C a p í t u l o 27

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S I L V I A

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S I L V I A

-Nada me llama la atención. ¿No debería ser más fácil comprar muebles?

-Todo es barato. Por eso ninguno te llama la atención -dijo Jorge, con el labio curvado de disgusto, mirando otro futón de lujo.

Era barato, pero mis expectativas fueron bastante bajas. La calidad de los muebles no era el problema. El hecho de que mi corazón no estuviera dispuesto a elegir cosas para mi apartamento era el verdadero problema. Una parte de mí no quería dejar la casa de Jorge. No estaba tan entusiasmada como parecía cada vez que hablaba de mi independencia. Pero sabía que tenía que hacerlo. Era mi plan original desde el principio: mudarme y liberarme por fin de mi pasado. Vivir por mi cuenta y no tener que preocuparme de que me robaran el dinero de la compra. No tener que dormir frente a mi puerta por miedo a que alguien se colara en mi cama en mitad de la noche.

Mi objetivo final no cambió el día en que Jorge irrumpió en mi vida, sino la forma de conseguirlo.

Pero estar conectada con alguien era nuevo para él, para mí también, pero por razones diferentes. Yo no tuve la oportunidad de tener una relación. Jorge eligió activamente no estar en una. Nunca tuvo una novia. Diablos, ni siquiera dejó que una mujer se quedara en su casa. Hasta que llegué yo.

La novedad de nuestra situación lo hacía sentir inestable.

Podía cambiar de opinión en cualquier momento. Podía decidir que tener una relación no era para él. Podría decidir que yo no era suficiente mujer para él, que echaba de menos la variedad que tuvo antes. Prefería irme por mi cuenta que verme obligada a hacerlo cuando él terminara conmigo.

Sabía que irme era la decisión correcta.

Pero nada de eso me parecía bien.

Me tumbé en un sofá de verdad, no en uno que pudiera adoptar quince formas diferentes y servir de cama.

-¿Qué te parece éste? ¿Te ves reclamándome en este sofá? Se estremeció.

-Dios, no. Mi hermana tiene ese sofá.

Me reí y lo arrastré hacia abajo conmigo, acurrucándome contra su costado. Me rodeó el hombro con su brazo y me besó la frente como si no estuviéramos sentados en medio de una tienda.

-Quizá debería ir a ver su casa. Está claro que tiene buen gusto si nos gusta el mismo sofá.

-Podría arreglar eso. Ella vive cinco pisos por debajo de mí. Y no actúes como si te gustara. Odias este sofá.

Lo odiaba.

-¿Cómo no sabía que vivía en el mismo edificio?

Mi cabeza se movía con el subir y bajar de sus hombros.

-Ella no se aventura demasiado. Vivía con mis padres hasta hace un año y creo que mudarse a mi edificio le permitió tener algo de libertad y seguir sintiéndose cerca de casa. Sinceramente, creo que lo forzó porque quería que Ian la viera como una adulta y eso puede ser difícil de hacer cuando vives en una habitación rosa con volantes y tu madre todavía te prepara el almuerzo.

Mi SalvadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora