Capítulo 6

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VINCENZO
Roma, Italia.

Una semana. Una jodida semana y la arpía venenosa aún rondaba en mis pensamientos como una maldita plaga.

Si hubiera sabido que no probar esa boca me iba a dejar tan descolocado como lo hizo adentrarme entre sus piernas, no me hubiera contenido al hacerlo, porque ahora solo podía pensar en que nunca llegué a reconocer el sabor de sus labios. ¿Eran dulces como la miel que tanto profesaba o amargos como ese odio en su mirada que tanto se empeñaba en esconder?

Alana tenía un millón de secretos, solo con mirarla a los ojos los podía reconocer. No me sabía cada uno de ellos, pero lo haría, cavaría hasta que no quedara un rincón en su cabeza y en su cuerpo que no hubiera sido explorado por mí, hasta que me cansara de ella. Nunca había conocido a una mujer tan retorcida como ella, aunque, por alguna razón que desconocía, intentaba esconder esa parte de mí como si no fuera obvia en la oscuridad que nublaba su mirada, o esa jodida curva maligna que transformaba unos labios seductores en un poema de terror.

La pequeña Diabla creía que me engañaba con su numerito de teatro, pero que equivocada estaba. El brillo indomable en su mirada y las promesas sucias y violentas que me profesaba mientras se dejaba usar y abusar por mí, la delataban.

Hay fieras que simplemente no se podían controlar y Alana era una de ellas.

—¿Qué te pasa, Vincenzo? No es propio de ti estar distraído antes de una reunión con La Commissione.

La voz de Mauricio, mi tío, me distrajo de mis pensamientos envenenados por la víbora. Alcé una ceja con diversión, de solo pensar su reacción si le dijera que el causante de mi desatención es, nada más y nada menos, que una mujer.

—Solo estoy sopesando un poco la vida. Cosas mías, Mauricio. Nada que te concierna en realidad, o en lo que necesite tus sabios consejos.

El sarcasmo en mi voz no pasó desapercibido por él, tampoco lo hizo para mí su ceño fruncido y la mirada decepcionada que me dedicó.

Quería decirme algo, lo pude notar por la forma en la que sus labios se entreabrieron para formar palabras, pero, inteligentemente, guardó silencio al notar como la puerta de la sala de reuniones se abría y por ella se filtraba dos de los Dons presentes esta noche y sus Conseglieres.

Cada cuál se posicionó en la mesa ovular en representación de cada Famiglia por orden de poder, con sus sabios perros falderos sentados a sus derechas. Era un eufemismo que mi abuelo había creado en su momento, aludiendo a esa famosa expresión de ‘la mano derecha’.

Lo de la mesa circular que había en lugar de esta también formaba parte del diseño original que había creado mi abuelo de la sala. Decía que era una forma de hacer a todos los Don sentirse iguales.

Yo no lo veía así.

En este mundo jodido por la corrupción y la avaricia, el poder importaba. La jerarquía se había convertido en una parte fundamental de la humanidad, y yo pensaba explotar eso hasta el jodido cansancio.

En La Commissione, yo mandaba. En la Famiglia Valentino, yo mandaba. En la jodida Cosa Nostra, yo mandaba también. Todas las decisiones pasaban por mí, incluso aquellas que solo le deberían concernir a la Famiglia a la que afecta.

Por eso estábamos aquí hoy. Giulio había hecho una petición para reunir y unirse al consejo de familias hoy, con la excusa de que sería presentado el nuevo Don de los DeVito y su Consegliere para la aprobación final. Todo el proceso era una mera formalidad para hacerles creer a los otros Don que tenían el poder de aportar algo a la elección, porque, en realidad, el único voto que importaba en esta sala era el mío.

Diavolessa ©Where stories live. Discover now