Prólogo Parte 3

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22 de febrero

Nayra se encontraba algo alejada del lugar donde solía reunirse con D.J., quien se estaba retrasando. Ese día, por casualidad, había descubierto en un lugar dentro del bosque que había al lado de la playa, una especie de nido de mariposas azules. Eran preciosas y parecían sacadas de un lugar mágico. Le apenó no tener ninguna cámara; le habría gustado inmortalizarlas y quedárselas de recuerdo, aunque volvería a ese lugar para ver si no se iban de allí.

Desde hacía dos meses, D.J. la ayudaba con sus deberes y exámenes y, de momento, sus clases iban genial. Ella le decía la lección o hacía los deberes en voz alta para facilitarle el razonamiento mientras él seguía intentando construir una especie de columpio. En los primeros intentos, el niño no conseguía nada, pero, tras varios días, ya empezaba a tomar forma. Con el columpio como ejemplo, le explicó que nadie es perfecto y, que, a veces, se necesita más paciencia, varios intentos y, de vez en cuando, otra perspectiva para poder alcanzar la meta. Con esa pequeña lección, Nayra se sintió más segura de sí misma y vio que tenía razón, ya que, a pesar de que hasta hace pocos días no sabía sumar con números de dos cifras, ahora había conseguido entenderlas y hacerlas bien a la primera. Se sentía orgullosa de sí misma y su padre ahora le sonreía más y la felicitaba cuando le corregía los deberes y veía que estaban perfectos, aunque aún le enfadaba que huyera, por lo que, sus gritos, todavía eran habituales. Solo esperaba que nunca la pillara.

—¡Aquí estás! Me ha costado encontrarte —escuchó una voz a su espalda.

Ella se dio la vuelta y vio a D.J. llegar con algo enorme entre las manos y envuelto con papeles de periódicos.

—Pero siempre lo haces. Siempre me encuentras.

—Sí. Y siempre lo haré.

Ella sonrió mostrando su mellada boca. En esos meses se habían convertido en mejores amigos y, cuando estaban juntos, ambos se olvidaban de lo peor de sus vidas y se dedicaban a ser simplemente niños. Por primera vez en su vida, D.J. estaba teniendo algo parecido a una infancia.

—Ven, mira —le apremió.

Él se acercó y se colocó a su altura para ver lo que le señalaba: mariposas. Pero no unas mariposas cualesquiera. Eran increíblemente bonitas, grandes y sus alas desprendían un vivo color azul. Él las conocía. Se llamaban mariposas monarcas y había que tener cuidado con ellas, ya que eran venenosas.

—Nunca las había visto en persona, pero sí en los libros de mi escuela —comentó.

—Yo tampoco. ¿A qué son muy bonitas? Me gustaría ser una de ellas.

—¿Quieres ser una mariposa? Sabes que su vida es muy corta, ¿verdad?

—Sí, pero en esa corta vida, son felices. Vuelan libres, son hermosas y nadie les hace daño; nadie les aprieta el brazo, ni les grita, ni nadie se enfada con ellas por hacer lo que les gusta: volar.

D.J. la entendía. A Nayra le aterraba estar en su casa. Solo su hermana la defendía de la actitud de su padre, sin embargo, no siempre lo hacía, pues, a pesar de tener cinco años más que Nayra, a Theresa también le aterraba su progenitor cuando se ponía furioso.

—Bueno y, ¿qué tal el examen de hoy? —le preguntó.

—Creo que bien. He tardado más en acabarlo que los otros niños, pero sé que muchas respuestas las tengo bien. —Sonrió de oreja a oreja—. Y como empiezo a entender más cosas, al hacer los deberes, los hago mucho mejor y mi padre cada vez se enfada menos conmigo.

Él sonrió orgulloso. Estaba haciendo un buen trabajo con ella y se alegraba de que su situación mejorara. Si seguían así, con sus secretas clases particulares en la playa, Nayra conseguiría todo lo que se propusiera. Estaba seguro de ello. Era una niña inteligente, aunque no lo creyera, pues la inteligencia no se medía por los números que una persona ponía en rojo sobre un papel, también era creativa, trabajadora, mostraba interés y se entusiasmaba muchísimo cuando comprendía un nuevo concepto. Lograría todo lo que se propusiera.

—Te he traído una cosa. —Le tendió lo que llevaba—. No sé si lo has visto, pero en la plaza del centro han colocado varios puestos dedicados a la fotografía.

—Sí, fuimos de excursión con el colegio. —Sonrió— Había fotos muy bonitas, pero eran muy caras y sé que mis padres no me comprarán ninguna.

—Entonces creo que esto te gustará. ¡Ábrelo!

Ella empezó a rasgar el papel de periódico hasta que vio lo que era: una de las fotos que vendían. Nayra abrió la boca emocionada y sonrió ampliamente antes de llevarse las manos a sus labios completamente alucinada por aquel regalo.

Esa foto la había visto cuando fue de excursión. Era una foto en bastidor, en blanco y negro y en ella salía una pareja besándose en mitad de la calle mientras más transeúntes caminaban. Se notaba que aquella imagen fue tomada hace años, pues las ropas que llevaban no eran como las que en la actualidad las personas vestían.

Nayra le dio la vuelta y leyó lo que ponía.

—«El Beso del Hotel de Ville». Robert Doisneau.

—¿Te gusta?

—Sí, pero, ¿cómo lo has conseguido? Cuesta mucho dinero.

—Bueno... —Se rascó la nuca—. Lo he cogido cuando el dependiente no miraba.

Nayra abrió los ojos como platos.

—¡¿Lo has robado?! —exclamó, sorprendida.

D.J. se encogió de hombros. Esa copia costaba treinta y siete dólares con novena y nueve centavos y no tenía ni siquiera esos centavos, pero al verlo, quería regalárselo. Sabía lo que le gustaba la fotografía y, aunque hubiera preferido regalarle uno sobre la naturaleza, ya que ese tema era el que le apasionaba, el puesto donde estaba aquella foto apenas lo vigilaban.

—Sí, pero no pasa nada. Tenían más.

—D.J., robar está mal. —Se quedó mirando el cuadro y finalmente, sonrió—. Gracias. —Le dio un beso en la mejilla—. Me gusta mucho.

Él también sonrió, aunque sabía que había hecho mal, pero valía la pena, pues había conseguido que a Nayra se le reflejara en el rostro la felicidad pura.

—Y ahora... —Sacó los libros—. Sigamos estudiando.

Cuando Todo AcabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora