🔥 Capítulo diecinueve 🔥

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Contra todo pronóstico, el padre de Asthon se había comportado cómo un todo caballero, ¿que si me había sorprendido? Desde luego, nadie se esperaba tantos buenos tratos. Ni si quiera su hija. Lo miraba cómo si él fuera un fantasma cuando hacía algo por mí.

Yo solo me mantenía al margen en distintas situaciones. De hecho, había tenido suficiente autocontrol cuando me había ofrecido cerveza, se supone que no podía tomar al nivel que lo hacía cuando estaba en mi casa, así que apenas y me había tomado una. Bajo la atenta mirada de Asthon, desde luego.

Él no se me había acercado a mí durante todo lo que resto del día, aunque nos mantuvimos en el mismo sitio, aún así no me había dicho gran cosa, es decir, nada.

—¿Podemos ir en cualquier momento a la playa? —inquirí luego de un rato. Al parecer ninguno tenía ánimos de hacerlo aún cuando la tuvieran a solo unos cuentos metros.

Los padres de Asthon asintieron al instante, con una sonrisa en el rostro.

—Claro, si lo prefieres, puedes ir ahora mismo. Nosotros siempre estamos más cómo acá. —explicó con completa tranquilidad.

—Quieres ir a darte un chapuzón, ¿eh? —musito Anastasia subiendo y bajando las cejas.

Solté una carcajada.

—Honestamente, no—arrugué la nariz, mientras estiraba las letras— En Los Ángeles suelo ir a la playa y quedarme en la orilla, disfrutando la tranquilidad que ella erradica; me siento bastante en paz.

Por segundos ninguno me dijo nada, solamente podía sentir cómo me miraban en completo silencio.

—Eres muy dulce Nani. —admitió Elizabeth en un susurro.

Dí una amplia sonrisa, por la forma en la que me había llamado, más no por sus palabras. De dulce no tenía nada, simplemente no estaban viendo a la Janine de Los Ángeles, solo presenciaban a alguien que estaba bajando la guardia últimamente.

Nada más y nada menos por su hijo.

—¿Nani? —añadió el susodicho.

—Ella me ha dicho que puedo llamarla así —le explicó su madre con voz suave— ¿No te lo ha dicho?

Me levanté de mi sitio dispuesta a irme antes de escuchar su respuesta. Escuché cómo Mateo soltaba una mínima risa ante mí movimiento.

—Permiso.

—Propio. —me respondió con soberbia.

Hice caso omiso a sus burlas y me alejé del sitio, bajando los escalones que daban hasta una zona bastante alejada de la playa. Una vez que mis pies tocaban arena y no azulejos, me quité mis sandalias, quedando descalza.

Quería sentir la arena entre mis dedos cómo antes, abracé mis brazos mientras caminaba dejando la zona de casas detrás de mí. Al parecer, ellos no eran la única familia con una propiedad aquí. Además, la playa no se encontraba sola, cómo pensé, al contrario, no estaba tan abarrotada de gente que me había dejado sorprendida.

Niños correteando en la orilla en la arena o en el mar, parejas jugando dentro del agua, chicos bromeando y divirtiéndose entre sí en la arena. Todos parecían felices, dejando sus problemas fuera de aquí. Al contrario de mí, que siempre que necesitaba afrontar mis problemas venía aquí, hasta encontrar alguna solución, o al menos tratar de sentirme mejor.

Suspiré, al mismo tiempo que me sentaba sobre la arena y cruzaba mis piernas. A pesar del sonido de las olas, mi mente estaba en otra parte, quizás en sus besos, en sus caricias, en sus palabras o en todo aquello junto.

Increíblemente no podía sacarme de la cabeza al imbécil que hace unos meses no toleraba. No podía creermelo, quería arrancarme el corazón para no seguir tantas esto que sentía. ¿Por qué del odio al amor hay un solo paso? ¿Por qué no podían haber miles para alejarme de él de una vez por todas?

Departamento 203Where stories live. Discover now