Capítulo 3: Gracias por nada

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Omar y yo tomamos asiento en los mismos lugares que usábamos con regularidad. A este le costó un par de intentos mantener su espalda recta contra el espaldar de la silla, pero al final lo logró, por lo que deslizó el par de lentes oscuros de sus ojos y los colocó en la mesa. Tal como predije, no solo había surcos bajo sus ojos, sino que también estos estaban inyectados en sangre.

Ya que él estaba justo al lado, no tuve que esforzarme para notar lo que estaba haciendo, cuando rebusco en su cuaderno casi en blanco, para luego posar su mirada de complicidad directo en mi rostro.

—¿Ya encontraste tu cuaderno? —La voz de mi amigo salió como una canción mal cantada.

La amargura, fuerte y rencorosa arañó en mi estómago de inmediato, con el leve recordatorio de la libreta que había perdido la semana anterior. Esa mañana, por más que había buscado en el departamento de objetos perdidos, nadie sabía dar una respuesta clara de mi estúpida libreta.

—No tendría esta cara si la hubiera encontrado. —Me encogí de hombros con simpleza.

—No estarías tan amargada si nos hubieras acompañado a la fiesta de Reign. Dalo por perdido si no lo consigue el profesor. —Mi amigo volvió a hacer una mueca, cuando las voces de las personas a nuestro alrededor se alzaron.

—No era la fiesta de Reign, era la fiesta de la banda en la que es miembro, ¿recuerdas? —solté. Omar sonrió en mi dirección con obviedad—. Y no, tampoco estoy amargada.

Termina la conversación, ya que el señor Michael volvió a hacer acto de presencia, me dispuse a ponerme de pie y hacer mi caminata de la vergüenza hacia su escritorio. El hombre era mayor, alrededor de sus sesenta y gobernaba con puño de hierro en un salón de clases repleto de estudiantes universitarios que aún no tenían la edad legal para beber alcohol.

En mi mente, me repetí que no iba a incomodarle mi pregunta, pero aquel profesor, de entre todos, era un hueso duro de roer. Por la mínima tontería, te echaba de clase y te ponía en una lista negra eterna de la que no ibas a salir ni con el mayor de los esfuerzos.

La semana anterior, cuando me había regresado a buscar mi cuaderno, su clase ya había comenzado de nuevo, por lo que esperar a que esta terminara, iba a ser una misión perdida.

Sí, en ese momento, era una buena oportunidad para preguntarle, ya que por extraño que pareciera, aún no había comenzado a anotar cosas en la pizarra.

—¿Puedo interrumpirlo un segundo, profesor? —Mi voz sonó ligera y casi incómoda.

El hombre me inspeccionó por un segundo, ajustándose sus gafas. Luego, desde donde estaba sentado, me respondió:

—Adelante, ¿necesita algo?

—Olvide uno de mis cuadernos el viernes pasado. —El hombre me escuchó con atención, a medida que las palabras fluyeron con mi voz—. Tal vez usted lo encontró.

—¿Buscó en el departamento de objetos perdidos?

Asentí con la cabeza.

El profesor se detuvo por un instante, como si se hubiera acordado de algo, luego se inclinó y comenzó a rebuscar en el cajón de su mesa. A pesar de que estaba parada al frente, mi posición no ayudaba para observar lo que había dentro del compartimiento, y solo cuando sentía que mi cabeza iba a explotar de la ansiedad, mágicamente comenzó a sacar no menos de una docena de cuadernos extraviados, poniéndolos delante de mí.

Algunos estaban llenos de brillantes, otros desgastados y amarillentos por los años y justo cuando estuve a punto de darme por vencida; mis ojos me llevaron hasta uno en específico, que estaba debajo de uno de otros más grande y que solo reconocí por las extravagantes pegatinas y stickers que se vislumbraba por la única esquina que no estaba siendo cubierta por otra libreta.

Ella sabe que le mientoWhere stories live. Discover now