然 𓏲 ⁜ ( 𝓕𝐎𝐑 𝓣𝐇𝐄 𝓣𝐇𝐑𝐎𝐍𝐄 ) ༞ ⍣ 𓄼∴
⇰ ❝ A distant army was marching through the night and the day. I swore an oath and with my life i would pay, spare my blood and i can hold my breath for another day, but it was...
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CHAPTER FIVETEEN
Los días siguientes, Aleanna guardó cama, victima de la fiebre, según las doncellas dijeron a Jaime. Entraban y salían de su habitación continuamente, con diferentes menjurjes que calmaran su pesar. Fuera de su puerta, Jaime le oía gritar y quejarse con voz chillona. Ni el maestre sabía que hacer. Y ya se rumoraba que perdería al bebé. Tal vez aquello era lo que más la hacía llorar. Sin duda lo era. Las cartas correspondientes ya habían sido enviadas al príncipe Rhaegar; notificándolo del grave estado de salud de la princesa, y de su hijo no nato.
Aleanna decididamente rechazaba la leche de amapola, pues según le había dicho su matrona, no era buena cuando se estaba en cinta. Daba vueltas en la cama y se envolvía en las sabanas, un frío insoportable la acechaba, luego se presentaba un infernal calor y el ciclo se repetía.
Un día, las doncellas, aterradas, confesaron a Jaime que la princesa había comenzado a tener divagaciones, se creía en Highgarden, en su hogar, con su familia, casi sentía que podía saborear los pastelillos de limón y las trufas. Fue suficiente para que Jaime olvidara el orgullo de su última pelea y entrase en la habitación.
—Aleanna— le llamó suavemente, anunciando su presencia.
Pero no hubo respuesta. El cuarto estaba completamente oscuro, la princesa había ordenado que no hubiese ni una sola vela encendida, no toleraba la mínima luz.
Cauteloso, logró llegar a la cama. Y apenas pudo mirar su silueta, yacía allí como un cuerpo inerte. Tenía una compresa en la frente y un rostro exageradamente pálido que resaltaba en la oscuridad del cuarto, unas gruesas cobijas de piel le cubrían el cuerpo, casi parecía sin vida de no ser por las motas de sudor en las mejillas y la frente.
—Oh-Lord Jaime— las doncellas anunciaron su presencia e inclinaron automáticamente la cabeza, sorprendidas de verlo allí.
—¿Está durmiendo?— preguntó sin despegar la mirada de ella.
—No exactamente. El maestre dice que está en un estado de somnolencia prolongada. Es común en las mujeres cuando...— de inmediato se interrumpió a sí misma, incapaz de continuar.
—¿Cuando que...?— Jaime giró y la vio penetrantemente, obligándola a hablar.
Pasaron unos segundos.
—Cuando van a dejar de estar en cinta— se atrevió a decir una en un murmuro, a sabiendas que entre la completa oscuridad no le reconocería.
