—¿Necesitas ayuda con algo? —le preguntó Gia. Pero la castaña presumió tener todo bajo control e insistió en que nos dedicáramos a disfrutar del festival.

No pudimos estar a solas por mucho tiempo pues Diego apareció para llevarse a mi chica. Avanzaron tan de prisa que apenas alcancé a entender hacia donde iban. Al parecer, la banda escolar estaba por comenzar su presentación y Melissa, hermana del chico, era parte de ella.

El escenario estaba apenas por encima del suelo y el público en general no prestó demasiada atención. Tocaron canciones que no conocía pero me dio la impresión de que eran muy viejas. De hecho, creo que las escuché en la reunión del último cumpleaños de mi abuela.

Melissa era una estudiante del instituto con la cual jamás había hablado, pero la reconocí pues era común verla acompañada de Miriam. Llevaba puesto el uniforme rojo de la banda y parecía disfrutar cada vez que agitaba sus baquetas contra la batería, aún si sus movimientos eran suaves.

Después de un rato, la banda se detuvo. Quizá para buscar nuevas partituras. No pudieron moverse de su lugar antes de que Johana apareciera en el escenario dejando a los chicos boquiabiertos.

—¿Qué estás haciendo? —le reclamó Melissa desde su lugar.

La de cabellos teñidos de rubio la ignoró por completo. Se colocó una guitarra eléctrica y caminó hasta el micrófono principal.

—Lamento interrumpirlos, pero esto se estaba poniendo aburrido —. Miró a los chicos de la banda para asegurarse de que estaban en sintonía-. Take On Me, ¿se la saben?

Una chica delgada y con lentes enormes le respondió tocando la melodía principal en el teclado. Johana sonrió de oreja a oreja pues supo que era su momento para sentirse una estrella.

Aunque al principio puso los ojos en blanco, Melissa cedió ante los vitoreos del público y puso sus baquetas en movimiento para comenzar la canción. Johana se unió con el vibrante sonido de la guitarra y la chica en el teclado terminó de perfeccionar la canción.

Terminé atrapada en medio de una multitud eufórica. Aquellos que alguna vez fueron indiferentes comenzaron a bailar al ritmo de la banda. Las manos se alzaron y los cuerpos danzaron. Las luces parpadeantes también formaron parte de la escena que se convirtió en algo emocionante.

Justo cuando creí que no podía ponerse mejor, la voz de Johana emergió con fuerza. Entonó las notas con una capacidad que no le conocía y contagió al público con su audacia. Todos estaban poseídos por la buena música. Cada palabra, cada nota, estaba envuelta en un remolino de pura energía.

Me dejé llevar tanto que no noté que Gia era la única que no bailaba. Parecía congelada en el momento, tan solo miraba a la banda mientras sus ojos brillaban, como si hubiera atrapado una constelación en ellos.

—¿Te molesta el ruido? —pregunté tan alto como pude, y cerca de su oído, para que me escuchara.

Gia se giró hacia mí y me sonrió con más energía de la que creí que podría guardar el pecho de una persona.

—No me molesta, al contrario. Amo la música.

Entonces volvió a mirar el escenario que, ante sus ojos, parecía la cosa más increíble.

La presentación no fue perfecta. Cometieron algunos errores apenas audibles y se adelantaron un par de veces, pero todo eso pasó a segundo plano. No importó entre tanta pasión desbordada. La banda supo mantener al público cautivo durante toda la canción. Les aplaudieron hasta hincharse las manos y aclamaron por otra interpretación.

Johana, flotando entre nubes de felicidad, se mostró más que dispuesta a continuar. Pero el maestro de ceremonias la obligó a bajar del escenario con sutileza pues la rubia estaba interrumpiendo el programa.

Entre HilosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora