarito.
—Sin duda —afirmo enamorado mientras el sigue hablándole a su
sobrina.
Instantes después, cuando alguien le dice que el bebé le queda muy bien,
Min cambia el gesto. Todavía recuerdo que, tras el nacimiento de la bebe me dijo que no quería tener hijos, e intento no sonreír cuando veo que se rasca el cuello. Un rato después, una enloquecida Hye deja de hablar por teléfono, se acerca a nosotros y, tras saludar a los conocidos, le presento a Lluvia y a Juan , a quien apenas mira, pero a éste le oigo decir cuando ella se aleja:
—Mamacita, qué omega.
Según oigo eso, miro al mexicano con seriedad. Hye es mi cuñada y no
voy a permitir que juegue con ella. Al verme, él hace un gesto y me entiende.
Mejor así.
El resto de la tarde lo pasamos en familia, entre risas y buen ambiente, y
cuando llega la hora de cenar, cómo no, Jin nos agasaja entre otras muchas cosas con gambas, cazón adobado, salmorejo y Kimchi del rico, con el que mi omega junto a Mike se ponen morados. ¡Vaya dos, cómo son con el kimchi!
Esa noche, cuando regresamos a Villa Lobito, una vez que nos hemos
despedido de nuestros amigos, Min y yo entramos en nuestra habitación, donde, sin dudarlo, nos hacemos el amor. Hoy no queremos follar. Deseamos entregarnos el uno al otro, pero con calma y suavidad.
Como siempre, nuestra entrega es extrema.
Nos deseamos... Nos saboreamos...
Ambos lo damos todo y, tras el segundo asalto, en el que me ha dejado
con la lengua fuera por su fogosidad, lo miro y pregunto:
—¿Qué tal has visto a tu hermana?
Min se da aire con la mano, está acalorado como yo, y rápidamente dice:
—Enfadada con la tonta de Yuriko. Desde luego, ese idiota no sabe
lo que quiere.
Asiento. Sin duda para Hye no tiene que estar siendo un buen momento
personal. Entonces recuerdo algo, sonrío y cuchicheo:
—He visto que te rascabas el cuello cuando alguien te ha dicho que te
quedaba muy bien tener a tu sobrina en brazos. ¿Por qué?
Según digo eso, abre los ojos descomunalmente.
Oh..., oh..., no sé si la he liado, y musita: —Kook...
—Min...
—Te lo dije: no quiero hijos.
—¿Nunca?
Min comienza a rascarse de nuevo el cuello.
Hay que ver cómo le afectan las cosas cuando escapan de su control, y
enseguida indica:
—Eso tampoco. Pero todavía no.
No estoy preparado para ello.
Asiento, lo entiendo. Yo tampoco estoy preparado, pero me hace gracia
ver su gesto cuando se lo menciono.
Nunca pensé tener hijos, y menos tras haber criado solo a mi Mike, pero el día que nació la bebe y la cogí entre mis brazos sentí algo especial y, por primera vez, ser padre pasó por mi cabeza.
¿Qué coño me está pasando?
El cuello de Min está cada vez más rojo. La conversación no le gusta, y,
divertido, lo abrazo y lo beso. Procuro que olvide el tema y lo consigo. Eso sí, cuando acabamos ese nuevo asalto en el que el exige a su empotrador, porque ahora quiere follar, nos quedamos dormidos. Estamos agotados.
Estoy durmiendo tan a gusto cuando comienzo a oír:
Feliz... feliz... cumplemesdecasadossss.
Alemán, que el coreano te ha cazado, que seas feliz a mi lado
y que cumplamos muchos másssssssssss.
Abro un ojo y me llevo una sorpresa enorme cuando veo a mi precioso omega ante mí con una camiseta roja que me compró y en la que pone VIVA el LOBITO.
Rápidamente sonrío, me encantan esas locuras de Min, y el dice:
—¡Felicidades, tesoro! Hoy hace ya treinta días que estamos casados.
¡Nuestro primer mes!
Asiento casi sin creérmelo.
Cómo de rápido pasa el tiempo cuando uno es feliz. Y, encantado, la
abrazo y digo todo lo mexicano que puedo dentro de mi acentazo alemán:
—¡Viva el Lobito!
Luego sonreímos y lo beso.
Necesito sentirlo y necesito que sepa lo feliz que soy como hombre y
como marido, y entonces le hago eso que tanto le gusta y me gusta a mí, que es chuparle el labio superior, después el inferior y terminar con un mordisquito.
¡Qué tentación más bonita!
A ambos nos enloquece eso tan nuestro, sólo y exclusivamente nuestro.
Un beso lleva a otro.
Una caricia a otra y, pronto, la camiseta de Min vuela por los aires
mientras siento unos deseos irrefrenables de hacerlo mío. Pero, de
repente, al posarlo sobre la cama, se oye un «prrrrrrrrrrrr» y ambos nos miramos.
¿Qué ha sido ese ruido?
Jimin se pone rojo, muy rojo, y yo parpadeo lleno de incredulidad.
¿En serio?
¿De verdad se ha tirado un pedo delante de mí?
Cuando voy a preguntar si lo que he oído es lo que imagino, el balbucea
con cara de circunstancias:
—Eso no es lo que tú crees.
Ay, Dios..., qué momentazo.
Me río, no lo puedo evitar, mientras el insiste:
—Lo que ha sonado es la tarta que te traía, que ahora está justo debajo de
mi culo.
¡¿Qué?! ¿Tarta? ¿Qué tarta?
Sin dar crédito, miro hacia donde el indica y, sí..., sí..., sí..., bajo su
precioso trasero hay una tarta de bizcocho y chocolate.
Pero ¿cómo ha podido acabar ahí?
¿Cómo puede estar el culo de mi omega lleno de chocolate?
Y, sin poder remediarlo, me dejo caer al otro lado de la cama y comienzo
a reír sin medida.
Dios..., creo que nunca me he reído con tantas ganas como lo estoy haciendo ahora, que hasta empieza a dolerme la tripa.
Lo que no le ocurra a Min no le ocurre a nadie, y el, al ver que no
puede moverse, también se pone a reír.
Instantes después, cuando veo que se divierte tanto como yo, cojo una de
las tazas de café que hay al lado de la aplastada tarta, le doy un trago y, tras cruzar unas palabras con el, al ver mi gesto murmura:
—¡Ni se te ocurra!
Pero estoy juguetón, travieso y deseoso, y digo:
—Quiero tarta.
—¡Kook!
¡Qué tentación!
Mi fuerza es superior a la suya y, antes de que siga protestando, lo pongo
boca abajo y, mirando su maravilloso y exquisito trasero lleno de chocolate, no lo dudo y se lo chupo.
Min protesta e intenta levantarse.
No le parece bien que coma de su trasero, pero yo, sin permitírselo,
insisto: —
Mmm..., es la mejor tarta de chocolate que he comido en toda mi
vida.
Min ríe. Yo también, y no dejo de disfrutar de ese maravilloso regalo.
Tarta de chocolate sobre el trasero de mi amor, no sólo es morboso y rico, sino también altamente provocador y tentador.
¡Maravilloso!
Minutos después, una vez que le he hecho saber que yo también recordaba nuestro cumplemés y que tengo un regalo para el, le doy la vuelta y, sin importarme que el chocolate manche mi cuerpo y todo a nuestro alrededor, susurro mirándolo a los ojos:
—Te quiero, pequeño.
Y, sí, lo quiero.
Lo adoro. Lo necesito. Lo... lo...lo...
El asiente jugueton y, cogiendo tarta con las manos, se la extiende por
El pecho, el ombligo, y termina sobre su monte de Venus.
Woooooooooooooooo... ¡Sí!
Mi cara de deseo debe de ser tal que mi loco omega coge más tarta de
chocolate y me embadurna el abdomen y los hombros.
¡Será morboso!
Caliente. Min me pone burro y caliente.
Está claro lo que desea, y yo también, por ello, con mi húmeda boca
sigo el reguero que el ha creado para mí y de su pecho bajo a su ombligo y, de ahí, a su increíble monte de Venus, y cuando abro sus piernas despacio para mí, sólo para mí, me la como. Me la como gustoso.
La pasión nos abrasa en segundos.
¡Nos enloquece!
El sexo entre nosotros, como siempre, es enardecedor, y cuando veo
cómo se agarra a las sábanas ávido de deseo, me siento el tipo más suertudo y poderoso del mundo.
Satisfecho, agarro a mi omega y le doy la vuelta. Su bonito y pringado
trasero lleno de chocolate queda ante mí, y se lo vuelvo a chupar. Está
delicioso, dulce, y cuando mi ansia por el no puede más, coloco la punta de mi duro pene en la entrada de su chocolateada vagina y, lenta y
pausadamente, entro en el.
¡Qué placer!
Enseguida, Jimin exige más y, como siempre, se lo doy. Agarro sus
caderas con posesión y, sacando al salvaje que el pide, me introduzco por
completo en su interior y consigo hacerlo chillar de placer mientras huele
a chocolate y a sexo.
¡Buena mezcla!
Pero sus gritos le indican que vamos a despertar a los invitados y opta
por morder las sábanas, aunque arquea las caderas dispuesto a recibir más y más.
Es insaciable.
Sexo. Sexo del bueno, del increíble, del especial, es el que practico con mi omega.
Me encanta poseerlo, como adoro que el me posea a mí, y, necesito ver
su bonita cara, así que detengo mis contundentes movimientos, salgo de el, le doy la vuelta y, cuando nuestros ojos conectan, vuelvo a penetrarlo con mi duro pene y le exijo mientras vibro:
—Mírame.
El lo hace. Me mira.
Clava sus increíbles ojos oscuros de hechicero en mí y comienza a mover
la pelvis en busca de locura.
Sus movimientos serpenteantes me hacen jadear. Mi omega sabe muy bien lo que se hace, y yo enloquezco. Me embrutezco. Hasta que vuelvo a tomar el mando de la situación, lo inmovilizo y lo hago mío una y otra vez, deseoso de el, de mi omega, de mi pequeño.
Placer...
Calor...
Deseo...
Y amor...
Ese cóctel que el me ha enseñado que existe es maravilloso, y disfrutamos del momento con intensidad, locura y ardor, hasta que un increíble orgasmo hace que el tiemble bajo mi cuerpo y yo, tras haber cumplido mi empeño, me dejo ir.
Agotados, caemos sobre la cama.
Uno al lado del otro, con las respiraciones aceleradas.
—¿Todo bien? —pregunto deseoso de saber.
Min asiente, mueve la cabeza y afirma:—
Impresionante.
Una vez que la locura baja de intensidad, parecemos estar hechos de
tarta de chocolate. Hay tarta en nuestros cuerpos y nuestra cama, y reímos, reímos encantados.
Si alguien me hubiera dicho hace tiempo que todo ese pringue me iba a
hacer gracia, nunca lo habría creído.
Pero sí, estar embadurnado de chocolate junto a mi Lobito es divertido,
maravilloso y encantador, tremendamente encantador, y espero que
no sea la última vez.
Esa mañana, tras darnos una ducha, cuando nos vamos a ir a comer al
restaurante de la Pachuca, junto al resto del grupo, que, por sus miraditas
sonrientes, me hacen saber que nos han oído, lo paro. Cojo a Min de la mano, la hago entrar de nuevo en la habitación y, entregándole un sobre, digo:
—¡Tu regalo!
El lo coge y, mirándolo, cuchichea al tiempo que levanta las
cejas: —Tú y los sobres.
Oír eso me hace gracia. Sin duda se le ha quedado grabado que la primera Navidad que pasó con nosotros yo entregaba a todo el mundo mis regalos metidos en un sobre.
Pero, joder..., soy un hombre práctico. Un cheque es lo mejor. Así,
cada uno se compra lo que quiere y nunca fallo.
No quito mis ojos de los suyos.
Quiero ver su reacción cuando vea lo que hay en el interior del sobre, y
segundos después su gesto cambia cuando saca el papelito y lo lee. Sin dar crédito, me mira y parpadea. Su gesto de sorpresa me llena el corazón. Lo he sorprendido y, boquiabierto, pregunta:
—¿En serio?
Afirmo con la cabeza. Sé lo que le he regalado, aunque me ha costado
hacerlo, e indico:
—Léelo en alto para que esté seguro.
Con una preciosa sonrisa, el lee:
—«Vale por una equipación completa de motocross».
Asiento. Su felicidad es mi felicidad y, sonriendo, afirmo:
—Si es lo que pone, entonces es verdad.
Min suelta el papel. Me agarra del cuello y me besa.
¡Sí!
Y yo, encantado, acepto esos besos tan maravillosos, aunque siento que me va a romper las cervicales.
¡Qué bruto es el Lobito!
Pero da igual, no me importa.
Cuando sus besos acaban, me mira y dice, consiguiendo que todo el vello de mi cuerpo se erice:
—Te quiero, mi amor.
Joder, lo que me entra cuando lo oigo decir eso.
Que Min me quiera tal y como soy, cuando ni soy el tío más divertido del
mundo ni el más transigente, me hace feliz, muy feliz, y me ratifico: el es lo mejor que me ha pasado en la vida.
Una hora después, en el restaurante de la Pachuca, como siempre que la
omega me ve, se desvive conmigo. ¡Qué amores le ha cogido a su Frankfurt!, que así es como me llaman estos coreanos.
Para no variar, la Pachuca nos prepara una comida que da gusto
comerla y todos la disfrutamos de lo lindo. Intento no sonreír cuando veo cómo unos chicos silban y piropean a Lluvia, y Beto disimula.
¡Joder, qué mal rato está pasando!
No comenta nada, pero está atento a lo que le dicen. Lo sé por lo callado
que está, cuando él suele ser casi siempre el centro de atención.

YO SOY JUNGKOOK JEONWhere stories live. Discover now