III.

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La lluvia de la madrugada se había vuelto torrencial y venía desde las cordilleras en el norte, despertó a Celes Laba muy temprano, ella tenía un oído bastante delicado y la ansiedad que le evocaba su vida pasada hacía que se despertara con facilidad, naturalmente, al haberse entregado tanto a la fiesta de la noche anterior, durmió muy poco, su cabello castaño cobrizo estaba enmarañado, así que aprovecho ese momento en el que solo ella podía considerar sus pensamientos y meditar sobre los recientes y macabros acontecimientos en Esmeralda, todo mientras se cepillaba la melena sentada sobre el catre de fique que habían dispuesto en una habitación espaciosa en una cabaña anexa a la casona del cacique. Por otro lado, Roitar aún dormía en la cama contigua. Las gruesas gotas que venían desde el frío corazón de Ter-Ifhur pegaban con fuerza intermitente y pasaban de ser un golpe estruendoso de millares de tambores a ser un suave susurro acompañado de brisa, ruidos de charcos y gente de fuera, una y otra vez los sonidos iban y venían dando la impresión de que la tormenta nunca acabaría.

Laba meditó específicamente sobre un tema que la aterrorizaba no solo desde la noche anterior sino también desde que oyó las primeras nuevas de los injustificados ataques de Erbemudo el Gris, líder de la Orden de los Magos de la Sangre, allá en Garaldina; su orden superaba en números e influencia a la Orden de los Autómatas que Aurdan lideraba, Laba era meticulosa y adepta en la diplomacia, no más que Roitar y su líder, pero ella comprendía las consecuencias que tales afrentas podrían traer a la capital, y que decir sobre la lucha interna que se desataría si los ataques fuesen traídos a colación en los debates y sesiones de las órdenes, el desastre estaba ahí, se dispersaba como engranajes conectados en un mecanismo muy complicado que solo necesitaba ser activado con la acción de una polea y según la historia de Chiroba y los hechos acontecidos en otras aldeas, Erbemudo era el dueño de la polea. No es función de los ingenieros afrontar guerras y batallas y mucho menos en tiempos tan oscuros y fríos como los del invierno que dominaba allá arriba en su nación, no convenía en absoluto que se desatara una guerra entre la capital y las aldeas vecinas, solo por el capricho de un hombre, Laba suspiró y siguió batallando con su cabellera de espalda a su compañero.

Después de un par de horas, Roitar despertó, se tomaba la cabeza repetidamente, mientras sufría los efectos de la resaca, el quirope era una bebida muy fuerte para cualquiera que no viniese de la sabana, los nativos puros de la capital siempre la pasaban mal luego de cualquier fiesta influenciada por la tradición nojoriana. Roitar se echó de nuevo golpeando el catre con su cabeza, esperando que esto le quitara las náuseas de golpe, pero luego se levantó, se puso su saco de lana y sobre este su túnica marrón y salió de la habitación.

—Necesito comer, veré que te puedo traer de paso —gruñó, su humor mañanero no era mejor que el de Laba, pero aun así mostraba su caballerosidad inherente, ya que no la observó antes de querer marcharse.

—¡Espera!, también estoy lista —exclamó ella.

Laba también se puso su sorpresivamente harapiento camisón para cubrir su desnudez, de igual forma se puso su túnica que era del mismo color que la de su compañero, atando las tres cuerdas verdosas que la distinguían en la Orden como maestra del oculto Arbor Estoico, pasó de verse como pordiosera a ser una sabia de alta alcurnia en cuestión de minutos. Roitar, por otro lado, siempre llevaba ese semblante consigo, sus cabellos rubios eran extraños, incluso para nobles de Garaldina, era alto y de contextura gruesa, su barba y cabello largo lo hacían imponente, aun cuando él no sabía cómo empuñar una espada, siempre vestía buenas ropas, chaquetas bordadas con pantalones sedosos, contrario a sus compañeros, la túnica de la Orden le quitaba un poco su esplendor.

Después de unos minutos, Roitar y Laba llegaron al comedor de la noche anterior, donde solo estaban ellos y el personal de servidumbre, al verlos, una pequeña niña se escabulló y casi que inmediatamente una señora mayor llegó con una bandeja llena con pan y dos jarras con lo que parecía ser alguna clase de bebida a base de leche, su semblante había cambiado radicalmente y su mirada estaba fija en los alimentos que le habían dado los sirvientes del cacique.

Los Sabios DiscípulosTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang