Mady respeta mi silencio y me ayuda a terminar de incorporar las cosas que quedan en las cajas.

Por último abro el cajón de su mesita de noche y encuentro una caja rectangular y una nota que dice “Para cuando me valla de este mundo” una lágrima comienza a descender por mi rostro. Siento los brazos de Mady rodear mi cintura. Me quedo inmóvil, no quiero que se aparte, necesito mucho ese abrazo, me hace sentir menos solo.

Me siento en la pequeña cama con la caja en mis manos, ésta aún conserva el calor del cuerpo de mi pequeña niña. Mady toma asiento en la silla de metal que tanto yo ocupaba cuando mi niña aquí se encontraba y me mira directamente a los ojos.

Busco su mirada con consuelo, en la espera de un poco de fuerzas para poder abrirla. Ella comprende lo que necesito y asiente con una sonrisa melancólica en su rostro.

Abro la caja con mis manos temblorosas, y mientras estoy más cerca de revelar el contenido, el nudo de mi garganta se va volviendo más grueso. En su interior hay varios sobres, cada uno con un nombre diferente escrito con su puño y letra. Luego, puedo ver varias fotos que tomamos en casa, cuando era pequeña y usaba sus vestidos muy coloridos, cuando Anto vivía. En todas ellas se le ve muy alegre y sonriente, era una niña pequeña e ingenua que no tenía idea del martirio que tendría que vivir años después.

Al final hay otro sobre un poco más viejo que los anteriores, se me detiene el corazón, es la carta que le escribió su mamá antes de morir y que yo guardé hasta ser entregada a sus seis años, cumpliendo la voluntad de mi querida esposa.

Coloco la caja encima de la cama. Mis lágrimas me impiden distinguir las cosas.  Mady se sienta a mi lado y me abraza, coloco mi cabeza en su hombro derecho. Ella me permite desahogarme las penas sin importar que le moje la camisa que lleva puesta. Nos pasamos así un largo rato hasta que decido separarme del abrazo.

Guardo la caja junto con las otras pertenecías y junto a Mady las llevo hasta el auto para después trasladarlas a la casa. En el camino a casa, hago un par de llamadas para preparar todo para el velorio de mañana.

Al llegar, Alex me está esperando sentado en el porche. Fue la primera persona a la que llamé después de que la reportaran como que había muerto. Tiene la cabeza gacha y lleva una sudadera gris empapada de restos de lágrimas. Sus ojos y rostro están colorado, como si no hubiera parado de llorar por horas.

—Hola señor Lucas —su voz se quiebra. Se me acerca y puedo notar las venas de su sien un poco pronunciadas y su nariz muy roja.

—Hola Alex, —camino en dirección a la puerta y la abro—. Venga pasa —le señalo y este entra.

Detrás de mi entra Mady con el resto de las cajas. Subo a su antigua habitación para dejarlo todo ahí.

Al entrar siento un aire melancólico y fúnebre. Su olor está por todas partes. Me he encargado de limpiarla y rociar su perfume todas las semanas en espera de su regreso, un regreso que jamás ocurrió, no por lo menos como yo hubiese deseado.

Coloco las cajas en el suelo, y bajo por las otras que faltan; cuando están todas acomodadas, voy al baño y enjuago mi rostro con agua fría, salgo y tomo las llaves del auto, tengo que ir a comprar su vestido.

Voy a su tienda favorita en busca de aquel vestido con el que descansará para siempre. Mady me ayuda a elegir uno lila, su color favorito y unos zapatos blancos con mariposas, pagamos en la caja y nos dirigimos al auto.

La próxima parada es la florería. Encargamos coronas y ramos de flores de rosas blancas y violetas. Dejo todo pago y la dirección de la iglesia donde será el velatorio.

No puedo creer que esté planeando un funeral por tercera vez en menos de 16 años. Vuelvo al hospital con el vestido y los zapatos de mi Lu para dejarlos en la morgue. Me piden que seleccione la caja que llevará el cuerpo de mi pequeña (esta será totalmente blanca como su pureza y su interior será morado como símbolo de su juventud).

La vida después de mi muerte Where stories live. Discover now