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Los días en Busan son estupendos y todos
lo pasamos muy bien.
En ese tiempo, todos somos
testigos de cómo Hye, la hermana de
Min, y Juan, el primo de Beto,
bromean y se divierten. Min, divertido,
me dice que ¡allí hay tomate! Y, aunque
me hace gracia, cuando pillo a Juan
a solas, le vuelvo a recordar
que no quiero ver sufrir a mi cuñada, o
¡allí lo que va a haber es sangre!
No obstante, sorprendentemente,
me percato de cómo la mira el rudo
mexicano, y pronto sé que bebe los
vientos por la coreana. Sólo hay que
ver cómo la observa para que uno se dé
cuenta de que allí está ocurriendo algo
especial.
Una tarde, mientras todos
toman el sol en la piscina, Beto, Juan
y yo nos acercamos al circuito
de Busan. Mi suegro los invita a
conocerlo y ellos no desaprovechan la
oportunidad.
Mientras conduzco, pues ya sé
moverme por Busan, soy consciente de
cómo los mexicanos no se fijan en
ninguna omega. Raro..., raro...
O no, tal vez eso ya no se me hace
tan raro. Yo mismo dejé de fijarme en
las omegaes cuando Min entró en mi vida,
y creo que a esos dos les pasa algo así.
Sin embargo, no digo nada. Los alfas no
hablamos de esas cosas.
Tras pasar un rato con Jin en
ese fantástico lugar, cuando nos
despedimos de él y nos dirigimos hacia
el coche, el teléfono de Juan
vuelve a sonar. No para de recibir y
enviar mensajes.
Beto y yo nos miramos, intuimos
con quién se mensajea, y mi amigo
pregunta:
—¿Con quién platicas tan
divertido?
Él responde al mensaje y,
guardándose el móvil, contesta:
—Con una linda omega.
Suspiro: sin duda habla de mi
cuñada.
—¿Qué estás haciendo, Juanal? —
insiste Beto.
El aludido lo mira, sabe que nos
hemos dado cuenta de la mañanita de
mensajes que lleva, y responde:
—Nada que les interese.
Joder..., joder... A mí sí me
interesa.
No quiero líos, ni con mi suegro, ni
con mi omega, y una vez que llegamos al
vehículo, nos paramos y, mirando a Juan, indico:
—No querría tener que partirte la
cara.
Al oír eso, él sonríe. Al final, se la
partiré...
—Es la hermana de mi omega,
¿entiendes lo que digo? —insisto.
Juan asiente, me entiende a
la perfección.
—No tienes por qué preocuparte,
compadre —dice—. Sólo hablamos.
Nada más.
—Hey, güeyyyy, ¡que nos
conocemos!
—Beto, ¿de qué hablas?
Él suspira, se retira el oscuro pelo
de la frente y añade:
—Juanal, es la cuñada de Kook...
¡Piénsalo!
Juan nos mira. Sin duda no
le hace gracia que hablemos de algo que
sólo lo incumbe a él, como no me haría
gracia a mí, y suelta:
—Vamos a ver. Aquí todos somos
adultos, ¿no? Y si yo no me meto en
sus vidas, ¿por qué tienen que
meterse ustedes en la mía, mamones?
Tú —dice señalando a Beto—, ¿acaso
digo algo cuando veo que rabias como
un perro porque los hombres piropean a
Lluvia? No, ¿verdad? Pues entonces
cierra esa boquita que tienes y métete en
tus asuntos. Y tú...
Pero yo no lo dejo terminar y, con
gesto serio, lo corto:
—Como te ha dicho Beto, es la
hermana de mi omega. Se está
divorciando y...
—Y es sabrosa y encantadora.
Dios..., le parto la cara. Y,
enfadado, pregunto:
—Pero ¿tú me estás escuchando?
—Juan Riquelme de San
Juan Bolívares —gruñe Beto—. Mira,
güey, no juegues con quien no debes.
Esa omega está vetada para ti.
—¿Y eso quién lo dice? —replica
el aludido.
Bueno..., bueno..., me está
poniendo enfermo. Y cuando estoy por
decir que quien lo dice soy yo, él clava
sus mexicanos ojos en mí y con
seguridad indica para que me calle:
—Kook, soy adulto. Ella es adulta.
No hay más que hablar.
Según dice eso, soy consciente de
que me estoy metiendo donde no debo y
de que él lleva toda la razón.
¿Desde cuándo me meto yo en esas
cosas?
Pero, joder, ¡hablamos de Hye!
Y, asintiendo, indico antes de
zanjar el tema no muy convencido:
—Espero no tener que partirte la
cara.
—Yo también —afirma Juan sonriendo.
Segundos después, los tres
montamos en el coche y regresamos con
los omegas. Por incomprensible que
parezca, ninguno quiere ir a otro lado si
no están ellos.



* * *


La noche antes de regresar a
Múnich, después de cenar vamos a un
bar que Min conoce. Allí se encuentra
con varios amigos y tengo que
compartirlo con ellos. Es lo que toca.
Lo miro atontado mientras baila
animadamente con su amiga Rocío, otra
loca como el. Todavía no entiendo
cómo un omega con esa gracia y ese
salero ha podido fijarse en un tío tan
soso como yo.
Durante un buen rato, todos nos
divertimos. Hablo con mis amigos y río
por las ocurrencias de Beto, y
entonces busco a mi omega con la mirada
y lo veo en la barra hablando con...
con...
¡No me jodas!
Pero ¿ése no es el tipo con el que
el hacía motocross?
Me pongo en alerta. Me incomoda
la situación. Aún recuerdo la última
noche que lo vi en casa de Min. Y,
levantándome de la silla donde estoy
sentado, me acerco hasta ellos con paso
seguro mientras siento que el corazón
me bombea descontrolado.
Joder... ¿Qué narices me pasa?
Los movimientos que hace ese tipo
no me gustan. Veo que acorrala a Jimin
contra la barra, y, con ganas de cogerlo
del cuello, llego hasta ellos muy
cabreado y siseo en el cogote de aquél:
—¿Podrías separarte de mi omega
para que pueda respirar?
Él me mira. Me reconoce como yo
lo he reconocido a él. No me hace caso
y me suelta que me vaya a dar una
vueltecita porque Jimin no es mi omega.
¡¿Cómo?!
Joder... Joder...
Mi cabreo sube de decibelios y ya
estoy apretando los puños.
Jimin, que ya conoce mi mirada y
mi nivel de intransigencia en todo lo que
a el se refiere, me pide tranquilidad
con los ojos y, cuando comienza a
hablar, cojo a aquel imbécil del brazo,
lo separo de el de malos modos y
gruño ante su cara:
—El que se va a ir a dar una
vueltecita vas a ser tú. Porque como
vuelvas a acercarte a mi omega como lo
has hecho hoy, vas a tener problemas
conmigo, ¿entendido?
El tipo me mira con gesto de
chuleras.
Dios..., ¡que le doy!
Aprieto los dientes, y Jimin,
interponiéndose entre nosotros, levanta
la mano, extiende un dedo y se apresura
a decir:
—Jang, Kook es mi marido. Nos
hemos casado.
Según dice eso, la expresión del
chuleras cambia.
Me mira, yo lo fulmino con la
mirada y, tras pedir disculpas por sus
palabras y entendernos con los gestos, él
se marcha y mi nivel de intransigencia
se relaja.
Min y yo nos miramos. En sus ojos
leo todo lo que sus palabras no me
dicen, y cuando lo acerco a mi cuerpo y
lo beso con propiedad, siento que el
me besa con posesión.
¡Vaya dos!
Instantes después, cuando salimos
de la mano del local, nos encontramos
con Yoongi. Por suerte, lo ocurrido
entre ese tipo y yo en el pasado debido a
Min está aclarado, y mantenemos una
excelente relación. yoongi es un buen
tipo y me cae muy bien.
Tras tomarnos algo con él y la
chica que lo acompaña, cuando se
marchan, nosotros regresamos con el
grupo. Jimin se acerca a su hermana y
yo me siento junto a Beto, que resopla.
Lluvia se lleva a los coreanos de
calle, y con disimulo pregunto:
—¿Qué te ocurre?
Él me mira. En su cara leo lo que le
ocurre, y con sinceridad indico:
—De ti depende, amigo..., sólo de
ti.
Beto maldice. Lo joroba lo que
calla, lo que oye y lo que siente, pero se
contiene.
No suelta prenda.
Segundos después, acojo feliz a mi
omega entre mis brazos cuando viene a
sentarse sobre mis piernas. Me encanta
su contacto.
Tenerlo sentado sobre mí, oír su
risa y ser testigo de sus preciosos gestos
al hablar con los amigos me hace sonreír
como un tonto. Sin duda me estoy
convirtiendo en un lelo, en un blanderas
enamorado, pero no puedo evitarlo. El
me hace feliz.
El buen rollo en el grupo es
evidente. Lo que no se le ocurre a uno se
le ocurre a otro. De pronto, Hye se
acerca a Min, que ahora está sentado en
una silla, y soy consciente de que ambos
cuchichean.
¿Qué les ocurre?
Los observo. Los hermanos Park
y sus confidencias pueden ser terribles;
entonces soy consciente de que Yuriko, la
ex de mi cuñada, está por aquí. Ambos
se ponen nerviosos, se alteran, y yo
intento tranquilizar a Min. Lo voy
conociendo y, cuando achina los ojos,
malo..., malo, porque sé que el coreano
malhablado que habita en su interior
puede aparecer de un momento a otro.
Estoy observando la situación en
tensión por lo que pueda ocurrir con
aquella tipa, cuando de pronto sucede algo
que nos deja a todos sin palabras.
Hye, ni corta ni perezosa, va hasta
donde Juan habla con Beto, se
sienta en las piernas de aquél y lo besa
en la boca delante de todos con
verdadera pasión.
¡Joder!
Parpadeo.
¡Joder con Hye y Juan!
Pasmado, miro a mi omega, pero su
gesto me indica que está tan sorprendido
como yo. Beto y yo nos miramos, no
sabemos si reír o enfadarnos. Entonces
miro a Yuriko, al ex, y por su expresión
creo que se va a desmayar.
Pero ¿qué están haciendo Hye y
Juan?
Nadie sabe qué decir, y tan pronto
como el fogoso beso acaba, mientras el
mexicano me mira con cara de tonto, la
fiera de Hye, sin levantarse de su
regazo, se dirige a su ex y, cuando él le
pide explicaciones, discuten. Mientras
tanto, yo sujeto a Min, que es la siguiente
fiera que puede entrar en acción.
Lío. Se organiza un buen lío de
reproches entre ellos, hasta que con
gesto hosco Juan se levanta, sin
soltar a Hye, y se encara con Jesús.
Bueno..., bueno...
El mexicano suelta todo lo que se
le pasa por la cabeza en defensa de la
coreana y termina diciendo: «Ándale y
desaparece de mi vista, ¿entendido?».
La ex, blanca como un alemán,
finalmente da media vuelta y se marcha.
No le queda otra. Y Hye, clavando
los ojos en Juan, dice con un
hilo de voz:
—Gra... gracias por tu ayuda.
Se miran.
Uf..., cómo se miran esos dos.
Entonces, con una tranquilidad
increíble, Juan vuelve a
sentarse, esta vez sin ella, y suelta:
—Las que tú tienes, relinda.
¡Joderrrrr!
¡Pero que estamos todos delante!
Oigo a Min maldecir y yo, no sé por
qué, me río.
Segundos después, cuando Min y su
hermana se van al baño, miro a Juan
y, cuando voy a hablar, éste
afirma:—
Lo sé, güey. No quieres líos.
Tan boquiabierto como yo por lo
ocurrido, Beto mira a Lluvia, que
bromea con un chico en la barra,
después mira a su primo y, bajando la
voz, cuchichea en tono abatido:
—Los coreanos comienzan a no
caerme bien.
Su comentario me hace gracia, sé
por qué lo dice, y matizo:
—Pronto no te caerán bien los
alemanes.
Beto maldice, lo joroba lo que
oye, y entonces su primo suelta:
—Deja de hacer el tonto y ve a por
ella.
Pero Beto se resiste, tiene
demasiados miedos e inseguridades, y,
haciendo caso omiso de sus palabras,
pregunta:
—Primo, ¿en serio le has dicho a
Hye «¿Crees en el amor a primera
vista o tengo que volver a besarte?»?
Juan asiente, y Beto,
poniendo los ojos en blanco, murmura:
—Mamasita linda, ¿quién eres tú y
dónde está mi primo?
Finalmente terminamos los tres
riendo como tres idiotas.
Pero ¿qué nos pasa?
¿De verdad que los jodidos
sentimientos nos nublan el seso?
Al final terminaré creyendo en esa
frase que he oído varias veces y que
dice que el corazón tiene razones que la
razón no entiende.

YO SOY JUNGKOOK JEONWhere stories live. Discover now