Capítulo 8

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ALANA

-Tú, Alana DeVito, tomas a Vincenzo Angelo Valentino como tu esposo, para amarlo y servirle, para mal o para bien, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y la enfermedad, de ahora en adelante, por todos los días de tu vida, ¿hasta que la muerte los separe?

Guardé silencio por varios segundo, alargando la tensión que cargaba el ambiente con un espesor insoportable.

-Sí... y no.

-¿Perdone, señorita? -El cura me miró sorprendido, sin entender muy bien el significado de mis palabras.

-Hace mucho que dejé de serlo, Padre. Y quise decir que no acepto ni amarlo ni respetarlo, ni para mal ni para bien, ni en la pobreza ni en la riqueza, ni en la salud o la enfermedad, ni de ahora ni en adelante y definitivamente, no por el resto de mi vida. -Escuché la carcajada de Salvatore a mis espaldas, pero eran los ojos azules tormentas que me miraban vacantes y fríos los que me tenían atrapada. Le sonreí desafiante, y no alejé nuestras miradas mientras le volvía a dirigir la palabra al cura-, pero sí lo acepto como mi esposo, hasta que la muerte nos separe y vayamos a visitar el infierno juntos.

-Dios le libre de ese destino, muchacha, y la tenga en su eterna gloria luego de que parta de este mundo.

Me mordí el labio inferior para contener una risa cuando Salvatore resopló a mis espaldas.

-Por favor, Padre. Ahora no se venga haciendo el santo que estamos entre familia. Todos sabemos que usted también va a hacerle la visita al diablo cuando estire la pata.

-¡Suficiente, Salvatore! No tengo paciencia para tus jueguecitos infantiles de mierda -la amenaza implícita y la advertencia de Vincenzo se escuchó alta y clara en su voz, logrando que el Caporégime callara por primera vez desde que lo había conocido horas atrás-. Continúe, Padre Giusto, pero sáltese toda la palabrería innecesaria y vaya directo al final, que tampoco tengo tiempo para las tradiciones innecesarias de su iglesia.

-Nuestra Iglesia, Vincenzo. No es solo mía. -Miré sorprendida como el cura sacaba el certificado de matrimonio de un maletín azul y lo colocaba encima de la mesa sencilla que había arrastrado de su cocina-. Ya que todas la partes están de acuerdo y nadie se opone a esta unión. Yo, bajo el poder que me ha dado Dios y el estado fiscal de Roma, los declaro marido y mujer. Por favor, firmad aquí.

Tomé la pluma que había junto al papel y garabateé una firma apresurada en el espacio vacío que el Padre indicó. El proceso se repitió con Vincenzo, sellando nuestro destinos en las manos del uno y del otro.

-Ya puede besar a la novia.

Solté un resoplido burlón y me di media vuelta, dispuesta a irme de allí cuanto antes y romper aquella falsa. Sí, era una mentirosa manipuladora por naturaleza, pero las obras de teatro no eran tan divertidas cuando no era yo quién escribía el puto guión.

Vincenzo no me dio la oportunidad de dar un paso cuando su puño se enredó en mi pelo y tiró de mí hasta chocar nuestros cuerpos. El movimiento brusco me descolocó por unos segundos, pero no lo suficiente como para no sentirlo a todo él, apretado contra mí.

Mi espalda posada a su pecho. Su aliento chocando con mi cachete y parte de mi cuello. Mi caderas presionadas a las suyas. Su erección -su jodido miembro duro -acolchonado entre mis nalgas.

El muy hijo de puta creía que me podía mangonear de un lado a otro a su antojo como una muñequita de trapo y, a pesar de que mi mente lo repudiaba, mi cuerpo no hacía más que reaccionar a su cercanía como lo haría un hombre sediento en medio del desierto, persiguiendo el sonido lejano de una cascada cayendo.

Diavolessa ©Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora