Capítulo Veintiuno.

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― ¿En serio?

― ¿Qué? No seas odioso.

―Edward.

―Dilo, vamos, ¡tienes miedo de que yo te guste otra vez! ―soltó el pelirrojo, cubriendo sus labios levemente con sus dedos tras una risa burlona.

―Bueno, sí, resulta un poco desmotivador el hecho de que nunca me correspondieras y una vez que te he superado, me hagas esto.

Ahí va todo el Hakuna Matata.

―Si lo dices así, sueno como un tipo malo. ―carraspeó Edward, torciendo el gesto.

―Eso depende de quién cuente la historia.

(...)

―Su nombre es... Tina Foster. ―suspiró Joseph, acomodando la almohada bajo el peso de su cabeza. Edward, apoyando la cabeza sobre su hombro, le miró fijamente―. Ella tiene brillante cabello rojo, y ojos saltones y graciosos. Es... bella. Y... muy caliente.

―Uy. ―se burló Ed, riendo al escuchar la nueva palabra que habían escuchado de Zachary cuando éste les dio la charla acerca de las nuevas sensaciones que podrían estar experimentando―. Al menos ya superaste que no está bien fantasear con una niña de diez años, pervertido.

―No, tú eres quien robó las revistas de Zac. ¡Y Alexia ya tiene doce!

―Pero tú eres quien hace lo de ya sabes qué con sus manos.

― ¡Edward!

―Muy bien, mira, si Tina estuviera aquí, contigo, ¿qué pasaría?

Joseph explotó en carcajadas. A la luz de la luna, su piel blanquísima y sus ojos inquietos eran dignos de retratar. Los labios pálidos, apenas más rosáceos que la piel, entraban en contraste con lo rojo de su lengua cada vez que se acariciaban, denotando el nerviosismo. Y de nuevo, Edward lo miró a los ojos, directo a los ojos que también le miraban. El verano del año en el que ambos habían cumplido quince, el último verano que los mejores amigos pasarían juntos. Porque Edward tenía que mudarse a otro estado, y su madre jamás volvería. De aquí a allá, se movían los ojos de plata del albino, que a pesar de la costumbre, cuando le tomaban fuera de base, resultaba muchísimo más costoso mantener la vista fija en un lugar.

―Sería algo...Whoa...―Su respiración se agitó, pero Ed no se dio cuenta si no del escalofrío que le caló, estremeciéndole. Joseph cabeceó, y asombrosamente, sus mejillas de mármol tomaron el color rojo vivo de un calcetín de navidad―. Creo que la besaría. Al menos lo intentaría.

― ¿Y si ella hiciera esto? ―preguntó Edward, rodeando el cuerpo de Joseph. Con aires bromistas, a pesar del tono bajo de su voz. El albino rió, emulando calma, esta vez sonando desconcertado.

―Camarada...―le imitó―. Haría esto.

Sus manos subieron hasta los glúteos del pecoso, empujando sus cuerpos hasta aplastarse ligeramente.

― ¿Y si hiciera esto? ―Simulando una pregunta inocente, mientras inclinaba su rostro hasta el del rubio. Joseph entreabrió los labios, respondiendo en silencio lo que su amigo había preguntado.

Tina Foster no existía. Y era sólo un nombre falso que Joseph usaba para fantasear con Ed en voz alta, sin que éste lo notara. O al menos, eso creía.

Sus labios se rozaron, y el sonido de sus respiraciones pronto se vio ahogado por la fricción de unos cuerpos inquietos. 15 años. Ed estaba teniendo problemas en casa, y la tensión era palpable hasta en sus pestañas, y ahí, frotándose deshinibidamente contra su mejor amigo, mientras sus bocas se penetraban mutuamente, era la única manera en la que podía encontrar un poco de paz.

Campamento Rousseau [Larry Stylinson].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora