C a p í t u l o 16

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J O R G E

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J O R G E

Otra semana y no me sentía más cómodo con Silvia desde aquel primer beso.

Solo que esta semana se añadió una nueva emoción a la mezcla. La culpa.

Odiaba las emociones.

Y sentí más en el último mes desde que ella estaba aquí que en los últimos cinco años. Deseo, frustración, confusión, necesidad. Todas ellas se mezclaron en un cóctel caótico del que estaba perdiendo el control. El sentimiento de culpa era el más reciente.

No solía cuestionar mis acciones, las hacía con confianza. Pero me cuestioné la forma en que herí a Silvia intencionadamente. Quise que me sorprendiera con otra mujer y no solo irme en una cita. Quería que me viera intimando con otra mujer porque las palabras no funcionaron. Si a esto le añadimos la rabia que me producía mi incapacidad para distanciarla totalmente de mí, era una bomba a punto de estallar.

Odiaba que todavía sonriera con orgullo cuando ella hacía algo correcto. Odiaba que no pudiera dejar de mirarla y de perderme pensando en todas las cosas que quería hacerle. Odiaba que me descubriera mirando. Después del modo en que la traté el sábado por la noche, debería haber puesto los ojos en blanco y haberme mandado a la mierda cuando me atrapó mirando. En lugar de eso, sonrió con un rubor que manchaba sus mejillas.

Así que me desahogué, actuando como un imbécil. Y a pesar de mi inmediata culpabilidad por mis acciones, seguí siendo un imbécil, sin saber cómo detenerme.

Ignoré la forma en que se acobardó la noche anterior, diciéndome que fue lo mejor. Tal vez, si estaba asustada, finalmente se protegería de todos los peligros que la rodeaban. Tenía que aprender que hacer la vista gorda ante ellos le haría daño.

Al igual que Sofia fue ingenua respecto a los peligros que la rodeaban y resultó herida.

-Así que estás enamorado de la becaria.

Desvié la mirada de Silvia que salía de mi despacho hacia una sonriente Carina.

-¿Qué? No -Negué con demasiada firmeza. Carina dejó de guardar su maletín para lanzar una mirada dudosa.

-De acuerdo.

-No seas condescendiente -gruñí.

Carina y yo entablamos una especie de amistad. Nuestras reuniones ya no trataban solo de los planes de marketing, sino de los negocios en general. La respetaba. Me gustaba poder hablar con ella sin sentir que intentaba llegar a algún sitio conmigo. Hablar con ella era casi como hablar con Ian. Era directa y no se guardaba nada. Por eso me estaba llamando la atención por mirar el culo de Silvia.

-No lo hago -dijo, levantando las manos-. Solo estoy señalando lo obvio. Me burlé en lugar de intentar responder.

-Fraternizar en la oficina puede ser difícil. Tienes que asegurarte que vale la pena el esfuerzo.

Mi SalvadorWhere stories live. Discover now