IV.

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La casita que solía estar en el centro de aquel amplio rancho estaba completamente destruida y carbonizada por un incendio que recientemente se había extinguido, aún se veía el rojo de algunas brasas que aun remataban los extremos consumidos de los cimientos y columnas el fuego no llevaba muchas horas apagado, aun se sentía el calor emanando de esa trágica escena, alrededor también se encontraban múltiples ovejas calcinadas, había algo en el olor de la lana y la carne que daba a entender como la granja había sido destruida solo por diversión.

—Nadie va a tales extremos solo por cobrar una deuda, esto no lo hizo alguien de por aquí —supuso Roitar cubriendo su boca y nariz.

—Esto es imposible, Barunos no le hacía daño a nadie, los bandidos solo toman lo que otros no dan de buena gana, él siempre les pagó con su ganado, a veces más de lo que era justo, esto debe ser obra de esos malditos Magos de Sangre —lamentó Gurdeón lanzando una mirada de odio a Roitar—, son ustedes, todos los malditos terifurianos, ¿acaso nunca nos dejarán en paz?

Gurdeón se abalanzó hacia Roitar con toda la intención de aniquilarlo a golpes, pero Gorosdetos estaba junto a él, lo cual le permitió contenerlo, aun así, se soltaba con facilidad, así que Rosmán debió apresurarse y correr junto a ellos para ayudar a Gorosdetos, entre los dos fue mucho más fácil impedir que el arrebato de ira de Gurdeón causara inconvenientes; ambos lo redujeron y él quedó de rodillas en el suelo, apoyando las palmas de sus manos sobre la tierra pisoteada en la desesperanza de un hombre que había perdido a un gran amigo, mas allá del desconsuelo, se veía como un hombre acostumbrado a este tipo de perdidas, no se lamentaba por ese hecho individual, lo apenaba el hecho de que sucesos como aquél se hacían recurrentes no solo en esas tierras sino también en Esmeralda.

—Esto tiene que cambiar, los campos se vacían, no hay quien trabaje la tierra, todos huyen de la destrucción que Ter-Ifhur siempre ha causado; es por eso precisamente que vamos a las cuevas, no quería decirlo así, pero es mi deber hacerlo ahora, Erbemudo el Gris ha corrompido nuestras tierras, ha desatado en las cuevas un mal que destruirá el mundo, Archoras se vengará del sufrimiento que nosotros le hemos causado, la naturaleza reclamará aquello que le pertenece por derecho.

Estas palabras eran una maldición, un mensaje que le había sido comunicado por alguien más, un mensaje que venía rondando entre los conocedores de la tierra; Ter-Ifhur, los invasores, habían molestado fuerzas más allá de toda comprensión, algo que ni las Dríades harían y ese hombre Gris, era el causante de tanta desolación.

—Ustedes han venido hoy a enmendar los errores de su colega Talascarán— dijo Gurdeón, esta vez más estable, reponiéndose y trepando a su yegua.

—No espero que nos involucres con ese nombre, él pertenece a otra orden, y ellos manejan la ciudad como les place, por eso nos hemos ido hace ya varios años, tampoco estamos de acuerdo con esas afrentas que reciben no solo ustedes como pueblo de Esmeralda sino también el resto de comunidades a lo largo y ancho del Sajan Gargan —respondió Roitar asumiendo de nuevo esa voz de autoridad, digna de un buen heredero al comando de su orden—. Sin embargo, estoy de acuerdo con aquello que dices, es mi tierra la que responde por esos actos y como terifuriano, es mi deber limpiar el nombre de mi nación, te ayudaré en todo lo que necesites.

Los integrantes del grupo solo hablaron de los accidentes del piedemonte bajo en el que se encontraban y quizá una que otra broma, pero aun así el ambiente seguía tenso y Gurdeón había pasado de ser ese activo líder emprendedor a un pesaroso lastre que se la pasaba pensando, Roitar no encontraba problema en ello, puesto que a él también le gustaba tener esos momentos pacíficos de reflexión, pero si le preocupaba su expresión, que escondía remordimiento e ira, una mirada digna de un erudito de la sangre, alguien cuyas ideas nublaban el juicio que caracterizaba a todo gran pensador. Al ver que la luna se cernía en el punto más alto del cielo, el grupo decidió descansar las horas suficientes, mientras los soldados turnaban guardias de un par de horas.

Los Sabios DiscípulosWhere stories live. Discover now