7. Juego de niños.

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El suave pelaje de Stripe sobre su rostro le causaba muchas cosquillas, pero había algo en él que lo tranquilizaba tanto. Eso, y la risa aguda de Tweek al ver a su mascota luciendo los pequeños sombreros de papel que él mismo le confeccionaba. La habitación estaba cálida, esa tarde había sido muy cálida. 

Craig le devolvió una sonrisa, una de esas raras sonrisas que apenas realizaba a lo largo del  día, la mayoría de las cuales eran provocadas por la compañía del niño rubio que tanto bien le hacía. Estaban en su cuarto, el día escolar había terminado y se preparaban para disfrutar de un verano largo y tranquilo juntos. Los rayos del sol se filtraban por la ventana, pintando el espacio con una luz dorada y reconfortante.

— ¿Puedo jugar? — Su hermana menor se asomaba por la puerta, tenía sus dos coletas depeinadas y un montón de migajas de dulces y chucherías sobre sus mejillas. 

El niño rubio asintió, quería ser amable con ella pese a que era evidente que en su compañía se estresaba más. Tricia había llevado sus muñecas para compartir y a cambio pedía jugar con Stripe. Por supuesto que Craig no lo iba a permitir, sabía que su hermana no era lo suficientemente cuidadosa para tener cuidado con él, por lo que de inmediato se negó. 

— ¡Por favor! — Insistía la niña. — Hagamos como si fuera hijo de ambos. Lo vestimos como un bebé y ustedes serán sus padres. Yo seré la tía, obviamente. Anda, por favor. 

— Está bien. — Cedió al fin, soltando aire de manera exagerada para dejar en claro que no le gustaba la idea del todo. Tenía las cejas bajas y no ocultaba su fastidio. 

Tweek a su lado parecía sorprendido por verlo aceptar tal cosa, pero poco a poco se acostumbró. 
Entonces jugaron esa tarde a que Tricia llegaba con compras para su sobrino y Tweek le preparaba una merienda deliciosa y reconfortante. Ese día, Craig soltó más risas de lo usual. Era divertido ver a Stripe cooperar tanto con la dinámica que tenían y verlo usar esos trajecitos que su hermana y novio falso le habían creado. 

— ¿Quieres café, hijo? — Preguntaba el niño de cabellos dorados. Ofreciéndole una tacita al cuyo y haciendo que Tricia soltara unas cuantas risas de ternura. De pronto apartó la tacita de Stripe y con cejas molestas le reclamó. — ¡No! ¡Primer regla de la vida, hijo, no puedes confiar en lo que extraños te den! — Advirtió, tomando el líquido imaginario de la taza. El cuyo hacía sonidos ligeros, inspeccionando con su naricita el contenido imaginario. — Lo hago por tu bien, debes desconfiar de todo y todos todo el tiempo. — Seguía diciéndole, señalándole con su dedo y comportándose como alguna vez vio a su padre hacerlo con él. 

— Incluso si sí le estuvieras ofreciendo café real y no fuera una trampa... — Craig se unía a su extraña conversación. — Incluso así, dudo mucho que un cuyo pueda beber eso. 

— Si a él le gusta, yo se lo daré. — Respondió el niño con Stripe en sus manos, acercándolo a su boca para darle un montón de besitos en su pelaje y haciendo que la mascota de ambos continuara con los sonidos que tanto le gustaba escuchar. 

Cuando anochechió, Tweek pidió permiso a sus padres para quedarse a cenar y compartió la mesa con los Tucker, quienes siempre lo recibían de la mejor y más cálida manera. La señora Tucker lo trataba como a un segundo hijo, siempre hacía sus postres favoritos y platillos fáciles de consumir. Había aprendido que el novio de su hijo prefería texturas blandas a asperas, que si le daba sandwiches debían ser sin orilla y que por nada del mundo podía comer embutidos, porque eran un invento del gobierno para controlarlo. Laura no entendía muy bien del todo eso, pero tampoco le molestaba mucho seguir una que otra precaución para mantenerlo cómodo en la cena.
Aunque, por otro lado, Thomas no parecía muy contento con el chico últimamente. Cuando Tweek hablaba, parecía estresado y eso estresaba mucho más al niño, que comía con dientes apretados y pellizcándose los brazos para aliviar la incomodidad y deseos de estirarse el cabello. 

Cuando la cena acabó, era muy noche, las etrellas ya estaban sobre el cielo, pero en lugar de pasar tiempo para verlas y conversar sobre ellas, Craig lo acompañó a su casa. Juntos caminaron unas cuantas cuadras y, cuando estuvieron a punto de cruzar la calle para llegar a la propiedad de los Tweak, un auto pasó en exceso rápido. El rubio no había mirado a ambos lado antes de seguir caminando, por lo que Craig tuvo que pararlo en seco, deteniéndolo. Estaban asustados por el accidente que casi ocurría.

El niño de cabello negro tomó su mano, fuerte y muy molesto. se aferraba a él casi enterrándole los pequeños dedos. Incluso su gorro azul había caído de lo rápido y brusco que había sido todo. Levantó su gorro del pavimento y lo vio con ojos enormes y demasiado expresivos. — Ten más cuidado. — Le reclamó. 

— Lo siento. — El rubio habló apenas con poco aire. Temblaba y se mantenía muy cerca de él, teniendo miedo de que algo le pasara si se alejaba lo suficiente. Respiraba alterado y mantenía ojos muy grandes, teniendo muchos tics en ellos por el estrés que eso le había causado. 

Entonces llegaron a su casa, lo soltó sólo cuando tuvo que hacerlo y entonces el tiempo comenzó a congelarse. Vio a Tweek, sonriendo en el marco de la puerta, con la luz de la sala de sus padres, brillante y cegadora detrás de él, contrastando con la oscura y profunda noche donde Craig se encontraba ahora. Tweek se despidió, sacudió la mano en el aire con mucha torpeza y entró del todo a su casa. 
Craig no pudo hacer nada más que verlo desaparecer frente a él... No hizo nada más que verlo partir. 


Por ti renuncio al cielo.Where stories live. Discover now