Su chaqueta todavía hace la función de manta. Se la devuelvo y me volteo hacia la niñita que duerme plácidamente a unos metros.
—Espera.
—¿Qué?
—No está despejado —me dice.
Me paro en seco y entrecierro los ojos.
—Dijiste que estaba despejado.
—Dije que creía que estaba despejado.
—No, no lo hiciste.
—Sí, lo hice.
—No.
—Sí.
—No, no me golpeé la cabeza al grado de imaginarme cosas.
—Yo creo que sí lo hiciste —me contrarresta.
No, ni de coña.
Nos quedamos mirando fijamente los otros del otro. Tras unos minutos, él es el primero en rendirse.
—Como sea, hay que quedarse un rato más.
No me irrita el hecho que de me despertará porque no me despertó en sí. No he conciliado el sueño desde que pise tierra, no como me gustaría. Sin embargo, eso no es nuevo. En el Arca solía tener insomnio y, por lo visto, aquí también.
Noto que mis piernas van cediendo a mi propio peso y pongo la espalda en la pared para disminuir el apoyo único de mis piernas. Bellamy tuerce los labios.
—¿Te duelen mucho?
—¿Eh?
—Los cortes —me aclara.
Niego con la cabeza y elevo las comisuras de mis labios.
—Más bien son las agujetas y seguro algún moratón, nada del otro mundo. Eché una buena carrera ayer —lo digo de manera firma, decidida. Apostaría que cualquier persona se lo tragaría.
