Capítulo 4

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ALANA
Nueva York, Estados Unidos

El rostro inexpresivo de Maritza DeVito acaparaba toda mi atención. Sus dedos repiqueteaban sobre el apoyabrazos del butacón, estaba furiosa y no me esperaba menos.

—Es una locura, Alana. No voy a dejar que hagas algo así.

Suspiré. No estaba sorprendida por su oposición. Sabía que no aprobaría mi plan, nunca lo había hecho en el pasado, menos lo haría ahora que se había vuelto una puta locura.

—No te estoy pidiendo permiso. Te estoy informando de mi decisión.

—Te piensas meter en la boca del lobo sin invitación. ¡Estás loca! —siseó, sacudiendo la cabeza con los ojos llameando de emoción.

Tenía miedo, podía notarlo con claridad en su mirada. Maritza era una mujer fría y calculadora, pero nunca conmigo. Para mí siempre había sido la misma versión que solo le mostraba a Matteo: una mujer fuerte y decidida que amaba y se entregaba con todo su ser.

A veces me preguntaba que hubiera sido de mi vida si el amor que me dio al crecer hubiera sido suficiente. Tal vez esa versión falsa que le mostraba al mundo sería mi realidad. Tenía un corazón lleno de odio y resentimiento, el alma se me había manchado de tanta oscuridad que ahora rara vez veía la luz al final del túnel.

Maritza había sido la madre que nunca tuve, ella me dio el amor que mi madre biológica nunca me supo dar y llenó una parte de ese vacío que tenía por dentro.

Pero amar no es suficiente. Yo la quería, pero necesitaba encontrar la paz al costo que fuera necesario o terminaría consumiéndome hasta el día la muerte tocara a mi puerta.

—Voy a estar bien —le aseguré. Estaba mintiendo, ella no era estúpida. Era muy probable que no saldría viva de lo que pensaba hacer y ambas lo sabíamos—. Solo necesito que cumplas con tu parte del plan. Nadie sospechará si eres tú la que organiza la gala en honor a Matteo. 

—Veré lo que puedo hacer —accedió con recelo—. Solo… ten cuidado, Alana. Eres lo único que me queda ahora que Matteo se fue, si te llegara a perder a ti también no lo soportaría.

Volteé los ojos en blanco.

—No seas exagerada. Tienes a Giulio y a Luca, son buena compañía para la soledad —intenté bromear.

Los labios de Maritza se curvaron en una sonrisa triste.

—No es lo mismo, mio angelo. Perder a un familiar o al amor de tu vida puede ser duro, pero perder a un hijo —Tomó mis manos en las suyas y las apretó con fuerza—, eso es algo que una madre nunca sería capaz de superar. Algún día entenderás el porqué.

El aire se quedó atascado en mi garganta junto a mis palabras. Odiaba las muestras de afecto aún más cuando venían de ella, me hacían sentir incómoda como nadie, como si me picara la piel y se me estrujara el corazón.

La opresión en mi pecho se hizo más insistente al notar la humedad en los ojos de Maritza. Solté mis manos y me paré del sofá de prisa , alejándome unos pasos de la única mujer que me aterrorizaba tanto amar por miedo a perderla.

Haber sido testigo de la muerte de mi padres a los siete años me había cambiado, ese día perdí mi inocencia y mi niñez le siguió luego de unos meses viviendo en el sistema. Haber perdido a Matteo había dolido también, pero, a pesar de que intentó criarme como una hija, él nunca fue más que un tío para mí.

Aun así, no quisiera imaginarme lo que sentiría al perder a Maritza, porque sabía con certeza que me destrozaría.

—Necesito espacio. No puedo hacer esto ahora, Maritza. Para lograr lo que quiero debo ser Alana DeVito “La Diabla”, no Amalia Guilarte.

Diavolessa ©Where stories live. Discover now