C a p í t u l o 26

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J O R G E

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J O R G E

-Laura, ¿puedes hacer pasar a Silvia, por favor?

Solté el botón de mi altavoz y me senté de nuevo en mi silla, esperando a que entrara paseando. A pesar de que pasaron un par de meses desde que entró por primera vez, seguía haciendo que mi corazón se detuviera en mi pecho cada vez que cruzaba la puerta. Sus ojos claros, amplios e interrogantes, un poco nerviosos. Al menos, solían estar un poco nerviosos. Ahora, cuando entraba, se suavizaban hasta convertirse en un calor que hacía que mi polla se moviera detrás de mis pantalones y que mi corazón latiera un poco más fuerte.

Nunca sentí esto por nadie y no lo odiaba como pensaba. Siempre asocié el cuidar a alguien con ser vulnerable, con exponerse a que le hicieran daño. Pero esa felicidad que me llenaba hasta reventar con solo pensar en Silvia, hacía que todo valiera la pena. Solo tenía que asegurarme de sujetarla bien y no dejar que le hicieran más daño.

Me lo estaba poniendo difícil con el tema de la mudanza. Pasaron dos semanas desde que vimos el apartamento y cada vez que ella sacaba el tema, yo desviaba la conversación hacia otra cosa. No me llevó a ver ningún otro y solo hablaba de ese último, así que sé que tenía su corazón puesto en él. Una parte de mí tenía la esperanza que ocurriera algo que la obligara a quedarse.

El embarazo no sería una de esas razones. Terminó su periodo la semana pasada y ambos respiramos aliviados cuando llegó.

La puerta se abrió con un chirrido y mi predecible corazón tronó ante su acalorada mirada y su seductora sonrisa.

-Cierra la puerta, Silvia. Sus ojos se abrieron de par en par.

-Jorge...

-Solo hazlo.

Ella obedeció y luego se dirigió a mi lado del escritorio, viniendo a sentarse en mi regazo. Era donde siempre se sentaba cuando estábamos solos. Después de pedirle que lo hiciera solo dos veces, no dudó en convertirlo en un hábito.

La rodeé con mis brazos y la bajé para darle un beso.

-Tengo algo para ti. Lo encontré en el correo esta mañana.

Observando su rostro para ver su reacción, le entregué el sobre. Ella jadeó y extendió la mano lentamente, con las manos temblorosas. Su dedo acarició el logotipo de la Universidad de Cincinnati antes de darle la vuelta y abrirlo.

-No importa lo que ocurra, vas a estar muy bien -le aseguré cuando se quedó paralizada, con la mano alrededor del papel, pero sin soltarlo.

Sacó la hoja y la desdobló. No lo leí con ella, solo observé su rostro. Una lenta sonrisa se dibujó en sus mejillas mientras las lágrimas se esparcían por sus ojos.

El orgullo me infló el pecho.

Se mordió el labio y cerró los ojos con fuerza, como si cuando los abriera fuera a haber algo más. Le pasé los dedos por las mejillas y le limpié las lágrimas que se le escapaban.

Mi SalvadorWhere stories live. Discover now