BAHÍA DE CABO BLANCO

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Después de un largo camino, llegamos a la esperada Bahía de Cabo Blanco.

-¡Todos a los botes! ¡Es la hora! Demandé.

Nada más pisar la blanquecina arena de la playa, analicé el lugar.  -Volved a subir aquel bote con antorchas en la mano, así podremos atraerlas pacíficamente. Les ordené a seis marineros. 

-¿Pacíficamente? Son criaturas despiadadas. Comentó uno de la tripulación haciendo que me girara en su dirección.

-No más que el hombre. Respondí con frialdad. -Te aconsejo que no hables de lo que desconoces.

Los hombres se situaron con el bote en mitad de las aguas. Tras unos minutos, pude sentir la impaciencia del segundo de abordo.

Miré al cielo maravillada. -La luna vieja en brazos de la nueva, principios de verano... el momento idóneo. Señalé.

-No lo parece... Masculló el español.

-Solo ha de esperar. Dije antes de comenzar a cantar una antigua canción:

Mi hogar he abandonado y mi cómodo placer.

Una flecha de cupido vi mi pecho atravesar.

Y ya nada me consuela

como mi marino audaz.

-¿Se puede saber dónde ha conocido tal canción? Quiso saber el corsario con sospecha.

-La mujer que gobierna las aguas me la enseñó años atrás. Confesé con tranquilidad y la mirada fija en el movimiento de las aguas. -Logra calmar cualquier tempestad y llamar a nuestro igual.

-Ya, claro... ¿Cuánto más hemos de esperar? Preguntó cada vez más impacientado.

-Ya están de camino, solo has de escuchar. Respondí.

Un coro de voces no tardaron en surgir de las profundidades para situarse al rededor del bote:

Una flecha de cupido vi mi pecho atravesar.

Y ya nada me consuela

como mi marino audaz.

Venid ya bella doncella.

No importa quien seáis.

Si amáis a un marinero,

que va surcando el mar.

Las sirenas rodearon el bote lentamente provocando que me uniera a sus cánticos:

Una flecha de cupido vi mi pecho atravesar.

Y ya nada me consuela

como mi marino audaz.

Una flecha de cupido vi mi pecho atravesar.

Y ya nada me consuela

como mi marino audaz...

-¡Ahora! ¡Echad las redes! Ordenó el corsario de repente.

-¡¿Qué?! ¡NO! Exclamé alarmada.

-¡Y si es necesario, quemadlas! Solo necesitamos a uno de esos monstruos al fin y al cabo...

-No son ningún monstruo. Repuse furiosa. -Son criaturas puras de la mar. No pienso permitirlo.

En el momento en el que iba a desenfundar mis armas, sentí la presión de una pistola detrás de mi cabeza.

-Esos demonios no merecen vivir. Masculló el marino de antes, quien me estaba apuntando.

Las sirenas comenzaron a cantar en forma de auxilio mientras intentaban defenderse de los marineros. -¿Es qué no lo oís? Están rogando por ayuda. No pensaban atacaros, inútiles.

-Yo no oigo nada. Me contestó divertido el marinero.

En mitad de todo el caos, sentí como algo tiraba de mi tobillo y me adentraba en las profundidades del mar.

La falta de oxigeno en mi pecho desapareció una vez oí aquella nana de cuna y pude abrir los ojos aún bajo el agua.

Una sirena de tez blanca y pelo y ojos iguales a los míos me miraba con una pequeña sonrisa. Ahí entendí que lo que me había arrastrado al agua para salvarme.

-Ansiaba encontrarte desde que nos separaron, hermana... Me confesó antes de que una red la atrapara de golpe asustándome. No podía ser posible...

Salí lo antes posible a la superficie en su búsqueda. Su cola estaba atrapada con la red, que a su vez, se encontraba enganchada a las rocas, lastimándola. No entendí porque, pero supe que debía salvarla y protegerla.

Saqué mi daga para liberarla pero se aferró a mi mano con fuerza. -Nacimos del mismo mar, de la misma madre, la dueña de todos los mares... Ambas bendecidas pero obligadas a vivir en mundos diferentes. Mencionó con misterio.

Corté la red con el filo de mi daga asegurándome de que nadie se acercara. -Entonces huye antes de que sea demasiado tarde y te condenen a vivir lejos de tu mundo..., hermana.

-Pero...

La batalla ya estaba acabando al igual que las llamaradas del agua y las sirenas se estaban marchando de la superficie.

-Vete, eres libre. Si lo que dices es cierto, volveremos a encontrarnos cuando sea deseo de la mar. Finalmente, la sirena se adentró en el agua y desapareció entre el oleaje.

Recogí una cantidad diminuta de agua en un pequeño bote y regresé con expresión seria a la orilla, ganándome la atención de los españoles:

-Veo que vuestra absurda idea no os ha servido para obtener la lágrima. Comenté recogiendo mi sombrero negro del suelo para colocarlo en mi cabeza.

El corsario sonrió con aires de superioridad. -No es que su plan fuera a dar mejores resultados.

Una sonrisa ladina apareció en mi rostro de inmediato a la vez que sacaba el pequeño bote de mi bolsillo. -En eso se equivoca, Spaniard. Mis planes siempre funcionan.

La expresión de rabia y sorpresa no tardó en aparecer.

-Aunque aún me queda un pequeño asunto que solucionar... Murmuré sacando mi daga en un movimiento veloz para lanzarla en dirección al ingenuo marinero. Dando de lleno en su estómago y provocando que su espalda diera con una de las grandes piedras de la costa.

Me acerqué a él y clavé el arma aún más profundo. -Esto es lo que ocurre cuando se desobedecen las órdenes de tu capitana... Le susurré al oído antes de sacar el arma, haciendo que se desangrara lentamente en la arena.

Limpié el arma en el agua y volví a guardarla con cuidado para después dirigirme al resto.

-¿Proseguimos? El navío de Ponce de León no debe estar muy lejos. Todos asintieron repetidamente, ninguno se atrevió a replicar.

Comenzaron a andar permitiéndome quedarme algo atrás del grupo.

-Ahí estás... Murmuré cuando un curioso cangrejo con el caparazón de piedra estaba trepando por mi vestido hasta llegar a mis manos.

-Ya sabes a quien debes buscar y guiar. Le susurré antes de dejarlo próximo a la orilla y retomar mi camino.

Piratas del Caribe: En Mareas MisteriosasWhere stories live. Discover now