Capítulo 9

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la voz que se funde con
el crepitar del fuego

     —Desde aquí debemos dirigirnos a Ciudad Goron —dijo Zelda, caminando delante de nosotros—

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—Desde aquí debemos dirigirnos a Ciudad Goron —dijo Zelda, caminando delante de nosotros—. Tengo que hacerles unos ajustes a la bestia divina para que a Daruk le sea más fácil controlarla. —Observaba a Eryna por el rabillo del ojo. Jamás, en todo el tiempo que la conocía (que no era poco), la había visto tan seria y callada. —Ha conseguido moverla varias veces, pero aún le quedan cosas que aprender sobre ella.

Pese a que solo nos separaban un par de zancadas, parecía que la distancia entre nosotros y Zelda era proporcional a un abismo.

—Pensar que nuestros antepasados fueron capaces de crear algo así... —Zelda continuó con su monólogo. —Eso significa que podemos comprender este artefacto y usarlo a nuestro favor. Debo averiguar cómo utilizar las bestias divinas. Solo así podremos plantar cara a Ganon y salir victoriosos.

La princesa se detuvo paulatinamente. Se giró sutilmente hacia nosotros, henchida de tristeza.

—Esas armas que lleváis con vosotros... ¿sabéis manejarlas bien? —nos preguntó. Ambos asentimos al unísono. —La leyenda dice que en ocasiones resuena una voz en la hoja de la Espada Maestra... ¿Has alcanzado a oírla?

Nos quedamos en silencio. Llevaba la vista al frente, pero después volvía a Eryna, estaba triste. Y me daba miedo. Su tristeza se me asemejaba a una tortura añeja de la que no podía escapar. Al igual que no podía huir de la culpa que surgía en mi interior al ver sus muecas.

Las imágenes de aquel fatídico día se me aparecían una tras otra. Sus ojos rojos y su tez pálida me atormentaban cada vez que presentía que algo no iba bien. Pero, como el cobarde que era, no podía hacer más que observarla en silencio y rezar a todo lo que conocía por que no fuese nada.

Era incapaz de conversar con ella cuando estaba triste. Tenía miedo de tensar nuestra relación, de acercarla a la muerte de nuevo. Así que prefería callar. Aquel día, no solo murió una parte de Eryna, sino que también lo hizo una mía. Y la muerte se llevó todas las ganas que tenía de hablar.

—¿Link? ¿Me estás escuchando? —preguntó Zelda, subiéndose a su caballo. Asentí sutilmente bajo la atenta mirada de ambas chicas—. No mientas, es obvio que no. Te he pedido que lleves a Eryna en Epona, su yegua no se encuentra bien y no tenemos más caballos en este establo.

—Ah, claro —murmuré.

Me subí a Epona. Eryna me siguió. Se agarró a mi túnica con fuerza y comenzamos a galopar. Pese a que tenía al lado a Zelda, para mí era como si solo existiéramos Eryna y yo en aquel instante. Eran aquellos momentos los que me mantenían vivo, justamente porque sabía que ella lo estaba. Y, a mi lado, era el lugar más seguro en el que ella podría estar. Aumenté la velocidad para poder seguir el ritmo de Zelda y ella se agarró con más fuerza a mi cintura.

—¿Queda mucho? —preguntó Eryna.

—No demasiado, pararemos en la posta del bosque a descansar.

No respondió, en su lugar, apoyó su cabeza contra mi espalda. Me tensé de inmediato, Eryna era capaz de alterarme únicamente con su proximidad. De repente, lanzó un hechizo a unos cuantos metros a la derecha. El ataque dejó a su paso unos plátanos y un par de rupias.

—El clan Yiga cada vez es más grande —murmuró Zelda.

—Deberíamos aumentar su protección, alteza —dijo Eryna.

—Con vosotros dos ya es más que suficiente —respondió la princesa rápidamente—. No aguantaría que me persiguiese una sola persona más.

 No aguantaría que me persiguiese una sola persona más

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