[19] Delicate

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-Samuel-

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-Samuel-

Besar a alguien es extraño. Nunca lo he hecho antes, por consiguiente la sensación se me hace muy poco familiar y me asusta. Y ya no solo es por el hecho de que esté dando mi primer beso, sino porque es con Isaac.

Isaac. Sí, el chico que se sentó a mi lado el primer día de clase y con el que paso la mayor parte de mi tiempo estos días. El mismo que me presentó a su familia tras hablarles de mí, quiso conocer a mis amigos y se interesó en mí. Ese chico está ahora besándose y la situación no podría ser más surrealista.

Dejemos claro lo evidente: besar no se me da bien. Soy un inexperto en estas cosas. Mi incompetencia hace que mis movimientos sean descuidados y vacilantes en comparación a la firmeza y seguridad que Isaac posee. Además de lo patoso que soy, mi mente no es capaz de concentrarse en nada más.

La boca de Isaac me busca con ansia y aprieta sus labios contra los míos como si llevara años queriendo hacerlo. Cosa que, pensándolo en frío, es bastante absurda, pero no es momento para pararme a dudar sobre las verdaderas intenciones del chico. Es momento de concentrarme en no cagarla y devolver el beso. Sí, eso es lo que debería hacer. Si supiera, claro.

Noto el tacto de una mano en mi cintura, la otra en mi nuca y la presión de su cuerpo contra el mío. Eso es lo que me tiene peor. No, miento, todo me tiene mal. Desde el beso casto que ha plantado en mis labios hasta el calor corporal que desprende contra mí. Se limita a mantener su boca contra la mía sin hacer nada más. Sin tocamientos indecentes, sin lengua, sin rudeza. Solo él, su beso y yo. Y la mezcla de familiaridad y terror al mismo tiempo con la que mi cuerpo lo recibe es algo nuevo.

Cuando separa los labios apenas unos centímetros me pitan los oídos y soy capaz de sentir los martilleos de mi corazón en el pecho. Me obligo a cerrar la boca y tragar saliva a duras apenas. Esto no puede estar pasando.

Sé que he aceptado. Me preguntó si podía besarme y le dije que sí. Pese a ello, no creía que lo fuera a hacer de verdad. Quizás era una prueba. O quería gastarme una broma. A lo mejor... No sé. Cualquier cosa tiene más sentido que el hecho de que quiera besarme.

—¿Qué se te pasa por la cabeza? —pregunta en apenas un susurro.

Estamos tan cerca que al pronunciar la frase sus labios rozan los míos. Y justo ahora me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración, no sé desde cuando. Tomo una bocanada de aire y bajo la mirada al suelo. Mis latidos aumentan su velocidad. Las palmas de las manos me empiezan a sudar de manera exagerada. El pitido en mis oídos no cesa del todo.

—Oye, ¿estás bien?

Un cosquilleo confirma mis peores sospechas: estoy al borde de un ataque de ansiedad. ¿Justo ahora? ¿En serio? Como si no fuera suficiente demostrar que no tengo ni idea de cómo besar, también voy a mostrar que ni siquiera puedo manejar algo tan simple como el contacto físico. Me odio.

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