[7] Gold rush

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-Samuel-

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-Samuel-

Las cosas van bien.

Quiero decir, todo lo que bien que pueden ir tratándose de mí. Eso significa que no es la gran cosa, pero tampoco me puedo quejar.

Las ventas en Froot han mejorado. No hasta el punto de volver a como estábamos antes, pero mis padres pueden respirar más tranquilos ahora. Aun así, sigue siendo inadmisible volver a terapia con Sasha. Prefiero no pensar en ello más de la cuenta, me va a perjudicar.

Por otro lado, el instituto no es tan horrible como creía que sería. A pesar de estar al fondo de clase soy capaz de seguir la lección y es una ventaja al momento de ofrecerse voluntario para corregir ejercicios, pues casi nunca me toca.

Solo que hoy sí me ha tocado y, como tengo mala suerte por naturaleza, es un apartado que ni siquiera me molesté en hacer porque no lo comprendía. Malditas matemáticas.

—¿Cuál es el resultado del problema, Samuel?

Esta profesora no perdona. Será muy buena en su trabajo y todo eso, pero piedad tiene poca cuando se trata de hacer sufrir a sus alumnos con estos ejercicios. Me muerdo el labio inferior y bajo la cabeza como si estuviera examinando el libro, cuando en realidad estoy evitando la mirada de cada uno de los presentes y esperando que pase rápido a otro alumno. Mala suerte de nuevo: no lo hace.

—¿Y bien? ¿Lo tienes hecho siquiera?

Me arden las mejillas y el malestar en el estómago es cada vez peor. Decido acabar con esta tortura de la manera más fácil. Empiezo a negar con la cabeza, pero cierto castaño a mi lado me da un toque discreto en el brazo para llamar mi atención.

—Treinta y cinco kilómetros por hora —susurra lo más bajo que puede, tanto que incluso me cuesta escucharlo.

—¿Qué?

—El resultado del problema: treinta y cinco kilómetros por hora.

Trago y asiento mientras Isaac me dedica una de esas sonrisas sutiles en las que las comisuras de sus labios se elevan un poco y no enseña los dientes. Verla tan de cerca no me hace bien.

—Treinta y cinco kilómetros por hora —repito, esta vez en voz alta. Bueno, tan alta como me permite mi tono, que es poco.

La profesora no parece estar para nada convencida pero, seamos sinceros, yo tampoco lo estoy. Termina asintiendo y pasa a explicar en la pizarra el proceso mediante el que podemos obtener la solución. Aprovecho para girarme hacia mi compañero y agradecerle bajito.

—Gracias por salvarme —mascullo con algo de culpabilidad. Él no borra la sonrisa.

—Cuando lo necesites.

Isaac está pasando a convertirse en otra de las razones por las que todo va más o menos bien ahora. Tenía razón en lo que dijo el día en el que se disculpó: podemos ser buenos compañeros de mesa. Llevaba mucho tiempo sin tener un amigo como tal en clase, de manera que estoy redescubriendo en qué consiste con él.

Llámalo como quieras [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora