Capítulo 5

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ALANA

Acomodé los tacones de aguja transparentes en mis pies y admiré la delicadeza del diseño en dorado que cubría la punta. Los había comprado en una tienda de marca del centro para acompañar a mi vestido del mismo color.

Parecía que caminaba sobre cristal como cenicienta, y eso era justamente lo que quería.

Me levanté del borde de la cama para dar unos pasos y acomodar los zapatos. Alisé la seda de mi vestido que se expandía desde mi cintura en olas suaves que se arrastraban al piso y era separado por la abertura que tomaba inicio en mi muslo derecho hasta el final del diseño. El escote era una cascada de tela brillante que caía hasta la mitad de mi estómago, al igual que la espalda, dejando desnuda una buena porción de mis pechos, mi dorso y el inicio de la curva de mi trasero.

Opté por dejar mi cabello negro suelto y olvidar la peluca completamente. Ya no la necesitaba. Mi maquillaje era mínimo, con un poco de iluminación y rubor en mis mejillas mientras mis labios resaltaban con un rosa natural que los hacía ver carentes de labial, justo como ese tono natural que se queda luego de ser víctima de besos maltratadores.

Me sentía como cleopatra vestida así: poderosa y con los hombres más temidos del mundo a mis pies.

Con una última mirada satisfecha al espejo, tomé mi mini bolso de perlas y salí de la habitación.

El sonido de la música clásica se fue haciendo más presente con cada peldaño de las escaleras coloniales que bajaba. La gala se estaba celebrando en el salón principal que Maritza había adaptado años atrás para acomodar, al menos, unas quinientas personas, pero solo había sesenta invitados presentes esta noche en la casa.

Al llegar, dos solados de Luca que estaban posicionados en la entrada abrieron las dobles puertas para mí. Ni siquiera me miraron, a diferencia de cada par de ojos en la sala que viajaron en mi dirección. El oxígeno del lugar se hizo más candente y casi se podía palpar en el aire la admiración de los hombres que me observaban como si fuera un pedazo de carne a su disposición, y la envidia de la mujeres que se sentían opacadas por mi presencia.

Amaba que me comieran con los ojos, me facilitaba el trabajo de manipularlos la mayoría de la veces. Ellos solitos venía a mí a pedir migajas y a comerlas de la palma de mi mano con una sola señal de mi parte en su dirección.

Busqué a Maritza por los pequeños grupos de elite esparcidos por toda la habitación y terminé por encontrarla al fondo, cerca del bar, conversando con una Kiara enfundada en un vestido ajustado de color verde esmeralda de cuello alto.

Debía admitir que el color le quedaba muy bien y hacía un excelente trabajo en resaltar su pelo rojo ahora laceado, recogido en un moño alto que acentuaba sus rasgos elegantes.

Me acerqué a ellas, contoneando mis caderas con un vaivén sensual que se había convertido en una segunda naturaleza para mí. Tomé una copa de champán de una bandeja al pasar un mesero por mi lado y le di un sorbo, apretando los labios para esconder la mueca de asco de los invitados.

Joder, odiaba el champán casi tanto como a los Valentinos. Incluso, hasta un poco más.

—Dios, Alana. ¿Pretender provocarle un infarto a cada hombre en esta habitación con ese vestido? —Maritza se llevó la mano al pecho, horrorizada.

Ojeé el clásico modelo negro que ella llevaba puesto con una sonrisa. Le quedaba espectacular, como todo lo que se ponía, pero la hacía parecer una viuda de luto.

Lo cual era.

Si había algo en lo que ella y yo siempre estábamos en desacuerdo, era mi forma de vestir. Desde pequeña, ella había querido que luciera como una princesa, pero a mí siempre me gustó jugar a ser la villana del cuento. ¿Qué podía decir? Siempre encontré más divertido ser la mujer fuerte y decidía que cortaba cabezas o convertía a príncipes en sapos, que ser una niñita estúpida que solo pensaba en besar animales o perseguir conejos y hablar con orugas.

Diavolessa ©Where stories live. Discover now