Capítulo 1

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Primer amor

Actualidad

Crecí rodeado de niñeras y empleados hasta los siete años. Mis padres permanecían lejos de casa. Bien sea en la clínica de fertilidad o en algún congreso.

Eso sí, cuando estaban en casa se encargaba de recordarme lo miserable que era mi vida a su lado. Poseo un registro de maltrato físico, psicológico y verbal, extenso. Varias cicatrices en mi cuerpo y secuelas psicológicas dan cuenta de lo difícil de esa época.

Mantenerme cuerdo significaba un enorme esfuerzo que a duras penas lograba. Mis fracasos obedecían a mi mente, que saboteaba cualquier intento para salir del fango en que insistía en lanzarme.

Desarrollé adicción a diversas sustancias gracias a mí padre y aquella época. Luché contra ellas, también a la depresión, bordeé en algunos instantes el suicidio. En lo único que Damián Klein ha sido bueno es en hacer de mí lo que soy en este instante. En todo lo demás fue un perdedor. Por eso odiaba a Konrad, su hermano menor, cuyo único pecado era ser un genio.

Hizo de mí un individuo incapaz de una vida social normal. He cosechado una seguidilla de triunfos y, alcanzado esferas de éxitos que nunca llegué a sospechar. Sin embargo, al verme en el espejo, sigo siendo el mismo chico lleno de odio y rechazado.

El rencor era hacia mí. Mi casa siempre estaba abierta a sus amigos, eran pocos. Un par para ser exactos y de la misma familia. Pero a quienes papá demostraba cariño y respeto. Nain y Eliú Cass, padre e hijo. Un veterano general retirado con honores y su  hijo sacado de las filas por deshonra.

Esos eran los amigos de Damián Klein, mí padre. Eran la representación del cielo y el infierno. El mismo Damián lo aceptaba que así era. Lo que el general tenía de honesto, lo había en su hijo de falso, hipócrita y timador.

En aquel tiempo, a pesar de desconocer muchas cosas. Intentaba comprender que veían el general bueno en papá o cómo no notaba el monstruo que existía detrás de su imagen de científico propagador de semen.

Supongo, la imagen que proyectaba a la sociedad opacaba cualquier cosa que sucediera en su hogar al cerrar las puertas. Hay que admitir, mi comportamiento contribuía a que casi nadie se fijará en ello. Culpo a los ataques nocturnos, la incomprensión de cuanto me rodeaba, ese odio que creciente en mis entrañas y la indiferencia en Silke Klein, mi madre.

Gracias a esa soledad, me es difícil soportar estos lugares. Uno al que llegué con el único fin de opacar las dudas en mi padre. El salón repleto de personas sonrientes contrasta con la opresión en mi pecho.

No me he molestado en seguir una conversación con nadie. Ninguna será atractiva o generará interés. No soy un hombre que llene vacíos  con conversaciones estúpidas sobre política, religión o el clima.

El hormigueo en mi piel, el vacío en mis entrañas y la certeza de que no estoy en el sitio que me pertenece me hace lanzar un suspiro de frustración.

“¡El fin justifica los medios!”

—¿Qué le pasa a esa mujer? — escucho la queja de mi acompañante lejana, la forma en que me gustaría estar en este instante. Lejos de ella y de todos.

Lanzo el décimo suspiro escuchándola despotricar contra la desventurada que osa mirarme de más. Ella se ha autoproclamado mi dueña y señora. Alguien debería decirle que la velada no acabará como planea. No habrá sexo desenfrenado, ni pasión, menos, campanas de bodas. Esas solo existen en su cabeza y en las de mi madre.

Mi madre, repito. Un título que le quedó grande.

—¿Me estás escuchando? — chilla desesperada.

MonstruoWhere stories live. Discover now