34.

7.4K 547 5
                                    

Hacían algunas horas que mi madre y mi hermana se habían marchado y ya comenzaba a sentir su ausencia. La casa se sentía silenciosa, vacía y estaba comenzando a deprimirme con la idea de seguir así, durante un largo tiempo.
Esperaba que mi padre no haya destrozado la casa, o eso les llevaría más tiempo. Sabia que arreglos no había hecho, ¿en qué momento? Si lo único que hacía era beber.

Tomé el teléfono, el cual Román me había regalado, con la excusa de necesitar comunicarse conmigo, cuando no estuviéramos juntos. Pero trabajábamos y pasábamos el mayor tiempo fuera del trabajo juntos.
Dudé entre llamarlo o no. Por un lado me preguntaba, ¿Y si aún estaba en el trabajo? Ya que él era demasiado responsable, cuando así lo quería. En ese caso no quería molestarlo. Pero odiaba sentir esa sensación de soledad.

Volví a dejar el teléfono sobre la mesa y me acerqué al refrigerador, con la idea de comenzar a preparar la cena. Eso podría servirme de distracción.
Saqué una cebolla y un pimiento, antes de que el timbre de la puerta sonará.  Miré hacia ella, antes de acomodar los vegetales sobre la tabla y encaminarme a comprobar a quien estaba tocando.

Cuando abrí, me encontré con la sonrisa de Román. Él no debería ser un hombre lobo, debería ser adivino.
Lo necesitaba y ahora estaba aquí.

—Espero no molestar, pero no aguante más la preocupación. —rodé los ojos y me acerqué, envolviendo mis brazos a su alrededor y apoyando mi cabeza en su pecho.

—Estaba a punto de llamarte, pero creí que seguías en la empresa.

—No podía seguir allí, cuando solo podía pensar en ti.

Me alejé un poco y lo observé. Seguía con la ropa que usaba cuando me trajo está mañana a casa, por lo que era evidente que no había regresado a la suya.

—Pasa, estaba por cocinar algo. ¿Quieres cenar conmigo?

—¿Y tu madre y hermana? — suspiré y negué, antes de regresar a la tarea de cortar los vegetales.

—Se fueron.

—¿Salieron?

—No. Mamá quería ir a nuestra vieja casa, arreglarla un poco y venderla. Creo que ella esperaba que ambas la acompañáramos, pero  me negué a volver allí. Sé que mi hermana tampoco quería hacerlo, pero no quería dejarla sola.

—¿Hace mucho se fueron?

—Hace algunas horas. ¿Por qué?

—Porque estás sola. —respondió como si fuera algo gravísimo. —No me gusta la idea de que no haya nadie contigo.

—Soy una adulta, Román.

—Pero me preocupa. ¿Vas a mudarte conmigo hasta que regresen?

Lo observé, dejando de cortar las verduras, pensando en que él estaba loco. No podía ser tan exagerado.
Negué, con una sonrisa, mientras sacaba un pedazo de carne.

—No. Alguien tiene que cuidar la casa.

—Entonces me mudare contigo.

Y ahí estaba otra vez. Él era la exageración hecha persona.

—Román, no necesito una niñera. —aunque tampoco me disgustaba mucho la idea de que se quedará conmigo.

—Pero yo necesito una y tú pareces perfecta para el trabajo. —solté una carcajada, al mismo tiempo que bajaba el cuchillo y acercaba una olla.

—Si quieres estar conmigo, puedes hacerlo. La verdad es que me gusta estar contigo.

—Entonces está decidido. ¿En qué te ayudo?

—Toma otra olla y ponle agua hasta la mitad.

Lo vi hacer lo que le pedí, como si él cocinará siempre. Pero eso era incorrecto, ya que me había confesado su inutilidad en la cocina.
Sin embargo, cuando se acercó a poner la olla, en la hornalla junto a la mía, no evitó inclinarse y besar mi cuello.

—Te extrañe hoy.

—También te extrañé, pero no me vas a distraer, estoy hambrienta. —lo observé y lo apunté con la cuchara de madera. —Y no de lo que estás pensando.

—No estoy pensando en nada. —alzó ambas manos, en señal de defensa.

—Ajá, seguro.

—Solo le decía a mi compañera, lo mucho que la extrañe.

—Manos fuera, hasta que terminemos de comer.

Él me obedeció, se mantuvo cerca, pero con las manos lejos de cualquier parte de mi cuerpo.
Cocinamos juntos y luego nos sentamos a cenar.

Se sentía tan íntimo, solo estábamos compartiendo un poco de pasta, pero es como si lo hiciéramos a diario. Parecíamos un matrimonio de años, conociendo lo que el otro haría y diría.
Una vez la cena acabó, Román se ofreció a lavar los platos, mientras yo los secaba y los guardaba en su lugar.

Cada segundo con él, me demostraba que había tomado la decisión correcta al darle una oportunidad.

—¿Lista para descansar? —preguntó, secando sus manos en el trapo de cocina.

—¿Vas a dormir así? —observe su ropa, dudando que estuviera cómodo.

—No tengo otra cosa.

—Será incómodo.

Caminamos hasta la habitación y lo vi sacarse la ropa, hasta quedar en bóxer. Al parecer él no tenía planeado sentirse incómodo.
Se acostó y me hizo un gesto para que me acostara a su lado, algo que no tarde en hacer.

—Mañana iré a buscar un poco de ropa, no tengo ganas de ir y venir todos los días.

—¿Seguro quieres quedarte? No tendrás las comodidades a las que estás acostumbrado.

—Pero aquí estás tú.

Me giré entre sus brazos y lo besé. Había necesitado está cercanía, durante todo el día y por fin podía disfrutarlo.

—Mi hermana creyó que no quería ir por todos los malos recuerdos, pero la realidad es que no quiero separarme de ti.

—Tampoco quiero eso. Todo lo que quiero es estar cerca de ti, saber que estás segura y tranquila. —Su mano acaricia mí mejilla, mientras sus ojos me tienen presa en mi lugar. — Quiero que vivas conmigo, verte cada mañana al despertar y antes de dormir.

—Aún es pronto.

—Te lo he dicho antes, Charlotte, él tiempo para nosotros es irrelevante. Pero esperaré a que estés lista. —Entonces sonrió con cierta malicia. —Dicho esto, hasta que tu familia regrese, estoy instalándome contigo.

—¿Te he dicho hoy que te amo? —Pregunté, contenta de tenerlo conmigo.

—No.

—Te amo Román y te agradezco por no dejarme sola.

—También te amo. —Me atrajo más cerca, sosteniendo mi cabeza contra su pecho, besando la cima de mi cabeza. —Todavía no imaginas cuanto.

Me acomodé sobre él, dejándome llevar por sus caricias, antes de quedarme dormida.





Protegiendo a Charly Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora