15. Por confiar demasiado

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Esperé que él se enfadara, aunque fuera un poco ante mi rechazo y me dejara irme. En su lugar, lo que obtuve fue sus labios depositados en la palma, lo que me pareció un actitud muy pacifista que no se estilaba hoy en día. Supongo que era alguna clase de beso pasado de moda, o una mierda similar que yo no iba a entender de todas maneras porque no era información útil. En cuanto terminó de dármelo, levantó la cabeza un poquito para verme por el borde superior de los ojos, con esa mirada amarillenta que parecía miel metida en un tarro de cristal pulido, y susurró:

Todo irá bien, estoy seguro de ello aunque tú no opines igual.

Yo no sabía de qué estaba hablando, como tampoco comprendía el por qué tenía que decir aquello como si a mí me hubiera sentado tan mal que no podría pasar página. O sea, ni que él fuera único y especial. Simplemente decidí quedarme en silencio y matarlo con la mirada para que me soltara de una puta vez, a lo que él sólo sonrió con esa forma tonta de siempre e hizo algo que odiaba mucho: Tiró de mí hacia él con un poquitito de fuerza contenida, lo que me obligó a que me tomara con uno de sus poderosos brazos y me levantara casi como si fuera un mocoso.

¿Dónde quieres que te lleve? —me preguntó él, todavía sonriente, y mis mejillas se pusieron rojas. No sabría decir si de vergüenza o enfado, quizás de ambas—. Prometo llevarte sin quejarme ni una sola vez.

Al hotel... —Mi voz sonó queda, pero después añadí con un tono cortante—: Y como te atrevas a infantilizarme, te voy a morder en la cara hasta que sangres a borbotones.

Me gusta que me muerdan... —ronroneó, apestando nuevamente con ese hedor propio de un lobo poniéndose cachondo y llenando su mente de impurezas.

No estaba de humor para aguantar sus payasadas, así que le tomé bastante fuerte del cabello rojizo y, con bastante molestia, le dije al oído:

Será mejor que me lleves al hotel y te rebajes esa obscena erección que tienes manchando tu pantalón como si fueras un puberto, porque como te me insinúes te la reventaré a patadas.

Fue suficiente para hacerle saber que el juego tenía que terminar, y así me llevó al hotel en silencio junto a un buen ritmo de pies para calmarme en la medida de lo posible.

Por supuesto que la noche resultó ser bastante horrible al principio, y ya estaba aceptando vagamente que el clima en este lugar no se parecía en nada a la calidez general de Hayu. La cama era lo bastante cómoda para invitarte a quedarte ahí, pero durante la caída del sol las mantas no calentaban una puta mierda ni aunque te enrollaras con ellas. Al principio me aferré a mi orgullo para intentar dormir, enrollado, mientras me repetía que no necesitaba a nadie para entrar en calor y sólo debería de esperar un poco... hasta que me di cuenta que tras una hora seguía teniendo frío.

Me tragué mi orgullo, tomé la manta, y me marché hasta el sofá donde Ian ya estaba esperándome con la manta abierta y una sonrisa silenciosa. No necesitaba palabras para saber que si me jodía, yo sería peor para vengarme; lo que al menos conseguí que Ian no abriera esa boca y se contentara con darme calor. Supongo que yo estaba bastante cómodo, o quizás era la mezcla del calor entre su cuerpo  y las dos mantas, pero me quedé frito en minutos.

Lo malo llegó durante la mañana, donde obviamente desperté con una situación incómoda: Ian duro como una piedra bajo la ropa interior, y lo peor es que mi mano estaba justo ahí como si quisiera agarrarla. Al menos su sueño era lo bastante profundo para no despertarse en cuanto la quité, tampoco se percató que me levanté y me volví a la cama, y mucho menos me escuchó llamarlo "Palmera tonta" cuando le vi sonreír con un deje bobo por algo que estaría soñando.

𝕰𝚕 𝓢𝚎𝚗𝚝𝚒𝚖𝚒𝚎𝚗𝚝𝚘 𝕰𝚚𝚞𝚒𝚟𝚘𝚌𝚊𝚍𝚘Where stories live. Discover now