Capítulo 31 - Sostenme con fuerza y no me dejes ir nunca

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Habían pasado casi dos semanas desde que la pequeña Danvers se había despertado y había devuelto la alegría y el alivio que todos necesitaban. Respirar se había convertido ahora en una tarea placentera, en lugar de algo que sólo garantizaba la supervivencia. Jonn todavía se sentía un poco fuera de sí, pero nadie lo culparía, después de todo, había estado muy cerca de perderlo todo de nuevo. Kara sabía lo que se sentía. Todos allí habían experimentado la pérdida, cada uno de una manera diferente, causando un dolor diferente. Por fin los agentes podían volver a hablar más alto, reír y distraerse cuando no había misión. De hecho, todos pudieron volver a sus puestos de trabajo sin preocuparse por recibir malas noticias. Ni L-Corp ni CatCo estaban en sus mejores días, pero James se tomó un respiro y volvió definitivamente a su puesto de director general, recibiendo órdenes e instrucciones de su nueva jefa, Lena Luthor.

Sam también podía consolarse con el hecho de que Supergirl volvería poco a poco a las calles. Su error, porque los poderes de la rubia estaban lejos de manifestarse. La kriptonita le había causado daños quizá irreparables, no es que no volviera a ser una heroína, pero tendría que esperar mucho tiempo antes de poder recuperarlos. Kara estaba en cuidados intensivos con su hermana y su madre, que no se separaban de ella. Alex era quien le cambiaba el vendaje de las costillas, le tomaba la tensión, le sacaba sangre, la ayudaba a andar y le daba noticias de su mejoría, además de tomar el sol con ella al menos cuatro veces al día, dos fuera en el balcón y dos en la habitación con las lámparas. Eliza era quien le llevaba la comida y, por el momento, la pequeña Danvers comía como un ser humano normal, aunque seguía odiando las verduras y prefería la pizza.

Lena se encargaba de hacerla sonreír, de que salieran juntas, de traer a las niñas para que se quedaran con Jeju, de contarle cómo Lizzie intentaba dar sus primeros pasos, de cómo Ellie fruncía el ceño como su otra mamá. Y no sólo eso, cuando estaban solas, la morena la colmaba de besos silenciosos, apasionados y anhelantes. Esa era la parte favorita de la pequeña Danvers, estar tumbada junto a la mujer que amaba durante casi hora y media, sin decir una palabra, solo respirando tranquilamente, acariciando su pelo negro y dejando que se durmiera, porque no sabía cuándo había dormido la directora general por última vez. Probablemente Lena no había pegado ojo en ese mes, y eso le preocupaba demasiado. Aunque se quejara por dejarla descansar, Kara se limitaba a sonreír y a besarla una vez más, entrelazando sus piernas bajo la sábana celeste y repitiendo en susurros lo mucho que la amaba.

Lo peor era cuando Lena le recordaba tomar su medicación. Rao, ¿por qué tenía que tomar esas horribles pastillas y esos líquidos amarillentos que sabían a repollo? Vale, quizá no sabían a col, pero era lo más parecido que pudo encontrar para comparar y demostrar que eran malos. Al principio, Lena resopló incrédula y estuvo a punto de perder la paciencia ante la terquedad de la otra mujer, que cerró los ojos, hizo un puchero y se cruzó de brazos. Pero era una Luthor y se le ocurrieron varias formas de esconder las pastillas en sus bocadillos.

Kara nunca iba a averiguarlo, porque la comida le quitaba por completo todos los sentidos.

Las tardes con las chicas siempre eran las más animadas y divertidas. Y también las que más cansaban a la rubia, después de todo, seguía sin fuerzas, recuperándose de un coma y las costillas aún le ardían cuando se movía demasiado. Lizzie le enseñó todos los juguetes nuevos que le habían regalado por Navidad, que consistían en toda la colección del Oso Pooh, y eso alegró hasta a su Jeju, porque resultó que ella también era fan. Cada vez que la niña la llamaba Jeju, o decía cualquier otra palabra, aunque fuera en un revoltijo, se le llenaban los ojos de lágrimas y se maldecía por haber pensado alguna vez en no volver con su familia. 

Ellie, por el momento, era una desconocida y aún no tenían forma de jugar con ella. A Kara le gustaba cogerla en brazos, cantarle para que durmiera tranquila y siempre le decía lo enamorada que estaba ya de su otra hija.

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