• Capítulo 38

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Estuvimos un rato caminando, alejándonos de la casa, mientras nos comíamos unos bocadillos que Jay había preparado antes de salir. Me di cuenta de que, a diferencia de mí, él llevaba una mochila en la espalda.
—¿Qué llevas ahí dentro?— Quise saber curioso.
—Tranquilo, ahora lo verás.—
Seguimos caminando en silencio, solo se escuchaban algunos insectos y el sonido de nuestros pasos. Aunque mi cabeza estaba llena de dudas y preguntas, pero me las guardé para mí.

Seguimos el camino, que por cierto, estaba perfectamente iluminado por la luz de la luna, y acabamos llegando a un precioso y extenso campo.

Jay se descolgó la mochila y entonces sacó una manta.

—Por aquí, señorito.— Me dijo señalando la manta para que me sentara.
«Vaya, esta situación se parece a la de la historia de Will, pero, ¿Acabará igual de bien?». Me pregunté.
—Dijiste que te gustaba el cielo nocturno.— Siguió diciendo él al ver que me quedé parado. —Hoy hace una noche perfecta, así que he preparado esto…—
—Si lo dices así, parece una cita.— Dije riendo.
Jay no dijo nada, pero después de unos segundos me volvió a indicar que me sentase.
Los dos nos estiramos en la manta y empezamos a mirar las constelaciones.
«El cielo está tan despejado que se puede ver la vía láctea, qué bonito.» Pensé.

—He dicho que quería conocerte mejor, pero para eso también tienes que conocerme a mí.— Empezó diciendo Jay como si se hubiera preparado un discurso, aunque se le veía extrañamente nervioso. —Me gusta bastante la astronomía, y siempre he soñado con mirar las estrellas así con alguien… Alguien especial.—

Me quedé callado, tal vez de asombro.

—¿Sabes que todas las constelaciones del cielo tienen su historia?— Dijo Jay para romper un poco el silencio. —Muchas vienen de la mitología griega.—
—Me sé alguna.— Respondí emocionado, ya que también me gustaba el tema.
—Entonces sabrás que muchas historias de amor quedaron plasmadas en las estrellas…— Dijo él. —Todas y cada una de ellas quedaron plasmadas por toda la eternidad en el firmamento del cielo.—
Los dos volvimos a quedarnos en silencio.
«¿Está tratando de decirme algo?»
Lo miré preguntándome a donde quería llegar con esa conversación y decidí arriesgarme.
—Jay… Tengo que decirte algo.—
—¿Qué pasa?— Él me escuchó atentamente.
—No sé si te acuerdas, pero una vez te mencioné que debía decirte algo que al final no te conté.—
—Sí, creo que lo recuerdo. —Se quedó pensando. —Me dijiste que me lo dirías algún día.—
—Exacto.— Proseguí. —Pues creo que ha llegado ese día…—
—Yo también tenía algo que decirte.—
Nos miramos de nuevo y esta vez noté algún tipo de conexión, no me sentía solo en esto. Entonces supe que dejar ir todo lo que sentía era lo correcto, y que Jay estaba en la misma situación que yo.
Decidí no darle más vueltas.
—Digamos que… — Empecé diciendo. —Sé que cuando nos conocimos no nos entendimos del todo bien, pero siento que siempre tuvimos algo especial desde entonces.—
Jay solo siguió mirándome mientras sonreía.
—Lo que quiero decir es que, de hecho, ya somos algo, algo más que amigos, pero…— Titubeé.
—Eso no es suficiente.— Concluyó él.
Me aliviaron sus palabras, aunque seguía notando los latidos de mi corazón golpeándome la garganta.
—Jungwon…— Siguió diciendo él.
Entonces lo interrumpí, sin miedo a lo que pudiera pasar.
—Me gustas, me gustas mucho.— Solté al final. —Y no puedo soportar ser solo lo que somos.—
Jay se quedó mirándome. Los ojos le brillaban más que las estrellas que nos rodeaban. Me tomó las manos de imprevisto y entonces me dijo:
—Tantas veces he querido besarte de repente, caminar contigo de la mano, o simplemente actuar como actúan las parejas, pero me daba miedo que yo no te gustase de esa manera.—
Puede que se me empezasen a saltar las lágrimas, pero no lo admitiré porque se supone que el sensible es William, no yo.
—Entonces…— Dije.
—Entonces… Yang Jungwon, ¿Quieres ser parte de mi constelación?—
—¿Nosotros una constelación?— Reí feliz.
—La más brillante y hermosa del cielo.— Afirmó él. —Así nuestra historia será eterna.—
«Me encanta cuando se pone tan teatral, realmente amo a este chico.»
—¡Claro que quiero, tonto!— Respondí.
—Así que... ¿Puedo tener el placer de decir que eres mío?—

Asentí felizmente con la cabeza.

Entonces unimos nuestros dedos meñiques y Jay me dio un tierno y cálido beso.

Solo la luna y las estrellas son testigo de ese momento tan hermoso que cambió nuestras vidas.

Bueno, y vosotros también, mis queridos lectores.

FIN

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