EL PROBADOR

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—Este es el tuyo —susurró una voz tras de mí.

Me giré a observarle. Era alto, de piel y cabello claro y sonrisa atrevida. No me inmuté, aunque consiguió captar mi atención. De reojo percibí que era un trabajador de aquella misma sección de Tajes de fiesta; su atuendo y pajarita en el cuello lo evidenciaban.

Busqué con la mirada al  chico que anteriormente había estado echándome una mano con la elección, pero estaba ayudando a otro hombre, así que me tomé un segundo más para mirar el traje a medida que el castaño tenía en las manos. Negro brillante. Era precioso, sí. Me acerqué a mirar la etiqueta y casi me caigo para atrás del susto.

—Se me va de precio —dije de manera escueta, sin querer observar al chico que me miraba con aquella sonrisa tan descarada—. Es bonito, pero muy caro.
—Cualquiera se pegaría el capricho con esas curvas. Serás la envidia de todo el mundo cuando fusiones este trapo con la percha. Porque lo mejor es la percha, sin duda.

Sonreí ante su descaro. Si aquello era una estrategia de marketing con la que convencerme, estaba funcionando, porque de repente tenía toda mi atención.

—Entra y pruébatelo, no pierdes nada.
Le miré a él, después al traje, de nuevo a él, otra vez al traje… Se lo quité de las manos mientras sonreía y tras un suspiro me adentré en un pasillo repleto de probadores. Pasé a uno de ellos.
Cuando me vi ante el espejo con el traje colocado no pude más que contener la respiración. Era perfecto. Cualquiera diría que estaba dibujado sobre mi piel.
—Te lo dije —escuché decir tras de mí.
Pegué un respingo por el sobresalto, aunque esta vez no me giré, podía ver perfectamente a través del espejo que el dependiente se había tomado la libertad de abrir la cortina y pasar al interior de mi probador.

No me dio tiempo a protestar, aunque para qué engañarnos, tampoco pensaba hacerlo. Se acercó por detrás, atrapó la chaqueta con las dos manos y la retiro . No pasó desapercibido para mí el roce de sus dedos intencionados subiendo con suavidad por mi cuello. Colocó su cabeza encima de mi hombro desde atrás, de tal forma que veía estupendamente su cara y la mía juntas en el espejo, como un amigo que sin reparo entra a aconsejarte.

—Así está mucho mejor —dijo posando los labios sobre mi cuello y dejando, en él, un húmedo beso que me estremeció—. Ahora solo falta realzar un poco más la parte delantera.  Lo miré con cara de pocos amigos, aunque mis partes bajas no se indignaron tanto. Me excitaba muchísimo la situación y no pondría impedimento alguno a sus intenciones. Él lo notó.

—En mi opinión profesional, este escote iría así. —Alargó la mano y la paso por mi pecho para después desabrochar tres bonotes de la camisa, pero sin rozar nada que no debiera.

—¿Y en la opinión personal? —pregunté con atrevimiento.
—En la personal… —Suspiró y movió sus dedos acariciando mi pelo—. En la personal te arrancaba el  traje sin importar su precio.

Nuestros ojos chocaron en silencio a través del espejo, esperando el permiso el uno del otro y, tras esa pequeña pausa, aquel chico castaño y atrevido se convirtió en un salvaje que me devoró.
Me giró de un solo movimiento y se pegó a mis labios, proporcionándome el placer de una lengua húmeda rebosante de erotismo. Pero aquel beso desenfrenado duró poco tiempo. Prefirió degustar otras zonas de mi cuerpo. Me giró hacia el espejo de nuevo para que pudiéramos vernos bien, y aquel simple gesto consiguió que me mojara más. Sabía que iba a presenciar todo lo que estuviera por ocurrir en aquel probador.

Bajo mis pantalones con ambas manos, rozando mis piernas, sintiendo aquella tela fina y delicada descender a través de ellas. Entretanto, comenzó a besarme con deleite las orejas por detrás, bajando hasta el cuello y deteniéndose unos segundos de más en marcarlo sin pudor.

Consiguió bajar mis pantalones por completo, abrió mi camisa pero sin retirarla dejándome solo desnudo de cintura para bajo. Me instó a apoyar las manos sobre el cristal sin quitar su mirada de la mía a través del espejo y sacó su falo, el cual no llegué a ver por encontrarme de espaldas a él.
El castaño, posicionó su pene en mi agujero y, sin preguntar, notando que estaba más que listo para el siguiente paso, se introdujo con una lentitud pasmosa, llegando a notar sin visualizarla, la longitud y el grosor de aquella herramienta que, dura, muy dura, martilleaba en mi interior.
Suavemente.

Una vez, y otra, y otra. Dentro, fuera, dentro, fuera.
A veces vacilaba sin meterla y entonces nuestros ojos se encontraban en el espejo.

—Mírame —murmuraba bajito con una sonrisa en la cara—. Míranos —rectificó. Y cuando lo hacía, volvía a complacerme con otra cálida embestida, suave,
constante, placentera… Dando en aquel lugar mágico que pocos hombres encontraban sin conocerte, chocando con todas las paredes de mi interior, arrancándome suspiros.

—¿Te corres? —me preguntó mordiendo el lóbulo izquierdo de mi oreja al ver la mueca de excitación que se mostraba ante aquel espejo.

Solo pude asentir, jadeando casi en silencio, asustado y excitado a la vez por aquel miedo que solo una persona que se expone a que le pillen haciendo cosas malas experimenta.

Conseguí abrir los ojos, fijar la mirada sobre la suya, y me dejé llevar totalmente mientras él sonreía, orgulloso por el placer que mi rostro y mi cuerpo contraído evidenciaban. No contento con todo ese gusto que me proporcionaba, el señor de la pajarita tuvo la idea de rodear mi cuerpo con uno de sus brazos y alargar la mano hasta mi pene, al que maltrató presionándolo a la vez que realizaba circunferencias en mi glande.

—Jeff, ¿dónde estás? —dijo una voz desde fuera.

El chico, sin parar de arremeter dentro de mí, apartó la mano de mi pene, la subió hasta su boca y alzó el dedo índice sobre sus labios, pidiendo silencio. Empujó contra mí con una fuerza bestial, buscando su placer. Miré hacia atrás con la boca sellada para no dejar escapar ningún gemido que nos delatara, atrapé el dedo que posaba en su boca y lo metí en la mía para lamerlo con lentitud. Aquel fue el detonante para que el chico saliese de mi interior, apuntara hacia el espejo y dejara allí los restos de lo que en pocos minutos había ocurrido.

Guardó su falo en el interior del pantalón, se recompuso la pajarita y antes de salir del probador dijo:
—Disfruta el traje, precioso, y acuérdate de mí cada vez que te lo pongas.
Me quedé allí de pie, pasmado, con los pantalones en los tobillos y la camisa abierta y arrugada  pensando que no me podría llevar aquella prenda. Dejaba entrever demasiado, incluso las marcas que aquel dependiente había dejado en mi cuello.

17 Orgasmos (ONE SHOT) - (Adaptada) (Por Becha) (JEFFTA)(FINALIZADO)Where stories live. Discover now